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Leon Trotsky: Selected Writings (Introduction)
Selección, introducción y epílogo de Fernando Rojas
Índice Nota a la edición
1 About the compiler
2 Introduction
3 Fernando Rojas Chronology
17 Results and perspectives
23 1. The particularities of historical development
23 2. City and capital
30 3 1789 1848 1905
36 4. Revolution and proletariat
45 5. The proletariat in power and the peasantry
51 6. The proletarian regime
55 7. The preconditions of socialism
61 8. Labor Government in Russia and Socialism
77 9. Europe and the Revolution
82 Appendix.
Preface (1919) 90 Three conceptions of the Russian Revolution
97 The Bolsheviks and Lenin
117 Theses on industry
1. The general role of industry in the socialist structure
144 2. Assets and liabilities in the first period of the New Economic Policy
147 3. Problems and methods of planned industrial activity
4. Trusts, their role and the necessary reorganization
152 5. Industry and trade
154 6. The factory
155 7. Calculation, balance and control
156 8. Wages
157 9. Finance, credit and tariffs
158 10. Foreign capital
160 11. Plant managers, their position and their problems; the education of a new generation of technicians and managers
160 12. Party institutions and economic institutions
162 13. The Printing Industry 164 Address at the XIII Party Congress
165 Danger of bureaucratization
166 The generational problem
170 Fractions and groupings
172 Plan issues
174 About mistakes
179 Address to the XV Conference
And now? (Fragment)
219 Introduction
I. Social Democracy
224 II. Democracy and Fascism
230 III. The bureaucratic ultimatismo
238 IV. The Zigzags of the Stalinists on the Single Front
246 VIII. For the united front to the Soviets like supreme organ of the united front
256 X. Centrism “in general” and centrism in the Stalinist bureaucracy
262 XI. The contradiction between the economic successes of the USSR and the bureaucratization of the regime
271 XII. The Brandlerians (KPDO) and the Stalinist bureaucracy
278 XIII. The strategy of strikes
287 XIV. Workers’ control and collaboration with the USSR
296 XV. Is the situation desperate?
304 Conclusions
Economic development and leadership zigzags, “war communism”, the “New Economic Policy” (NEP), and the orientation towards the well-off peasantry
315 Turnaround: “the five-year plan in 4 years” and complete collectivization
323 Socialism and the State
333 The transition regime
333 Program and reality
336 The double character of the Soviet state
338 Gendarme and socialized destitution
341 “The Complete Victory of Socialism” and “The Consolidation of the Dictatorship”
344 The increase of inequality and social antagonisms
348 Misery, luxury, speculation
348 The differentiation of the proletariat
354 Social Contradictions of the Collectivized Village
358 Social physiognomy of the ruling circles
362 What is the USSR?
369 Social relations
369 State Capitalism?
Is the bureaucracy a ruling class?
379 The problem of the social character of the USSR is not yet solved by history
382 The USSR at War (Fragment)
385 The German-Soviet Pact and the Character of the USSR
385 Is it a cancer or a new organ?
386 The early degeneration of bureaucracy
387 The conditions for the omnipotence and fall of the bureaucracy
What will happen if the socialist revolution does not take place?
388 The present war and the fate of modern society
389 The theory of “bureaucratic collectivism”
390 The proletariat and its leaders
392 Totalitarian dictatorships, as a consequence of an acute crisis, and not of stable regimes
394 The orientation towards world revolution and the regeneration of the USSR
395 Foreign policy is the continuation of domestic policy
396 The defense of the USSR and the class struggle
397 Introduction
English Article Goes Here
León Trotski Textos escogidos
Selección, introducción y epílogo de Fernando Rojas
Índice Nota a la edición
1 Sobre el compilador
2 Introducción
3 Fernando Rojas Cronología
17 Resultados y perspectivas
23 1. Las particularidades del desarrollo histórico
23 2. Ciudad y capital
30 3. 1789‑1848‑1905
36 4. Revolución y proletariado
45 5. El proletariado en el poder y el campesinado
51 6. El régimen proletario
55 7. Las condiciones previas del socialismo
61 8. El Gobierno obrero en Rusia y el socialismo
77 9. Europa y la revolución
82 Apéndice.
Prefacio (1919) 90 Tres concepciones de la Revolución Rusa
97 Los bolcheviques y Lenin
117 Tesis sobre la industria
144 1. El rol general de la industria en la estructura socialista
144 2. El activo y el pasivo en el primer período de la Nueva Política Económica
147 3. Los problemas y los métodos de la actividad industrial planificada
148 4. Los trusts, su papel y la necesaria reorganización
152 5. La industria y el comercio
154 6. La fábrica
155 7. El cálculo, el balance y el control
156 8. Los salarios
157 9. Las finanzas, el crédito y los aranceles
158 10. El capital extranjero
160 11. Los gerentes de planta, su posición y sus problemas; la educación de una nueva generación de técnicos y de gerentes
160 12. Las instituciones del partido y las instituciones económicas
162 13. La industria gráfica 164 Discurso en el XIII Congreso del Partido
165 Peligro de burocratización
166 El problema generacional
170 Fracciones y agrupaciones
172 Cuestiones del plan
174 Acerca de los errores
179 Discurso a la XV Conferencia
183 ¿Y ahora? (Fragmento)
219 Introducción
219 I. La socialdemocracia
224 II. Democracia y fascismo
230 III. El ultimatismo burocrático
238 IV. Los zigzags de los estalinistas en la cuestión del frente único
246 VIII. Por el frente único a los sóviets como órgano supremo del frente único
256 X. El centrismo «en general» y el centrismo en la burocracia estalinista
262 XI. La contradicción entre los éxitos económicos de la URSS y la burocratización del régimen
271 XII. Los brandlerianos (KPDO) y la burocracia estalinista
278 XIII. La estrategia de las huelgas
287 XIV. El control obrero y la colaboración con la URSS
296 XV. La situación, ¿es desesperada?
304 Conclusiones
311 El desarrollo económico y los zigzags de la dirección, el «comunismo de guerra», la «Nueva Política Económica» (NEP) y la orientación hacia el campesinado acomodado
315 Viraje brusco: «el plan quinquenal en 4 años» y la colectivización completa
323 El socialismo y el Estado
333 El régimen de transición
333 Programa y realidad
336 El doble carácter del Estado soviético
338 Gendarme e indigencia socializada
341 «La victoria completa del socialismo» y «la consolidación de la dictadura»
344 El aumento de la desigualdad y de los antagonismos sociales
348 Miseria, lujo, especulación
348 La diferenciación del proletariado
354 Contradicciones sociales de la aldea colectivizada
358 Fisonomía social de los medios dirigentes
362 ¿Qué es la URSS?
369 Relaciones sociales
369 ¿Capitalismo de Estado?
377 ¿Es la burocracia una clase dirigente?
379 El problema del carácter social de la URSS aún no está resuelto por la historia
382 La URSS en guerra (Fragmento)
385 El pacto germano-soviético y el carácter de la URSS
385 ¿Se trata de un cáncer o de un nuevo órgano?
386 La temprana degeneración de la burocracia
387 Las condiciones para la omnipotencia y caída de la burocracia
387 ¿Y qué pasará si no tiene lugar la revolución socialista?
388 La guerra actual y el destino de la sociedad moderna
389 La teoría del «colectivismo burocrático»
390 El proletariado y sus dirigentes
392 Las dictaduras totalitarias, consecuencia de una crisis aguda, y no de regímenes estables
394 La orientación hacia la revolución mundial y la regeneración de la URSS
395 La política exterior es la continuación de la política interna
396 La defensa de la URSS y la lucha de clases
397 Introducción
A Alejandro II, el zar que abolió la servidumbre en 1861, los rusos le llamaban «el libertador». A Alejandro III, quien sucediera en 1881 al anterior, víctima de la organización revolucionaria terrorista «la voluntad del pueblo», le decían «el pacificador».1 Nicolás II, que ascendió al trono en 1896, no pudo ostentar ningún mote. Reinaba poco más de un lustro cuando declaró una guerra a Japón que costó a los rusos miles de muertos y la humillación nacional más grande desde la guerra de Crimea.2
Devastado por la contienda y sumido en una crisis que el fin de la servidumbre no había podido resolver, el país se agitaba, sacudido por las luchas obreras que conducía el mejor organizado de los partidos socialdemócratas de la época, a pesar de su escisión en dos tendencias: menchevique y bolchevique.
La escasez, la subida de precios y un crudísimo invierno justificaron la procesión pacífica de miles de habitantes de San Petersburgo el 9 (22) de enero de 1905. Iban a pedirle mejoras al padrecito zar. La historiografía soviética afirmó siempre que un provocador era el responsable de haber movilizado a la población de la capital rusa en circunstancias de altísima tensión social y política. Con independencia del crédito que merezca esta aseveración, la inconformidad iba a desatarse de cualquier modo.
El zar ordenó disparar sobre la manifestación.
Sucedió lo inevitable: la crisis nacional estalló en una revolución. En menos de un año los obreros organizaron los sóviets, los principales dirigentes del partido regresaron al país, surgieron las milicias armadas y se produjo la insurrección en Moscú. El movimiento evolucionó desde la agitación general a las manifestaciones obreras aisladas con determinado nivel de organización, de ahí a la huelga general y de esta a la insurrección moscovita de diciembre de 1905. En apretado cuadro pudo apreciarse el desarrollo político de los obreros y sus líderes, y también sus debilidades organizativas. Una adecuada expresión del panorama político en el campo revolucionario fue la elección de León Trotski, cuya posición pretendía ser equidistante de las dos fracciones socialistas principales, como presidente del sóviet de San Petersburgo.
La guerra campesina y la lucha de los pueblos oprimidos por el zarismo necesitaron seis meses más para abarcar el inmenso país y los obreros no pudieron sincronizar sus acciones con el movimiento rural.
La sangre de los obreros de Moscú, las promesas del zar y la reforma económica del ministro Stolipin consumieron a la revolución ya en los primeros meses de 1907.
El «ensayo general de la Revolución de Octubre» dejó a los rusos la extraordinaria experiencia del sóviet como organización de poder, reveló la crisis definitiva del régimen zarista, expresó las contradicciones del capitalismo en Rusia en su compleja interconexión con antiquísimas reminiscencias feudales y aproximó temporalmente a las dos fracciones socialdemócratas, que en el propio 1905 celebraron su congreso de unificación. No debe escapar al lector este último hecho cuando indague en la polémica de Lenin con los mencheviques. En 1905 —y hasta 1912— las fracciones del POSDR se consideraban integrantes de un único partido.
En el año 1905, la fuente del cambio era una gigantesca crisis nacional en todos los órdenes de la vida social. Ninguna clase, grupo o estamento podía continuar soportando el estado de cosas. La gran masa de la población quería vivir de otra manera, supuesta en las mentalidades grupales como mejor. No importaba el planteamiento estratégico o táctico de las fracciones políticas más que el elemental deseo colectivo de una transformación radical, que se imaginaba tan colosal como ambigua.
La hegemonía proletaria, además de una necesidad estratégica, fue una evidencia. Ninguna clase fue más consecuente.
Doce años de la más oscura reacción no pudieron evitar la bancarrota definitiva del zarismo.
Introducción
1905 en el marxismo
Para la fecha de la Revolución Rusa un importante sector de la socialdemocracia internacional había abjurado de la idea misma de la revolución. En Rusia los mencheviques concebían el movimiento, en el mejor de los casos, solo como una revolución burguesa. Ni ellos ni los más audaces de sus correligionarios en Europa otorgaban a Rusia la posibilidad de hacer alguna vez, o por lo menos en un período histórico breve, una revolución socialista. Los bolcheviques se oponían a este último extremo, pero coincidían en la idea de que la revolución que se iniciaba era esencialmente antifeudal. Bolcheviques y mencheviques concordaban en la idea de una revolución nacional que fortalecería las relaciones de producción capitalistas.
Lenin aportó en ese momento una idea capital para todo el desarrollo posterior del marxismo. Como ya se había esbozado en 1848 y, sobre todo, como se demostró en los procesos históricos que desembocaron en la formación de los Estados nacionales en Alemania e Italia, las burguesías nacionales no estaban ya dispuestas no solo a encabezar, sino ni siquiera a participar apenas en las transformaciones antifeudales. La contradictoria coexistencia de rasgos feudales y capitalistas en el entramado socioeconómico de Rusia y Europa oriental, desde fines del siglo xix, echaba a las burguesías en brazos de las más reaccionarias monarquías, por temor a la consecuente escalada de las revoluciones hacia transformaciones de corte socialista. De esta tendencia verificada y verificable surgieron la teoría de la revolución permanente de Trotski y la prefiguración leninista de la posibilidad de la revolución mundial desde el llamado «tercer mundo», que cristalizara definitivamente como postulado teórico en 1923.
La aparente equidistancia de Trotski de bolcheviques y mencheviques significa aproximarse a los primeros en cuanto al hecho de producir y aun encabezar la revolución misma, y a los segundos —lo cual a los ojos de este autor resulta decisivo— en cuanto a la imposibilidad absoluta de la revolución socialista en los marcos nacionales.
En cuanto a la revolución permanente casi es suficiente distinguir entre las dos aproximaciones de Marx al término que Trotski utilizara indistintamente, sin que ello implique tacharlo de manipulador: sencillamente, este último abordó el asunto en circunstancias reales y teóricas mucho menos «puras» que las que Marx analizó. Se trataba, por un lado, de la idea del triunfo de la revolución al mismo tiempo en los países «más avanzados» de la Europa Occidental y, por otro, de la idea del tránsito de la revolución por fases sucesivas hasta el comunismo, sin otra interrupción que no fuera la sucesión inmediata de clases, grupos sociales o partidos en el poder político nacional. En 1905 Trotski se refería esencialmente a esta segunda versión de la revolución permanente, restringiéndola a su visión táctica del desarrollo de la Revolución Rusa y subrayando su inevitable integración con la revolución en Europa.
Toda vez que Rusia no podía por sí sola ni hacer la revolución burguesa —porque la burguesía no la quería—, ni la socialista, el proletariado tendría que tomar el poder de inmediato, resolver las tareas pendientes de la burguesía, y solo se mantendría en el poder con el concurso de la revolución proletaria en Occidente.
En cualquier caso, el creativo apego del presidente del primer sóviet de Petrogrado —que lo fue también del que tomó el poder en 1917— a la ortodoxia marxista hacía su posición mucho más comprensible y menos contradictoria en las mentes de los ideólogos contemporáneos3 que la más sutil, compleja y —en la distancia— audaz posición de Lenin, que parecía insostenible a los ojos de la mayoría de los marxistas de la época, empezando por Trotski, con independencia de que se situaran a la izquierda o a la derecha del canon socialdemócrata (menchevique, si se trata de Rusia) imperante.
En la polémica, Lenin carga las tintas sobre los mencheviques y, en tanto Trotski pertenecía anteriormente a esa corriente, Lenin asume como hecho incontrovertible la militancia de este en la posición de aquellos. Solo menciona dos veces y de pasada a su antiguo discípulo, próximo oponente y futuro correligionario. La posición de Trotski era, en efecto, muy minoritaria dentro del partido. El mantenerse, por lo menos en apariencia, fuera del debate de las dos grandes fracciones fue probablemente lo que dio a Trotski más amplio predicamento entre sectores de masas del proletariado de San Petersburgo. El asunto era mucho más complicado, salpicado del carácter muy polémico de las argumentaciones y no desprovisto de ciertas dosis de escolástica,4 las que resultaron letales para el Partido bolchevique, a largo plazo, en la dinámica de sus discusiones internas.
Al convertirse en el líder de la fracción bolchevique, Lenin no albergaba la menor duda acerca de la concomitancia decisiva de dos magnitudes sociológicas aparentemente —a los ojos de la escolástica «tradición» marxista—5 muy contradictorias: la transformación anticapitalista de la Rusia zarista, o la lucha contra el capitalismo ruso, si se prefiere, transcurriría de la mano de una revolución campesina antifeudal, y ambos serían dos procesos en uno. Este autor pone particular énfasis en el término anticapitalista, pues es esta la clave de la ambigüedad (según Trotski) de la fórmula táctica leninista de 1905.6
Polemizando, quizás sin saberlo, con la versión trotskista de la revolución permanente, 7 Lenin distingue el Gobierno revolucionario que propone de la «conquista del poder», entendiendo esta última como la conquista del poder por el proletariado para establecer su dictadura y el consecuente tránsito al socialismo.
Es importante llamar la atención sobre el hecho de que tanto Trotski como Lenin, a diferencia del grueso de los líderes mencheviques, eran insurreccionales ya en 1905. En la discusión, sin duda, Trotski resulta mucho más cautivo de la escolástica, si bien más comprensible a la luz pública,8 al embrollarse discutiendo con Lenin sobre el objetivo final. Este último ya ha dejado claro que el objetivo final no está en la discusión, sino que sencillamente aún no está a la orden del día. No es difícil aventurar que la tan cacareada y manipulada revolución permanente es hija de estas divergencias.
Y sin embargo, Lenin insiste en el carácter proletario, en determinado sentido, de la Revolución:
La peculiaridad de la Revolución Rusa estriba precisamente en que, por su contenido social, fue una revolución democrático-burguesa, mientras que, por sus medios de lucha, fue una revolución proletaria. Fue democráticoburguesa, puesto que el objetivo inmediato que se proponía, y que podía alcanzar directamente con sus propias fuerzas, era la república democrá tica, la jornada de ocho horas y la confiscación de los inmensos latifundios de la nobleza: medidas todas ellas que la revolución burguesa de Francia llevó casi plenamente a cabo en 1792 y 1793.9
El año 1917 pareció demostrar que la diferencia táctica entre Lenin y Trotski significaba muy poco. A la larga Trotski demostró que tampoco suponía que en Rusia estuvieran maduras las condiciones para el socialismo, no ya en 1905, sino ni siquiera en 1925. Sin embargo, Trotski, como Stalin10 años más tarde desde el extremo opuesto, propendía a plantearse el problema desde visiones teóricas generalizadoras y metas a alcanzar, más que desde el análisis concreto de la situación rusa, que era el fuerte de Lenin. Este último, por tanto, atacó duramente a los mencheviques, no tanto por las diferencias tácticas como por sus consecuencias estratégicas —sobre todo por la actitud ante la burguesía— tendientes a hacer prácticamente nula en cualquier perspectiva, una revolución socialista. Lo dominante en el menchevismo de 1905, más que la traición abierta —lo que sucedió en 1914 con la mayor parte de la fracción—, es la inconsecuencia.
Hay un aspecto más sutil en la crítica antimenchevique, que se pierde en los avatares de lo psicológico y en los misterios de las mentalidades colectivas, específicamente dentro de las vanguardias políticas: en 1789 el común de los franceses, políticamente activos o no, identificaba la crisis nacional con la crisis del modelo; en la Rusia de 1905 ya no era tan así. En la misma medida en que la burguesía se desplazó, por su temor a las masas, de una posición antifeudal militante a una posición de connivencia con sectores de la oligarquía, determinados segmentos de los que ostentaban la representación popular retrocedieron igualmente hacia la connivencia con la burguesía.
El asunto adquiría mayor importancia en tanto el despertar de la actividad política de la gran masa de la población tenía lugar al calor de una revolución que, desde sus bases, trascendía las meras transformaciones antifeudales. Hoy se nos escapa con frecuencia que buena parte de las tan cacareadas libertades burguesas se conquistó por las masas luchando contra la burguesía. El sufragio universal es el mejor ejemplo. Engels vio en él, al final de su vida, una excelente arma de lucha por el poder en manos del proletariado. La Revolución de 1905 se produce varias décadas antes de que los centros ideológicos del capitalismo comenzaran a manipular esas ideas en su provecho, aunque nunca las hubieran llevado consecuentemente a la práctica.
Había que convencer de la necesidad de hacer una revolución realista, comprensible y beneficiosa, garantizando a cualquier plazo el tránsito al socialismo.
Un abarcador resumen de las diferencias dentro de la socialdemocracia rusa es ofrecido por Trotski mucho después:
En resumen. El populismo, como el eslavofilismo, provenía de ilusiones de que el curso de desarrollo de Rusia habría de ser algo único, fuera del capitalismo y de la república burguesa. El marxismo de Plejánov se concentró en probar la identidad de principios del curso histórico de Rusia con el de Occidente. El programa que se derivó de eso no tuvo en cuenta las peculiaridades verdaderamente reales y nada místicas de la estructura social y el desarrollo revolucionario de Rusia.
La idea menchevique de la Revolución, despojada de sus episódicas estratificaciones y desviaciones individuales, equivalía a lo siguiente: la victoria de la revolución burguesa en Rusia solo era posible bajo la dirección de la burguesía liberal y debe dar a esta el poder. Después, el régimen democrático elevaría al proletariado ruso, con éxito mucho mayor que hasta entonces, al nivel de sus hermanos mayores occidentales, por el camino de la lucha hacia el socialismo.
La perspectiva de Lenin puede expresarse brevemente por las siguientes palabras: La atrasada burguesía rusa es incapaz de realizar su propia revolución. La victoria completa de la revolución por medio de la «dictadura democrática del proletariado y los campesinos», desterraría del país el medievalismo, imprimiría al capitalismo ruso el ritmo del americano, fortalecería el proletariado en la ciudad y en el campo, y haría posible efectivamente la lucha por el socialismo. En cambio, el triunfo de la Revolución Rusa daría enorme impulso a la revolución socialista en el Oeste, y esta no solo protegería a Rusia contra los riesgos de la restauración, sino que permitiría al proletariado ruso ir a la conquista del poder en un período histórico relativamente breve.
La perspectiva de la revolución permanente puede resumirse así: la victoria completa de la revolución democrática en Rusia solo se concibe en forma de dictadura del proletariado, secundado por los campesinos. La dictadura del proletariado, que inevitablemente pondría sobre la mesa no solo tareas democráticas, sino también socialistas, daría al mismo tiempo un impulso vigoroso a la revolución socialista internacional. Solo la victoria del proletariado de Occidente podría proteger a Rusia de la restauración burguesa, dándole la seguridad de completar la implantación del socialismo.11
Sin embargo, el esbozo de la posibilidad de una revolución socialista en Rusia y, aun más, en el mundo subdesarrollado, tendrían que aportar una 10 León Trotski: Textos escogidos corrección al esquema de Marx que trascendería, con mucho, la recuperación, recreación y superación de lo mejor de la herencia revolucionaria burguesa, de la que los bolcheviques se enorgullecían, y del marxismo conocido. Sucedió que la globalización y el progreso científico-técnico que Marx concibió imposibles en la sociedad capitalista que le tocó vivir, continuaron su paso indetenible de la mano del capitalismo, expresando de manera cada vez más contradictoria el carácter social de la producción y ya no solo el carácter individual de la apropiación, sino de cualquier tipo de consumo, incluida la apropiación de la cultura.
1905, 1917… y 2008
Lenin no se planteó nunca la historia en términos de teleología. Era demasiado revolucionariamente irreverente para eso. La continuidad de 1905 en 1917 está tajantemente definida, pero las diferencias eran sustanciales. La expresión de Trotski de que en 1917 «los bolcheviques se desbolchevizaron»,12 que fue su explicación de la alianza con Lenin en vísperas del movimiento de octubre, se interpretaba en las discusiones de los años veinte desde un escolasticismo irreparable, contrastante con el altísimo nivel intelectual del bolchevismo en tiempos de Lenin. La idea de Trotski era que los bolcheviques habían defendido siempre la sucesión de etapas en la revolución, contra la revolución permanente y el argumento principal a su favor eran las tesis de 1905. En 1917, siguiendo el testimonio de Trotski, los bolcheviques renunciaron a su postura anterior y se encontraron con la posición de este último.13 Los sucesivos adversarios de Trotski14 en la década del veinte argumentaban que eso no era cierto, que la «dictadura revolucionaria de los obreros y los campesinos» contenía en su germen todo lo necesario para el tránsito a la revolución socialista, que Lenin enfatizó en la hegemonía proletaria en la revolución democrática —lo que es cierto, pero no es el punto—, que el partido conduciría sucesivamente a la clase obrera en todas las etapas15 de la revolución, etcétera.
En realidad y según consta en las fuentes primarias, sencillamente habían cambiado las condiciones: «Señalaremos de pasada que esos dos defectos [se refiere a los “defectos” de las condiciones de la revolución en 1905, F.R.] serán eliminados indefectiblemente, aunque tal vez más despacio de lo que Introducción 11 nosotros deseáramos, no solo por el desarrollo general del capitalismo, sino también por la guerra actual […]».16
Aparte de la eliminación de los defectos, sucedió que en febrero de 1917 la burguesía, contra todos los pronósticos anteriores de Lenin y Trotski,17 sí tomó el poder, ciertamente en singular convivencia con el poder de los sóviets.
Lo que la Revolución de 1905 no logró aportar al desarrollo de un capitalismo avanzado sería suplido con creces, por el inevitable desarrollo del propio capitalismo ruso y, sobre todo, por la guerra mundial. Esta conclusión tiene particular importancia en lo que se refiere a la educación de la clase obrera rusa y de su partido.
Lamentablemente, ese singular aspecto de la herencia de Lenin ha permanecido en el olvido. Múltiples y contradictorias tendrían que ser las consecuencias de tal planteamiento. El espacio solo permite algunos apuntes.
Para empezar, sería muy sugerente una lectura hacia atrás del tercer tomo de El capital, una aproximación contemporánea a las esencias de la reproducción ampliada, contenida exhaustivamente en muchos estudios, poco conocidos y censurados por la maquinaria ideológica del capitalismo, acerca del injusto orden económico mundial de nuestros días.
Marx y Engels analizaron la reproducción ampliada tomando en cuenta las relaciones de intercambio entre los centros del capitalismo. Las colonias se veían como una prolongación de las metrópolis, en una perspectiva que no se diferenciaba mucho de una relación de intercambio precapitalista. Por ello, el análisis de la dominación económica y de la formación de la plusvalía prácticamente se circunscribía a la relación entre los patronos y los obreros. Estos últimos, al emanciparse, emanciparían al resto de la población oprimida incluyendo a los habitantes de la periferia del capitalismo.
Los bolcheviques se quedaron solos con su revolución en un país devastado. Estaban obligados a crear las premisas materiales del socialismo que, según Marx y Engels, debieron madurar en el capitalismo, y ya no podían contar con la solidaridad del proletariado europeo triunfante como contrapeso a la insuficiencia del capitalismo ruso. Más que la ley del valor,18 es esta circunstancia, imprevisible para Marx, la que rige, ineluctablemente, el proceso de construcción del socialismo históricamente conocido. En ella hay que buscar los fundamentos de los audaces planteamientos acerca de las «tareas inmediatas del poder soviético», la NEP, el plan cooperativo y hasta la teoría de Bujarin sobre la «construcción del socialismo a paso de tortuga, tirando de nuestra gran carreta campesina».19
La guerra y la reacción habían demostrado con creces que no se vencería al capitalismo mediante el sufragio universal, que la socialdemocracia internacional, en el mejor de los casos, no podía aceptar el aserto anterior y en el otro extremo, sencillamente comenzaba ya a representar a los sectores medios beneficiados por la opresión colonial y de las capas más pobres de las sociedades de los países capitalistas desarrollados. La explotación de los inmigrantes en todo el mundo capitalista desarrollado contemporáneo es una singular expresión de ese fenómeno.
En la misma medida en que no era posible plantearse que la sola maduración de las condiciones del socialismo en el marco del capitalismo avanzado desembocara en la revolución que lo barriera, tampoco podía contarse ya con que la premisa de la democracia burguesa fuera suficiente para la construcción del orden político socialista. Después de destacar en El Estado y la revolución la cuestión de principio del derribo de la maquinaria estatal burguesa, pone en los sóviets la atención que no había fijado en 1905, insistiendo sobre todo, además de las elecciones, en las cuestiones de la dirección colectiva, la participación y la revocación. Eran estas últimas las que distinguirían definitivamente la nueva maquinaria estatal de la anterior, las que prefiguraban desde su fundación la inevitable desaparición de cualquier maquinaria, condición indispensable al nuevo Estado que parecía iba a durar un tanto más de lo previsto.
La convivencia más o menos larga del país socialista aislado con las grandes potencias capitalistas imponía la necesidad de una geopolítica de Estado a la Rusia soviética. No era este el ideal de Marx y Engels. Lenin pretendió resolver la contradicción haciendo públicas todas las políticas y ampliando a todo cauce la discusión ideológica.
En poco tiempo los sóviets se burocratizaron y la geopolítica impuso limitaciones al ejercicio democrático. Más que eso, el país soviético tuvo que dirimir el conflicto inevitable con el capitalismo por medio de las armas.
Lenin se respondió a sí mismo planteando el imperativo de una revolución cultural. Hacía mucho tiempo había manifestado la necesidad del cambio cultural, pero lo veía inmerso en la lógica del desarrollo del capitalismo, primero, y después, como algo concomitante a la revolución mundial. Tanta fue su insistencia que no han faltado quienes lo acusen de europeísta o eurocentrista, cuando en realidad no hacía más que ser fiel al espíritu de los tiempos, lo que es bastante pedir para un revolucionario. En este asunto y en el de la democracia vuelve a aparecer el problema de la identificación o la comprensión, al menos, de algunos valores de la burguesía,20 asunto que la división geopolítica y el estalinismo militante convirtieron en tabú. Por lo pronto, se trataba de producir en la Rusia atrasada una revolución cultural que no solo ni mucho menos igualara a la sociedad soviética con sus vecinos capitalistas, sino que los superara y planteara el problema del cambio cultural, desde una perspectiva completamente nueva, que amalgamara la tradición popular, asimilara lo mejor de la cultura universal y propusiera un modo de vida, una percepción ideológica y un arte nuevos, todo eso a un tiempo.
La combinación entre la lucha contra la burocracia, el plan cooperativo y el cambio cultural, debería conducir a una sociedad suficientemente próspera e igualitaria, con espacios de participación colectiva relativamente libres de la presión estatal, que funcionaran como un nuevo tipo de sociedad civil, encabezada por el partido, pero ejerciendo presión sobre su aparato. La vida espiritual sería —y tendría que ser— rica, amplia y diversa, medio de realización ciudadana y de enfrentamiento a cualquier forma de opresión, propia o ajena. En ese escenario, el primer Estado socialista podría intentar liderar una revolución de los pueblos oprimidos.
En definitiva, una vez vencidas las oposiciones bolcheviques de los años veinte, lo dominante en la política y la ideología soviéticas fue la preservación del poder del Estado y una mejoría temporal de las condiciones de vida del ciudadano común, ciertamente en términos de igualdad nunca vistos en la historia humana. Pero no pudieron crearse las condiciones materiales, culturales y políticas del socialismo que Marx vislumbró.
La socialización de la cultura y su extraordinaria, inagotable y definitiva concomitancia con el progreso científico quedaron en manos de la burguesía mundial, la que, consciente de que tenía que enfrentar una alternativa formidable, puso su baza en la pugna, iniciando la tradición burguesa —pronto cumplirá cien años— de políticas de Estado, eficaz arma ideológica contra el socialismo. El mundo de fines del siglo xx pudo contemplar, como la expresión más acabada de la dominación de muchos por unos pocos, el control del imperialismo sobre la difusión de la cultura. Tal contemplación es posible —dramática prueba de la monstruosidad del dominio— solo después de un arduo esclarecimiento.
El orden posterior a la Segunda Guerra Mundial se definió mucho más por las necesidades geopolíticas que por los intereses de los pueblos, aun cuando estos últimos fueron preservados en la medida en que no contradecían las condiciones que Stalin consideró imprescindibles para la supervivencia del Estado soviético deformado, que a pesar de todo seguía siendo una alternativa al sistema capitalista. El titánico esfuerzo de los hombres y mujeres soviéticos no alcanzó al medio siglo después de su supuesto cénit. Menos de dos décadas después, las angustias de Lenin aparecen con toda su crudeza: chinos y vietnamitas prueban la «economía socialista de mercado», tras el olvidado Bujarin, los incorregibles yugoslavos y el brillante pragmá tico Deng Xiao Ping, sin poder librarse de la amenaza de una restauración capitalista, tan espontánea y natural que no pueda ser evitada.
Una lectura cuidadosa de la herencia póstuma de Lenin indica a este autor que la imposibilidad de liberar a los ciudadanos de la coerción estatal y las obligaciones geopolíticas inevitables del país socialista aislado, además de la prioritaria construcción de los fundamentos materiales de un socialismo todavía lejano, condujeron a Lenin a esbozar, junto a la revolución tercermundista, una peculiar —e inédita en el marxismo— versión de la sociedad civil, el Estado y la relación entre ambos. Se trata de que, conservando en manos del Estado los pilares de la economía y los servicios (la energía, el transporte, la industria pesada y la cultura), las esencias de la dictadura proletaria y de sus órganos de poder; la sociedad civil, asentada materialmente —sobre todo— en la producción cooperativa21 y en condiciones de la más amplia democracia proletaria y la más abierta discusión ideológica, asumiera cada vez más funciones propias en la construcción del socialismo. La desburocratización del partido y la presencia en sus órganos de dirección a todos los niveles de obreros de filas, la oposición a la fundación de la URSS y la reforma del control, sustituyendo su esencia burocrática por un verdadero control popular, deben aquilatarse en el contexto de esta visión. El partido es percibido como líder de la sociedad civil, junto al Estado, pero sobre todo frente a él. No es ocioso apuntar que tal práctica permeó toda la actividad de Lenin en el período más fecundo de su labor como jefe del Gobierno bolchevique.
La dominación cultural del capitalismo contemporáneo otorga a la revolución tercermundista una dimensión más trascendente: al luchar por el socialismo, nuestros pueblos luchan también por la cultura, por la liberación espiritual del género humano.
Las esperanzas parecen volverse hacia los procesos que, sin mucho apego a las elucubraciones marxistas y leninistas, enfilan su rumbo, sencillamente, a transformar un orden que puede significar el fin de la civilización. Es tan atroz el capitalismo que después de derrotar al socialismo soviético y su extensa saga «en nombre de la libertad», parece encaminarse a hacer perecer al género humano.
Lenin lo previó casi todo, salvo la propensión de sus sucesores al crimen de lesa humanidad. Los procesos en ciernes le dan razón hasta la profundidad de los pasados cien años. Ello no resta méritos a los que han intentado, contra los crímenes de Stalin y las aventuras ultraizquierdistas, buscar caminos alternativos hacia el poder del pueblo, ni a los que han pretendido derivar de las culturas nacionales la solución a los problemas propios, como él mismo hizo, amén de desarrollar, heréticamente, lo mejor del marxismo. Pero nadie se ha hecho, como Lenin, las mismas preguntas sobre las perspectivas de la felicidad de pueblos enteros, desde la cúspide del poder del Estado más extenso, uno de los más poblados, más pobres y más pioneros que conoce la historia del género humano.
Hace poco leí que el cuerpo momificado de Lenin podría albergar células susceptibles de producir un clon. Presto a la noticia el poquísimo crédito que inspira el sensacionalismo de la prensa burguesa. No puedo evitar, sin embargo, sonreír ante la perspectiva de que nos encuentre discutiendo los mismos problemas que le atormentaron al morir. Por lo pronto, intente el lector indagar sobre esos problemas en la visión de la Revolución de 1905.
Fernando Rojas
La Habana, 5 de agosto de 2008.