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Cuba se mantiene fuerte
El marcado aislamiento de la isla ha sido útil para contener el coronavirus, pero difícil en cuanto a problemática economía. Las andanzas de un fotógrafo capturaron la belleza de Cuba y la resistencia de un pueblo que ha luchado durante mucho tiempo con el flujo y reflujo de la historia.
Por Tony Perrottet
7 de septiembre de 2020 8:21 am ET
Traducido y editado por Walter Lippmann para CubaNews.
Mil gracias a Pedro Gellert por su indispensable ayuda en esta traducción.
Cuando los viajes internacionales comenzaron a cerrarse en marzo debido a la pandemia de coronavirus, Collin Laverty tuvo que tomar una decisión repentina: ¿Miami o La Habana? Para un norteamericano que divide su tiempo entre las dos ciudades mientras dirige Cuba Educational Travel, una agencia que en tiempos menos restringidos contaba entre su clientela con senadores estadounidenses y luminarias del mundo de la tecnología, la elección era obvia. “Sentí que los cubanos iban a hacer un mejor trabajo”, explicó por teléfono desde La Habana. “Estaría más seguro aquí.”
Se ha demostrado que Laverty tenía razón. Mientras la situación se ha deteriorado este verano en Florida -una población de 21,5 millones con casi 10.000 muertes, o 46 por cada 100.000 habitantes- la isla cubana de 11,3 millones de habitantes había registrado a mediados de agosto 88 fallecimientos, o menos de una muerte por cada 100.000. A pesar del pequeño brote ocasional en las provincias, la isla informaba muchos días con cero casos nuevos o con pocos como para contarlos con los dedos de una sola mano.
El éxito de Cuba fue el resultado de una respuesta de libro de texto: Las autoridades sanitarias (que habían estado en constante diálogo con la Organización Mundial de la Salud desde enero) cerraron el país, suspendieron los vuelos internacionales, llevaron a cabo amplias pruebas, aislamiento y rastreo e impusieron el uso de cubrebocas, un proceso sin duda más fácil en un sistema autoritario.
Una guagua [autobús] en una carretera de Pinar del Río, una provincia al oeste de La Habana.
FOTO: ANDREW JACOBS PARA WSJ. MAGAZINE
“Es una cultura diferente”, dice Laverty. “Si los funcionarios de salud te dicen que es mejor usar un cubreboca, usas un cubreboca. Y a diferencia de los EE.UU., no hay medios alternativos que le digan a la gente que no use un cubreboca”.
Aunque el sistema de salud de Cuba está plagado de escases crónicas, la capacidad de su fuerza laboral médica le ha servido bien durante la pandemia. Cuba tiene el porcentaje más alto de médicos per cápita que cualquier otro país del mundo, y están capacitados para dar una respuesta comunitaria rápida a los huracanes y otros desastres naturales. “Había médicos y enfermeras en bata de laboratorio que llamaban a la puerta una o dos veces al día, para registrarse”, dice Laverty.
La otra cara de la moneda es que la crisis ha castigado a una economía que ya estaba en serios problemas por la mala gestión interna y su desconexión del resto del mundo. Mientras que Cuba ha estado alejada durante seis décadas de su socio comercial natural, los Estados Unidos, a través de un embargo comercial conocido en la isla como “el bloqueo”, el Covid-19 ha llevado el aislamiento del país a nuevos extremos. El cierre de un día para otro de la industria del turismo, la principal fuente de divisas de Cuba, ha llevado el desempleo y la escasez de alimentos a niveles nunca vistos desde el “período especial” de hace 30 años, cuando el colapso de la Unión Soviética y el fin de sus subsidios económicos dejaron a la isla varada y empobrecida.
Cuba ha dado algunos pasos tentativos hacia la reapertura al turismo. Se han destinado cinco arenosos cayos septentrionales para recibir vuelos chárter, donde los visitantes extranjeros serán sometidos a pruebas de detección del virus a su llegada y alojados en centros turísticos de playa lejos del resto de la población. Hasta ahora, ha habido pocos viajeros. Los canadienses hambrientos de sol, el mercado objetivo lógico, han sido desalentados por su gobierno a viajar al extranjero, y los europeos también están nerviosos por aventurarse lejos de casa. Los locales también son cautelosos: “Los cubanos han sacrificado mucho”, dice Laverty. “Saben que tan pronto como se abran existe el riesgo de una segunda ola”.
Un posible resquicio de esperanza es que la crisis ha empujado al presidente Miguel Díaz-Canel a reiniciar las reformas de la economía estatal, un proceso que había comenzado bajo el mandato de Fidel Castro en 2011 pero que se estancó hace tres años debido a la resistencia de los partidarios de la línea dura del gobierno. El anuncio se hizo a mediados de julio; los detalles siguen siendo vagos, pero la idea es fomentar la empresa privada y la agricultura y reducir la regulación gubernamental. “Es una noticia muy positiva, pero también hay mucho escepticismo”, dice Laverty. “Todo el mundo está esperando a ver qué pasa”.
La pandemia es sólo el último capítulo de la montaña rusa de Cuba desde la revolución de 1959: períodos de grandes esperanzas seguidos de desilusiones. Como resultado, hacer frente al incierto flujo y reflujo de la historia se ha convertido en una especie de especialidad cubana, una resistencia que permite a su pueblo sobrevivir a desafíos que podrían haber sido aplastantes en otros lugares.
Este espíritu fue capturado por otro observador de Cuba, el fotógrafo neoyorquino Andrew Jacobs, que exploró la isla en el verano de 2019, sin saber que la pandemia pronto daría mayor resonancia a su trabajo. Al igual que muchos estadounidenses (emigró a los Estados Unidos desde Sudáfrica a los 13 años), Jacobs visitó Cuba por primera vez tras el llamado deshielo de Obama, un delirante espasmo de optimismo que parece hoy en día historia antigua. La reapertura de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los EE.UU. en 2014 llevó a una escena improbable tras otra: El presidente Obama de gira por La Habana y asistiendo a un partido de béisbol con Raúl Castro; los Rolling Stones jugando ante una multitud masiva al aire libre; se aflojan las restricciones de viaje de los Estados Unidos que habían estado vigentes desde la época de Eisenhower; y dentro de Cuba, nuevos negocios individuales que convierten a la isla en una fiesta elegante y a la vez desgtastada.
Para los observadores veteranos de Cuba, las nuevas posibilidades estaban simbolizadas por el Bar Roma, una asociación entre un DJ local y un yanqui expatriado que se ocultaba en la azotea de un decrépito edificio de apartamentos art decó en la Habana Vieja. Encontrado de boca en boca, se calificaba como el Estudio 54 de Cuba: Desde el desmoronado vestíbulo, un ascensor de jaula operado a mano crepitaba hacia arriba sobre ruedas sin engrasar, y luego se abría a una multitud felliniesca de jóvenes fashionistas de La Habana y extranjeros conocidos que bailaban sobre los tejados coloniales iluminados por la luna. El co-director cubano, Alain Medina, señaló el lugar del suelo de baldosas donde nació. Para visitar un baño, los invitados le pasaban dinero a uno de los residentes del último piso y luego pasaban por delante del sofá mientras la familia se sentaba y veía la televisión.
Fue esta atmósfera eufórica la que cautivó a Jacobs, nacido en Johannesburgo, cuando una tarea periodística repentina e improvisado a principios de 2017 lo transportó de Nueva York a La Habana a través de uno de los nuevos vuelos directos de JetBlue. El rodaje comercial de los trajes de baño de Onia duró menos de una semana y no le llevó más lejos de la capital que las playas locales, pero quedó asombrado por lo que encontró. “Me cautivó lo vibrante que era Cuba”, recuerda. “Era muy visceral. Dejé de querer fotografiar a las modelos con las que estaba. Quería fotografiar a la gente en la calle.”
Cuba se mantiene fuerte
El marcado aislamiento de la isla ha sido útil para contener el coronavirus, pero difícil en cuanto a problemática economía. Las andanzas de un fotógrafo capturaron la belleza de Cuba y la resistencia de un pueblo que ha luchado durante mucho tiempo con el flujo y reflujo de la historia.
Jacobs juró volver de forma independiente para documentar la nueva Cuba. Cuando finalmente lo hizo, en junio de 2019, el curso de la historia había cambiado de rumbo otra vez. Los EE.UU. invirtió el deshielo de Obama, endureciendo las sanciones económicas y volviendo el reloj a la Guerra Fría. La belicosa retórica del presidente Trump había asustado a la mayoría de los viajeros americanos, y las reformas del sistema socialista de Cuba se habían estancado. Cuando Jacobs se puso en contacto con Talía Bustamante, una productora de La Habana a la que había conocido en su anterior visita, llevaba más de un año luchando por encontrar un trabajo estable, al igual que su marido, Alejandro Callejas, un operador de cámara. Como para simbolizar el nuevo frío, el Bar Roma pronto cerraría sus puertas, después de una disputa entre los co-directores cubano y americano. “Fue muy difícil para los cubanos”, dice Laverty, cuya propia empresa había traído a muchos empresarios estadounidenses al país para investigar las oportunidades. “Eran la comidilla del mundo, este lugar guay y sexy; luego les dieron una serie de golpes en el cuerpo.”
Jacobs descubrió que, a pesar de este giro que truncaba muchas esperanzas, la vitalidad que lo había atraído primero a la isla seguía intacta. Generaciones de tumultos y reveses han enseñado a los cubanos a apreciar el adagio “Las mejores cosas de la vida son gratis”. Tienen la bendición de vivir en una isla tropical con 3.500 millas de costa, bosques exuberantes, playas de arena y un clima benigno. Este ambiente acogedor ha ayudado a fomentar la vida comunitaria, que, tras el paréntesis de las restricciones de Covid-19, ha empezado a recuperarse. Los cubanos siguen desparramándose por las esquinas, tocando música con instrumentos improvisados, bromeando entre ellos sobre sus políticos y disfrutando de la sensualidad de las tardes con aroma a azúcar. Dependen de recursos de ingenio y humor conversacional hasta un punto que otras culturas, inundadas por la tecnología, han abandonado. La Habana Vieja colonial puede estar desmoronándose, con un aire tangible de privación a la vuelta de la esquina de las zonas que han sido embellecidas para los turistas, pero muchos residentes se conocen por su nombre. Los adolescentes a veces se agrupan a lo largo del Malecón, el paseo marítimo de la ciudad, para compartir una botella de ron y bailar bajo las duchas de rocío marino.
Para capturar este espíritu, Jacobs se propuso explorar la capital a pie, con el azar y el capricho de su única agenda, caminando, hablando y conociendo gente mientras Bustamante servía de guía y traductor. Durante su viaje de 2019, fue estimulante renunciar a todo lo que se parezca a un programa de rodaje. “La moda está completamente planeada”, dice. “Cuando haces fotografía de calle es lo contrario. Eso es lo que quería abrazar.”
Un día, se encontraron con una pequeña liga de béisbol [little league] en la que los jugadores llevaban zapatos de gran tamaño y uniformes de segunda mano. Como neoyorquino, Jacobs fue recibido como una celebridad. “Los niños estaban tan emocionados que no podían quedarse quietos ni mirarme durante mucho tiempo”, dice.
Cuba is Staying Strong
El marcado aislamiento de la isla ha sido útil para contener el coronavirus, pero difícil en cuanto a problemática economía. Las andanzas de un fotógrafo capturaron la belleza de Cuba y la resistencia de un pueblo que ha luchado durante mucho tiempo con el flujo y reflujo de la historia.
Para explorar las provincias, Jacobs hizo un viaje por carretera a Pinar del Río, al oeste de La Habana. La logística se improvisó al clásico estilo cubano: El marido de Bustamante se apuntó como conductor, y durante los tres días de viaje Jacobs y su ayudante se metieron en el asiento trasero del pequeño vehículo bajo montañas de equipos de cámara. La recompensa fue explorar el Valle de Viñales, donde un mosaico de plantaciones y granjas de tabaco de una exuberancia imposible está enmarcado por espectaculares afloramientos de piedra caliza llamados mogotes (“Como el Parque Jurásico”, dice Jacobs). La hermética sociedad rural tiene un aire de otro mundo: campesinos bañados por el sol con sombreros de paja que cabalgan a caballo pasando por bohíos, chozas de paja, creando escenas tropicales que recuerdan los lienzos de Gauguin.
Las imágenes de Jacobs rara vez incluyen signos reveladores de lugares específicos -no estatuas, catedrales o vistas de postales para turistas- y en cambio se concentran en detalles íntimos. Le atraía especialmente lo que había detrás de las puertas cerradas. La arquitectura hispano-caribeña, con sus balcones de hierro forjado, pórticos cubiertos y ventanas con contraventanas, protege a los residentes del sol pero también desvía las miradas indiscretas. “En las calles, se puede acercar a cualquiera, charlar, reír y tomar fotos”, dice Jacobs. Pero acceder a las casas privadas era un asunto delicado; a muchos les preocupaba que sus circunstancias pudieran ser juzgadas por un extrañjero.
En realidad, Jacobs era lo opuesto a juzgar, ya que se vio envuelto en la poesía casual de la vida doméstica de los cubanos. “La gente no tiene mucho, pero es hermoso”, dice. “La luz, la forma en que arreglan las cosas, el uso del color. Los cubanos sacan lo mejor de lo que tienen.”
Los cubanos son legendarios por la creatividad que aplican a los bienes materiales. Sin acceso a las nuevas piezas mecánicas, son expertos en el reciclaje, con Chevrolets, Dodges y Buicks de los años 50 reconfigurados para durar décadas más allá de su vida natural, a veces con motores Toyota bajo el capó, con cables que sostienen las ventanas agrietadas o con tablones de madera usados como tablas del suelo. Pero el acceso a los lujos más retro se desgasta en las provincias. Muchas de las aldeas que Jacobs visitó exudaban un aire fantasmal.
Típico era el puesto de avanzada de Hershey (hoy conocido como Camilo Cienfuegos), aproximadamente a 35 millas de La Habana, un pueblo fundado en 1916 para proveer de azúcar a la compañía de chocolate con sede en Pennsylvania. Las calles estaban antaño bordeadas de ordenados bungalows que hacían eco de las ciudades modelo de los suburbios americanos -un mundo desaparecido capturado en la novela de Rachel Kushner de 2008, Telex desde Cuba. Cuando la refinería fue nacionalizada después de la revolución, la ciudad siguió funcionando mientras la URSS compró la cosecha de azúcar de Cuba a un precio inflado. “Era como un pueblo del Viejo Oeste en pleno auge del oro”, dice Jacobs. Hoy en día, la refinería cerrada se cierne como una catedral en ruinas sobre calles habitadas sólo por ancianos.
Para esta generación mayor, los sueños fracturados de Cuba en la última década tienen un aire familiar, que se hace eco de ciclos históricos más largos de esperanza y decepción. Al principio, la llegada de Fidel Castro y sus románticos barbudos (“los barbudos”, como se conoció a sus guerrilleros en la Sierra Maestra) fueron recibidos con un éxtasis. Toda la isla se vio envuelta en el cuento de hadas “revolución juvenil” contra el brutal dictador Fulgencio Batista, mientras Cuba se embarcaba en un experimento que parecía prometer una utopía política, económica y racial. Con el paso de los años, la desilusión se instaló, y el sueño se derrumbó en la década de 1990.
Aún así, dentro de la Cuba de hoy, la esperanza continúa. “Si todo se alinea, Cuba estará en un buen lugar”, dice Laverty. “Pero para llegar allí, tendrán que lidiar con muchas dificultades.” Como siempre, los cubanos tendrán mucha experiencia en la que apoyarse. -•
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