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Of languages and the need to learn them
By Omar Olazábal Rodríguez
A CubaNews translation. Edited by Walter Lippmann.
Many years ago I happened to travel with a very nice and humble couple. I don’t remember their names, but my colleague’s wife was quite witty. We had been assigned to work together in Yemen for some time. It was a long trip, with stopovers first in Berlin, then in Moscow and finally in Cyprus before we reached our destination. Needless to say, we were supposed to communicate to find a way out of the airport or get something to eat as we were passing through each of these places. When we arrived in Aden, there was no one waiting for us, so I had to request a phone call to the Embassy. Finally, they picked us up. An embassy official came to the airport, and the first thing my colleague’s wife came out with was, “How much trouble we’ve been through!” and, pointing to me, she added, “Thank goodness this one speaks ‘broken’ English, or else we would have starved to death!”
First thing this morning I was rereading a colleague’s views about our future university graduates being required to learn English. Our main deficiencies in earlier times were wisely listed in his analysis. “We are proud of the enormous amount of Cuban can-do salvaged in the last 57 years for the benefit of our science and culture”, and the impact that those men and women have had on the prestige of our educational system. But, “how to strengthen their impact if many of them can’t speak any one of the international languages to communicate with their foreign colleagues?”
One of the worst feelings of anxiety that you can have is to turn up in a foreign country only to find yourself thrown into the silence imposed by their inability to communicate. Since Spanish is one of the most widely-spoken languages, we might think that we don’t need to learn any other one to be understood. Or perhaps we are confident that we will always find someone anywhere who can help us communicate with other people. Having to be so dependent to do so is never good.
Thinking that the school we attend has the sole responsibility for our inter-communicational shortcomings as far as languages are concerned is a debatable argument. I’m not saying that foreign languages should not be a mandatory item in our syllabus from elementary education, but that should not be the only support for us and our children to learn to communicate with people from other parts of the world.
We can also be a good influence at home. In the 1970s, I was lucky enough to spend my junior and senior high school years at the [Vocational Study School Vladimir Ilich] Lenin, equipped as it was with excellent language laboratories. There, in a stately room furnished with technology donated by another country, we would gather in vocational study groups to reinforce what we learned in class. The Eagles’ Hotel California was the latest craze, and our professor taught us the lyrics to that song. However, all of us attending those lessons did it of our own free will, as we had chosen such a subject as part of our extracurricular education. And at weekends my parents would contribute by going with me to the National Library to help me find books in the English language.
I always say that schools are the basis of knowledge, but the interest in increasing it is up to each and every one of us. And it’s precisely at the early stages that parents should encourage their child’s eagerness to learn more. While some people can afford private teachers, most of us look at other and relatively cheaper variables so that our children keep developing their communication skills in other languages.
Of course, such variables are not available throughout Cuba, but we must make the most of them wherever they exist. Knowing other languages has a definite impact on how easily we learn anything we want in our life, as it helps us read more, to compare texts and to make room in our mind for every breakthrough we find along the way.
However, each of these demands sacrifice. In my case, for instance, I have not enjoyed a free Sunday for more than six years because my children are studying in one of the centers established by the Alliance Française. Not because we force them, but because they want to. This is a single example of what we can do, despite the fact that this school is in great demand. But the simple thought that how much learning another language can help them in the future makes us forget that Sundays at home have no other purpose than keep them learning.
Let us all try a little harder. Amid all the daily hardship, let’s find a way to make the thirst for knowledge catch on among our children. Let’s explore every possibility for them to do so. They will be grateful to us in the long run, when they realize that all the time they spent learning was for their own good, because they will be more respected when they have to address someone from another country or read a textbook in a foreign language. Or, to paraphrase my colleague’s wife in Yemen, they will not have to go through too much trouble to solve a problem or help other people in need, be it in Cuba or anywhere else.
De los idiomas y la necesidad de aprenderlos
Omar Olazábal Rodríguez
Hace muchos años me tocó viajar con una pareja muy agradable y humilde. No recuerdo el nombre de ellos, pero la esposa de mi colega era muy dicharachera. Nos encomendaron trabajar durante un tiempo juntos en Yemen. El viaje fue extenso, pues hicimos escala en Berlín, después Moscú, pasando por Chipre hasta llegar a nuestro destino. En cada lugar, como es normal, debíamos comunicarnos para poder salir del aeropuerto o alimentarnos durante el tránsito. Cuando arribamos a Adén, no había nadie esperando. Tuve que pedir que llamaran a la Embajada hasta que al fin nos recogieron. Al llegar uno de los funcionarios al aeropuerto, la esposa de mi colega lo primero que soltó fue: ¡Qué trabajo hemos pasado! Señalando hacia mí dijo: Y menos mal que este “chapurrrea” el inglés, sino nos hubiésemos muerto de hambre.
Hoy amanecí releyendo una opinión de una colega sobre el requisito del conocimiento del idioma inglés para nuestros futuros universitarios. Con mucha razón se enumeran en dicho análisis las carencias en los últimos años en ese sentido. Nos enorgullecemos del enorme talento salvado en los últimos 57 años para bien de la ciencia y la cultura en Cuba, y el impacto que esas mujeres y hombres han tenido para el prestigio de nuestra Educación. Pero, ¿cómo hacer mayor ese impacto si muchos no pueden comunicarse con sus colegas de otros países por desconocer uno de los idiomas internacionales?
Una de las angustias más grandes que puede tener alguien es caer en un país extranjero y verse de pronto envuelto en el silencio que acompaña la carencia de comunicación. Al ser nuestro idioma uno de los más difundidos pudiera parecernos que no necesitamos de otros para que se nos entienda. O también puede que confiemos en que en todos lados de pronto encontremos a alguien que nos facilite el intercambio con otras personas. La dependencia en ese sentido no es buena. De ninguna manera.
Pensar que solo la escuela a la que asistimos es la responsable de nuestra desgracia inter-comunicacional en cuanto a idiomas se refiere es un criterio debatible. No estoy negando que la enseñanza de idiomas extranjeros debe estar, de manera obligatoria, en los contenidos desde la enseñanza primaria. Pero no es ahí donde solamente debemos apoyarnos para que nosotros y nuestros hijos logremos aprender a comunicarnos con nuestros semejantes en otras latitudes.
Desde la casa también podemos influir. En los setenta del pasado siglo tuve la suerte de estudiar mis años de secundaria y preuniversitario en la Lenin, que tenía excelentes laboratorios para la enseñanza de idiomas extranjeros. Allí, en un magnífico salón con tecnología donada por otro país, reforzábamos en un círculo vocacional lo que aprendíamos en el aula. Estaba de moda “Hotel California” de Eagles, y nuestro profesor nos enseñó la letra de esa canción. Pero todos los que asistíamos a esas clases lo hacíamos por nuestra propia voluntad. Habíamos seleccionado esa materia como parte de nuestra enseñanza extracurricular. Y mis padres me apoyaban los fines de semana acompañándome a la Biblioteca Nacional en busca de literatura en idioma inglés.
Siempre digo que la escuela es base de conocimientos, pero el interés propio por incrementarla es de cada uno. Y en etapas tempranas esa vocación por aprender más debe ser apoyada por los padres. Hay quien se permite pagar a un particular para hacerlo, y somos más los que usamos las variantes, relativamente más económicas, para que los hijos puedan seguir desarrollando sus habilidades comunicacionales en otros idiomas.
Por supuesto, no en todo el país se pueden encontrar esas variantes. Pero donde las haya, hay que aprovecharlas. El conocimiento de otras lenguas indiscutiblemente influye en la facilidad de aprendizaje de todo lo que queramos ser en la vida. Nos permite leer más, comparar textos y abrir espacios en nuestras mentes para los adelantos que día a día nos sorprenden.
Pero cada una de esas cosas exige sacrificios. En mi caso, por ejemplo, hace más de seis años que no tengo domingos libres. Y es que mis hijos están en una de las filiales de laAlianza Francesa. No porque los obligamos, sino porque lo desean. Un solo ejemplo de lo que puede hacerse, a pesar de que la demanda es alta para entrar. Pero solo el pensar cuánto les puede ayudar en el futuro el conocer otro idioma nos hace olvidar que los domingos están en mi casa para eso. Para que sigan aprendiendo.
Esforcémonos un poquito más todos. En medio de las carencias diarias, busquemos la manera de que prenda en nuestros hijos ese afán por aprender más. Exploremos dónde pueden hacerlo. Al final nos lo agradecerán. Porque se darán cuenta que todo el tiempo que utilizaron fue por el bien de ellos mismos. Porque serán más respetados cuando tengan que dirigirse a alguien de otro país, o leer una literatura afín a su especialidad. O, parafraseando a la esposa de mi colega en Yemen, no pasarán trabajo para resolver un problema o ayudar a alguien que lo necesite, en Cuba o en cualquier otro lugar.
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