Pablo
Guadarrama González.
Universidad
Central de Las Villas.
Santa Clara. Cuba.
MARX AHORA #15, 2003
English
Hace sesenta años un revolucionario ruso, que con lógicos aciertos y
errores consagró su vida a realizar las ideas del Manifiesto
Comunista, consideró necesaria la revalorización de sus
principales ideas cuando en 1938 este histórico documento
cumplía noventa años de su primera edición.
León Trotsky desde el exilio, expulsado del país que había
emprendido la primera revolución socialista en el mundo -de la cual
él había sido uno de sus principales líderes-, intentaba destacar
aquellas tesis de dicho texto que consideraba aún válidas, y a la
vez proponer correcciones y adiciones acorde con los cambios que se
habían producido en el mundo, luego de transcurridas nueve décadas.
Hoy, después de más de media centuria de aquella valoración, resulta
sugerente y necesario enjuiciar el análisis de Trotsky en esa
época, no por simple curiosidad filológica, sino porque posibilita
retomar la cuestión de la validez del Manifiesto en sentido
general para la transformación de las circunstancias actuales del
desarrollo capitalista, en las cuales las ideas sobre el socialismo
no gozan de las mismas expectativas que años atrás.
Seguramente, dentro de algunas décadas a investigadores del siglo
XXI les interesará conocer cómo se valoraban las ideas del
Manifiesto en estos tiempos finiseculares, en los que para muchos
las ideas comunistas resultan poco atractivas tras la caída del
muro de Berlín.
Tenemos el deber de pronunciarnos al respecto y aprovechar estas
efemérides significativas en la historia del pensamiento y la praxis
socialista para fundamentar por qué no es posible renunciar a
seguir intentando tomar el cielo por asalto.
Una primera dificultad ética de carácter profesional debe
resolverse. Los propios autores del texto, aunque a los
veinticuatro años de su primera edición reconocían que “algunos
puntos deberían ser retocados”(1) y que “este programa ha
envejecido en algunos de sus puntos” (2), planteaban que “sin
embargo, el Manifiesto es un documento histórico que ya no
tenemos derecho a modificar”(3). La lógica consideración que sentían
por las ideas fundamentales de aquella obra engendrada en sus
fecundos años juveniles les aconsejaba conservar el texto original
y solo escribir nuevos prefacios como medio de rectificación y
renovación.
Tal actitud debe ser premisa de cualquier análisis posterior sobre
este documento, pero no invalida en modo alguno las necesarias
reflexiones críticas que de acuerdo con las transformaciones del
mundo contemporáneo exige una obra como esta, elaborada por esos dos
autores, fervientes propugnadores del uso de la crítica.
Trotsky consideraba que “el pensamiento revolucionario no tiene
nada en común con la idolatría. Los programas y las predicciones se
verifican y corrigen a la luz de la experiencia, que es el criterio
supremo de la razón humana. También el Manifiesto requiere
correcciones y adiciones” (4). Pero estas, a su juicio, para
efectuarse con éxito debían realizarse utilizando el método que
había servido de base al Manifiesto.
Aunque en su texto Trotsky no especifica de forma explícita a
qué método se refiere, es lógico presuponer que no se trataba de
una dialéctica en abstracto, que cual vara mágica resolviera todos
los entuertos, sino de lo que según el dirigente ruso -al
destacar la primera de “las ideas del Manifiesto que
conservan hoy todo su vigor” (5) -constituía “la concepción
materialista de la historia, descubierta por Marx poco antes y
aplicada con una consumada maestría en el Manifiesto”(6), que
a su juicio “ha resistido perfectamente la verificación de los
acontecimientos y los golpes de la crítica hostil”(7).
Por supuesto que tal aseveración de Trotsky no deja de ser
controvertida, pues no solo en su época sino hasta el presente, no
resulta sencillo determinar con unánime aceptación cuáles son todos
y cada uno de los componentes de la referida concepción
materialista de las historia y cómo se comportan.
Otros juicios de Trotsky al respecto resultan hiperbolizadores, como
el que sostiene que “todas las demás interpretaciones del proceso
histórico han perdido cualquier significación científica” (8). Tales
formulaciones descalificadoras en su totalidad de otras aportaciones
teóricas al estudio del desarrollo histórico no han resultado
apropiadas al espíritu originario de los autores del Manifiesto,
caracterizado por la franca postura de la superación dialéctica al
reconocimiento del contenido objetivo de muchas de las producciones
teóricas de la filosofía burguesa que tanto Marx y Engels como Lenin
aconsejaron.
No se puede obviar que el texto en cuestión se trataba de un
manifiesto que por las características usualmente
establecidas para este tipo de documento se considera una especie de
llamamiento, en el cual un dirigente político, religioso, etc.
expone las ideas básicas de un programa, sus objetivos,
aspiraciones, etc. Este tipo de convocatoria suele formularse de la
manera más sencilla para su fácil comprensión por amplios sectores
populares a los cuales está dirigido y no a una elite intelectual
que demandaría, seguramente, mayor elaboración y fundamentación
teórica.
“Si un manifiesto es siempre por definición esquemático y
propositivo” (9) -como plantea Francisco Fernández Buey en el
prólogo a la reciente reedición española del clásico texto con
motivo de sus 150 años- un análisis sobre este tipo de documento
no tiene que atenerse al exigido requisito de la brevedad cuando
se redacta, aunque si también puede lograrse, es mucho mejor.
Los autores del Manifiesto solo utilizaron veintitrés páginas
en su edición alemana originaria para expresar las características
básicas de la evolución histórica, en especial de la sociedad
capitalista, y el programa de los comunistas para superar esa
enajenante sociedad. Trotsky apenas utilizó once páginas impresas
en la versión castellana de su análisis sobre este documento, que
como homenaje a su noventa aniversario publicó en 1938 con el
título de “El programa de transición para la revolución
socialista.
Ni unos ni el otro se propusieron escribir un tratado sobre el
asunto. Solamente esbozar las tesis fundamentales de un proyecto de
transformación revolucionaria que se fundamentaba en serios y
analíticos estudios sobre el desarrollo social planteados en
otros textos o simplemente esbozados y por tanto requerirían futura
elaboración.
En su siglo y medio de existencia se han escrito inumerables
estudios pormenorizados, en los más diversos idiomas, de una obra
cuantitativamente tan pequeña. Algunas razones existirán para que
las peligrosas formulaciones de este breve texto hayan causado y
sigan motivando tantos desvelos a los celadores del capitalismo en
tan largo período. Por lo que habría que también tomar en
consideración el volumen de los análisis de sus detractores,
empeñados en hacerlo desaparecer de la literatura mundial.
Marx y Engels asumieron la responsabilidad de redactar el
Manifiesto ante todo como una tarea política. En primer lugar
desde esa perspectiva debe ser justipreciado. Articulado a ese
carácter de la obra debe ser valorada la riqueza científica e
intelectual que ella logra.
Cualquier estudio que se haga sobre el Manifiesto presupone
siempre una postura política ante él, aunque aparentemente no sean
estas las intenciones de algunos especialistas.
Tampoco Trotsky ocultó el firme sentido político que le concedió al
análisis que emprendió sobre dicho documento. Por tal motivo cada
una de las doce conclusiones en forma de tesis que elaboró sobre las
ideas vigentes del Manifiesto a sus 90 años, como las ocho
adiciones y correcciones que le hizo, estaban ante todo motivadas
por el marcado interés de contribuir a impulsar el proyecto
revolucionario hacia el socialismo, concebido por él, en consonancia
con Marx y Engels, como un proyecto histórico universal de carácter
mundial. Sus consideraciones estaban, a su vez, dirigidas a
criticar lo que consideraba como desviación del rumbo socialista de
la Revolución de Octubre.
En su segunda conclusión, apoyándose en la tesis de que “la historia
de toda sociedad que haya existido hasta ahora es la historia de la
lucha de clases”, considera como revisionista toda actitud
conciliadora o colaboracionista de clase, y entre ella destaca la
de “los despreciables epígonos de la Internacional Comunista (los
stalinistas)” ,a quienes acusa de haber seguido el mismo camino con
la propuesta del llamado Frente Popular, que según su criterio
“dimana por completo de la negación de las leyes de la lucha de
clases; cuando es precisamente la época del imperialismo, que lleva
a las contradicciones sociales a su máxima tensión , la que da al
Manifiesto Comunista su victoria teórica
suprema” (10).
En este punto Trotsky parece pasar por alto completamente la IV
parte del propio Manifiesto, en la cual se recomienda la
actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición
en general y no solamente en relación a los existentes en la época
de Marx y Engels, pues se formula en dicho documento que “los
comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre
los partidos democráticos de todos los países” (11).
Tales necesarias alianzas que deben establecerse en circunstancias
específicas para alcanzar conquistas favorables al proletariado,
fueron puestas en práctica por Lenin, a quien Trotsky, a pesar de
sus discrepancias iniciales, finalmente tanto admiró. Para Trotsky ,
“la escuela de Lenin era una escuela de realismo revolucionario”
(12). La misma aceptación de Trotsky por parte de Lenin al lado del
bolchevismo en los momentos inminentes del estallido de la
Revolución Socialista en Rusia, es una prueba de la validez de tal
política.
Por tal razón, oponerse a la imprescindible alianza con las fuerzas
democráticas que junto a los comunistas se enfrentaban al fascismo
en los años treinta, no solo era una expresión de romanticismo, sino
de lo peligroso que podía resultar para el futuro de la primera
revolución socialista de la historia una interpretación
ultraizquierdista como la de Trotsky sobre el papel de la lucha de
clases.
Acertada resulta en sentido general la tercera observación de
Trotsky, según la cual aunque la anatomía del capitalismo fue
expuesta de forma acabada en El Capital (1867), :”en el
Manifiesto Comunista están ya firmemente esbozadas las líneas
principales del análisis futuro” (13), y entre otros ideas avanzadas
destaca el proceso de “concentración de la riqueza en manos de un
número cada vez menor de propietarios, en un polo, y en el otro el
crecimiento numérico del proletariado; la preparación de las
condiciones materiales y políticas previas para el régimen
socialista”(14).
El proceso de polarización de la riqueza, indudablemente, se ha
incrementado, pero tal vez en los momentos en que Trotsky efectúa su
análisis no era tan perceptible por su dimensión y dinámica como lo
es en la actualidad, cuando se aprecia que este es mucho mayor a
nivel internacional entre países desarrollados y países explotados,
que en el seno interno de los primeros, donde sin duda también se
desarrolla.
Precisamente las excesivas ganancias que obtienen de ese injusto
des-orden económico internacional posibilita que la
inteligencia capitalista utilice algunas de ellas para sobornar
“inconscientemente” a la clase obrera y a los sectores desclasados,
y de tal modo construir válvulas de escape ante la posibilidad de
explosiones sociales que puedan tomar carácter revolucionario.
Estos mecanismos de protección engendrados por el capitalismo para
su supervivencia no eran tan apreciables en su real magnitud en los
tiempos en que se escribió el Manifiesto y luego, aunque en
la época en que Trotsky efectúa su análisis ya se habían desplegado
con más fuerza, no fueron sopesados adecuadamente por el
revolucionario ruso.
De otro modo no se entendería tampoco su cuarta conclusión sobre la
teoría de la pauperización, en la cual considera que la
conformación de la aristocracia obrera constituye más una tendencia
pasajera que un fenómeno estable.
Al defender la validez de la teoría de la pauperización creciente
de la clase obrera y de otras clases intermedias expresada en el
Manifiesto , Trotsky desestima los recursos que también sabe
invertir siempre el capitalismo para intentar mantener su
supervivencia, aun cuando estos presupongan algunas cuotas de
“sacrificio” con la disminución muy relativa de las ganancias de los
grandes y medianos empresarios, además de innumerables medidas de
manipulación ideológica a fin de hacer creer a sectores del
proletariado y a las clases medias que viven en el mejor de los
mundos posibles.
La subestimación de estos mecanismos protectores del capitalismo
condujo a Trotsky a hiperbolizar las posibilidades del triunfo de
la revolución socialista a escala mundial. Este error, unido a la
exageración del prestigio y el papel de la IV Internacional, -según
su criterio, único bastión por entonces del pensamiento marxista-,
le llevó a sostener que cuando se celebrase el centenario del
Manifiesto Comunista esta organización se habría convertido en
la fuerza revolucionaria decisiva del planeta. Tal aseveración debe
solamente ser útil para apreciar el grado de convicción del líder
ruso excomulgado de la Unión Soviética en su interpretación del
marxismo, así como del excesivo optimismo que caracteriza a muchos
revolucionarios.
Para Trotsky, en su quinta consideración “la verdad demostró
igualmente estar del lado de Marx” en cuanto al incremento de las
crisis comerciales e industriales del capitalismo. Su permanente
reproducción desmintió a los revisionistas que consideraban que los
trust permitirían controlar el mercado y eliminar las crisis.
Hoy se podría añadir que la verdad no solo demostró acompañar a
Marx y Engels, sino también a Lenin (15), a Trotsky , a Fidel (16)
y a cuantos marxistas y no marxistas (17) se han percatado y han
demostrado que el capitalismo es inimaginable sin crisis, tanto de
naturaleza comercial e industrial como de carácter financiero en su
etapa monopolista por el desenfrenado nivel especulativo que ha
tomado el capital financiero en su desarrollo contemporáneo.
La historia hoy en día demuestra que si idílicamente el capitalismo
pudiera eliminar las crisis, las inventaría, pues estas les son
incluso imprescindibles para su reproducción y ampliación. Si
según célebre frase “todo lo sólido se desvanece en el aire”,
mayores razones hay para pensar que se desvanezca lo menos sólido
como resultan las fastuosas estructuras financieras transnacionales.
La sexta tesis del Manifiesto que Trotsky enalteció es
aquella que sostiene que “el poder ejecutivo del Estado moderno no
es sino un comité para la gestión de los asuntos comunes de la
burguesía en su conjunto”(18). En ese sentido, acertadamente
consideró que “la democracia modelada por la burguesía no es, como
pensaban Berstein y Kautsky, un saco vacío que puede llenarse
tranquilamente con cualquier especie de contenido de clase. La
democracia burguesa solo puede estar al servicio de la burguesía”
(19). Pero la veracidad de esta idea no le otorgaba razón a Trostky
para de nuevo arremeter contra las posibilidades de los gobiernos
del Frente Popular que se constituían en aquella década del treinta.
Resulta muy acertado pensar que jamás el poder de la burguesía
posibilitará la implantación de fórmulas de democracia que puedan
poner en peligro la supervivencia de su hegemonía de clase. Pero
este hecho no impide que la clase obrera y demás sectores populares
en su lucha alcancen conquistas económicas y sociales que a la
larga benefician el proceso revolucionario si son defendidas y
perfeccionadas consecuentemente.
La irreflexiva actitud de asumir la lucha por la democracia bajo
la consigna de “todo o nada”, desestima que aunque con la sociedad
burguesa la democracia alcanzó un significativo nivel de
perfeccionamiento y de refinamiento como modo de dominación de clase
para apuntalar la sociedad capitalista, en su naturaleza última la
democracia ha sido desde la antigüedad una conquista de la
humanidad y lo seguirá siendo en la medida en que se supere
dialécticamente su forma burguesa de expresión, es decir,
creando una superior y asimilando también algunos de los logros de
aquella y no desechándola en su totalidad en franca actitud
nihilista. Por tal motivo las posturas ultraizquierdistas, no
obstante sus buenas intenciones, pueden conducir a objetivos muy
distantes de los que se proponen.
Sin embargo, el interés de Trotsky era revalidar en su octava
conclusión la tesis del Manifiesto según la cual “los
comunistas declaran abiertamente que sus fines solo pueden
alcanzarse mediante el derrocamiento por la fuerza de todas las
condiciones sociales existentes”(20). Y ese planteamiento la
historia parece reconfirmarlo.
Oponiéndose al reformismo Trotsky sostenía que” el proletariado no
puede conquistar el poder en el marco legal establecido por la
burguesía”(21). Este planteamiento al ser asumido como un principio
inalterable del marxismo justificaba su actitud maniquea frente a
la democracia burguesa en general. Tal postura subestima la tesis
de Marx y Engels, según la cual estos admitieron la posibilidad de
la lucha de la clase obrera utilizando mecanismos parlamentarios.
Cuando en ese documento se declara el carácter imprescindible de
la fuerza, que usualmente se interpreta como la
violencia revolucionaria, esta no presupone exclusiva y
absolutamente el desarrollo de la insurrección armada, tal y como
había sido fundamentalmente la experiencia hasta entonces a
partir de la Comuna de París y del asalto al Palacio de Invierno en
la Revolución Rusa de octubre de 1917, en la que Trotsky había
desarrollado un significativo papel en la dirección del Comité
Militar Revolucionario de la insurrección. También hay que tomar en
consideración su activa participación en la gestación del Soviet
de Petrogrado durante la revolución fracasada de 1905.
Tras la muerte de Trotsky se produjeron en estos sesenta años
nuevas experiencias en la lucha por el socialismo. En los países
de Europa del Este ocupados por el Ejército Rojo tras la Segunda
Guerra Mundial se produjeron transformaciones revolucionarias
apuntaladas desde la Unión Soviética y utilizando mecanismos de
lucha parlamentaria. La lucha electoral llevó al triunfo de la
Unidad Popular en Chile, aunque después fracasara por no haberse
preparado suficientemente para defenderse frente a la amenaza
fascista.
Estos intentos fallidos de ningún modo descalifican de facto
cualquier posibilidad de acceder hacia la construcción socialista
aprovechando cualquier oportunidad que ofrezca la lucha política
electoral.
Otra cuestión es la salvaguarda por las distintas vías de la fuerza
e imprescindible defensa armada, si es necesario, de las conquistas
logradas en cualquier proceso revolucionario, independientemente de
las vías por las cuales estas se hayan alcanzado.
El hecho de que hasta el presente ninguno de los países que por vías
electorales en algún momento intentaron la construcción socialista
lo haya logrado y se haya renunciado por múltiples factores a tal
empresa, no constituye prueba absoluta de validez de su
imposibilidad futura.
Si los comunistas del siglo XX se hubieran atemorizado por la
derrota de la Comuna de París, no se hubiera logrado las
conquistas socialistas que desde la Revolución de Octubre hasta la
actualidad se han alcanzado y que han obligado incluso a los
países capitalistas a tomar medidas favorables a la clase obrera.
En su novena conclusión, Trotsky consideraba que “ el proletariado
organizado como clase dominante “ que a su juicio era su
dictadura, constituía “la única democracia proletaria
verdadera.”(22) Presuponía que “cuantos más sean los Estados que
tomen el camino de la revolución socialista, tanto más libres y
flexibles serán las formas asumidas por la dictadura, tanto más
abierta y avanzada será la democracia obrera”(23).
Evidentemente su formulación estaba condicionada históricamente por
la existencia exclusiva entonces de un país como la URSS, que se
empeñaba en construir el socialismo y que de acuerdo con la
interpretación trotskista de la imprescindible revolución mundial
como revolución permanente , estaba condenada al fracaso
sino triunfaba la revolución socialista en el resto del mundo, al
menos en los principales países desarrollados.
Ateniéndose a lo formulado en el Manifiesto sobre el
desarrollo internacional del capitalismo, Trotsky en su décima
consideración sostenía que “este ha predeterminado el carácter
internacional de la revolución proletaria”(24) y, por tanto, a su
juicio “ha adquirido completa y decisivamente un carácter mundial”
(25). Acusaba a la burocracia soviética de tratar de liquidar del
Manifiesto esta cuestión fundamental y la consideraba como una
degeneración bonapartista que justificaba la insostenible teoría
del socialismo en un solo país.
Como puede apreciarse Trotsky aparentemente en su interpretación
del Manifiesto parecía estar más cerca de las tesis originales de
Marx y Engels, que lo que pudiera parecerlo Stalin y la entonces
dirigencia soviética. Pero los análisis históricos no deben dejarse
seducir por una hermeneútica despojada del contenido objetivo que
los testarudos hechos, como Lenin sugería, exigen tomar en
consideración.
No se trata de analizar si el camino tomado por la Unión Soviética
después de la muerte de su fundador en manos de Stalin, fue o no el
acertado. Eso sería asunto de otro análisis.
Solamente se pretende justipreciar si la interpretación de Trotsky
del Manifiesto era acertada, y si tomaba en consideración las
transformaciones que se habían producido en el capitalismo en la
etapa imperialista, con el aceleramiento de su desarrollo desigual
que condujo a Lenin a concebir el proceso revolucionario
socialista de un modo renovador y dirigirlo contra los fatalistas
augurios de la II Internacional. En esa empresa Lenin logró la
participación hasta del propio Trotsky..
Otro asunto de carácter propiamente especulativo es ponerse a
pensar qué hubiera sido del socialismo del siglo XX si en lugar de
Trotsky el deportado de la Unión Soviética hubiera sido Stalin,
pero no vale la pena entrar en tales malabarismos.
Tampoco es cuestión de justificar los métodos stalinistas.
Simplemente es valorar cuál era en aquellas circunstancias la mejor
actitud ante el primer ensayo de socialismo en el mundo: coadyuvar
a consolidarlo a pesar de no corresponderse presuntamente con la
letra de un documento aunque se identificara con su espíritu, o
descalificarlo por no atenerse al pie de la letra a las ideas de
Marx y Engels a mediados del siglo XIX sin detenerse a pensar qué
hubieran hecho ante una acontecimiento de tal magnitud como la
Revolución Soviética.
No es una simple formulación especulativa. Solamente hay que
aprender de la experiencia histórica. A Marx le sorprendió la Comuna
de París y tal vez no estuvo de acuerdo con algunos de sus métodos,
pero incondicionalmente la apoyó.
Tras el estrepitoso derrumbe del campo socialista algunos, incluso
desde posiciones de izquierda, pensaron que se confirmaba la teoría
de Marx y Engels sobre la revolución, y hasta hubo quienes llegaron
a sostener que la historia le dio la razón a Trotsky sobre la
imposibilidad de la construcción del socialismo en un solo país.
Otros han llegado a vaticinar que lamentablemente los días de la
Revolución Cubana estaban contados. No solo han desconocido la
especificidad del proceso histórico cubano sino también la
existencia de otros países en el mundo de orientación socialista.
Es cierto que el mundo ha cambiado mucho después de publicado
hace 150 años el Manifiesto, y todavía sigue plenamente
vigente la tesis leninista sobre el juego de quien vence a quien.
Mientras tanto para los pueblos y sus dirigentes revolucionarios no
parece ser la mejor opción retirarse de la difícil empresa de
luchar por el socialismo por voluntad propia, sin ensayar antes
con los riegos imprescindibles las distintas vías que la nueva época
reclama.
Afortunadamente la solidaridad internacional con el proceso
revolucionario cubano se inclina por apoyar los hechos. Ya habrá
tiempo para la reconsideración de ideas que en definitiva no
contradicen, sino que por el contrario confirman la concepción
materialista de la historia.
Por lo regular la literatura enemiga del socialismo se pronuncia por
sus críticas al exagerado intervencionismo estatal en este régimen,
desconociendo que una de las máximas aspiraciones del ideal
comunista es la extinción del Estado. Al respecto Trotsky retomó el
tema en su decimo primera conclusión sobre la validez del
Manifiesto y coincidió con el criterio de que con el proceso
de desaparición de las distinciones de clase y de concentración de
toda la producción en manos de la nación entera, el poder público
perdería su carácter político. Por la vía de ese razonamiento llega
a pensar que al extinguirse el Estado, la sociedad permanece
liberada de esa camisa de fuerza y “:esto no es otra cosa que el
socialismo. Como teorema inverso, el crecimiento monstruoso de la
coacción estatal en la URSS es un elocuente testimonio de que la
sociedad se está alejando del socialismo”(26).
Resulta paradójica esta aseveración si se toma en consideración que
es lógico que un país en condiciones adversas de aislamiento y
hostilidad por parte del resto de los países capitalistas se vea
precisado a reforzar su aparato estatal en lugar de debilitarlo. Una
vez más se confirma el criterio de que cualquier intento por poner
en práctica ideas que, por lo menos para una época resultan
utópicas, puede ser contraproducente y dar lugar al fenómeno menos
deseado.
En franca postura crítica frente al anarcosindicalismo y a
las intenciones de un “sindicalismo puro”, Trotsky en su séptima
tesis reafirmaba que “toda lucha de clases es una lucha política”
(27), y para ello se apoya en las experiencias del movimiento
sindical hasta aquella época en España y Estados Unidos. Sesenta
años después se podrían añadir múltiples experiencias de otros
países, incluyendo a estos dos que reconfirman el indisoluble nexo
entre ambas luchas.
Y la decimosegunda idea que Trotsky consideró prudente reivindicar
del Manifiesto fue aquella de que “los obreros no tiene patria”. En
correspondencia con su visión internacionalista del socialismo
responsabilizó a la II Internacional por la violación de este
principio que motivó la devastación de Europa durante la I Guerra
Mundial . Ante la inminencia de la entonces próxima II Guerra
Mundial extendía la condición de traidora en este caso a la III
Internacional por no ser consecuente con la postura que debía
mantenerse frente a lo que denominaba la patria capitalista.
En nuestros días resulta mucho más fácil evaluar el conflictivo
asunto especialmente cuando se conoce el significado
extraordinariamente positivo que tuvo el fomento del patriotismo
socialista en el Ejército Rojo frente al invasor nazi, que no
entró en contradicción innumerables muestras de solidaridad e
internacionalismo del pueblo soviético en sus siete décadas de
existencia. Del mismo modo que el patriotismo ha sido vital para la
conservación de los proyectos socialistas en Vietnam y Cuba frente
al internacionalismo capitalista de los gobernantes norteamericanos
que les sirve para intervenir en cualquier parte del mundo. En
ninguno de los casos de estos dos pequeños pueblos agredidos por
los Estados Unidos el patriotismo cultivado y conscientemente
estimulado por sus respectivas direcciones revolucionarias afectó
las innumerables pruebas de internacionalismo socialista que han
dado al mundo.
Esto hace pensar que las razones por las cuales Trotsky destacó las
doce ideas como imperecederas del Manifiesto en sus noventa
años, no pueden ser todas asumidas sin previo análisis
pormenorizado. Y del mismo modo sucede con las ocho correciones y
adiciones que formuló en 1938 .
La primera de ellas se basaba en la tesis según la cual ningún
sistema social desaparece antes de agotar sus potencialidades
creativas. A partir de la crítica que los autores del Manifiesto
le hacen al capitalismo por retardar el desarrollo de las fuerzas
productivas y producir un atraso de carácter relativo, aun cuando
siguiera expandiéndose hasta la I Guerra Mundial.
Trotsky consideraba que “los autores del Manifiesto pensaban
que el capitalismo podría tirarse a la basura mucho antes de que se
transformara de régimen relativamente reaccionario en régimen
absolutamente reaccionario. Esta transformación solo ha terminado
de configurarse ante los ojos de la generación actual y ha hecho de
nuestra época de guerras, revoluciones y fascismo” (28).
La impaciencia revolucionaria propia del pensamiento de Trotsky
respecto al advenimiento de la época de la revolución mundial le
condujo a formular la hipótesis según la cual “de haberse podido,
en la segunda mitad del siglo XIX, organizar la economía sobre
principios socialistas, sus ritmos de crecimiento hubieran sido
incomensurablemente más rápidos” (29). No obstante las marcadas
pretensiones revolucionarias del pensador ruso, los balances
históricos no pueden efectuarse sobre la base de suposiciones, sino
lamentablemente de los hechos. Al menos en esto el método
positivista tiene algunos núcleos epistémicos de valor.
Tampoco Trotsky escapó a ”una sobreestimación de la madurez
revolucionaria del proletariado “ que le achacaba a Marx y Engels,
junto al error de la subestimación de las potencialidades futuras
que latían en el capitalismo, según su segunda correción. Tampoco
fue este un error exclusivo de ellos tres, sino de la mayor parte
de los representantes del pensamiento marxista en toda su historia.
En ocasiones, aquellos que han formulado criterios demasiado
optimistas sobre las posibilidades recuperativas y de
perfeccionamiento del capitalismo han sido catalogados por algunos
de sus colegas, como revisionistas cuando menos, y en el peor de
los casos como agentes del imperialismo, con las lógicas
consecuencias del caso.
El resultado final ha sido que no siempre el movimiento
revolucionario se ha preparado suficientemente para una larga lucha
contra una sociedad tan seductora de conciencias frágiles, al pensar
de manera infundada que el triunfo definitivo del socialismo y el
comunismo es cuestión de corto plazo
La tercera insuficiencia que Trotsky señala es que “para el
Manifiesto, el capitalismo era el reino de la libre competencia.
Aun refiriéndose a la concentración creciente del capital, el
Manifiesto no extrae la conclusión necesaria respecto al
monopolio, que se ha convertido en la forma capitalista dominante en
nuestra época y en la condición previa más importante para la
economía socialista” (30).
Trotsky reconoce que posteriormente Marx en El Capital
estableció la tendencia hacia la transformación de la libre
competencia en monopolio, y que Lenin efectuó la caracterización
científica del capitalismo monopolista en su obra sobre el
imperialismo. Tal observación crítica de Trotsky es apropiada y se
explica no simplemente por el incipiente conocimiento que los
jóvenes redactores del histórico documento tenían del capitalismo,
sino porque tales tendencias del capitalismo hacia la conformación
de monopolios hasta la primera mitad del siglo pasado, que es el
punto de referencia de Marx y Engels, no se habían desplegado en
sus mayores potencialidades.
“Basándose en el ejemplo de la ‘revolución industrial’ en
Inglaterra los autores del Manifiesto - según Trotsky en el cuarto
error señalado al documento- describieron demasiado unilateralmente
el proceso de liquidación de las clases intermedias, como
proletarización a gran escala de los artesanos, los pequeños
comerciantes y los campesinos” (31). A su juicio, “en realidad, las
fuerzas elementales de la competencia están lejos de haber
completado esta tarea a la vez progresiva y bárbara” (33), además
del hecho de que “concurrentemente, el desarrollo del capitalismo
ha acelerado en grado máximo el desarrollo de legiones de técnicos,
administradores, empleados, en suma la llamada ‘nueva clase media”
(34).
Un balance de la cuestión en la actualidad otorga razón al líder
ruso en cuanto a la permanente reproducción de tales clases
intermedias y en especial de la pequeña burguesía, también apuntada
por Lenin. Sin embargo, aun cuando es cierto que la formulación de
la idea del proceso de polarización social en el capitalismo se
presente de un modo unilateral en el Manifiesto, por otra
parte, no se puede ignorar que tal tendencia se ha verificado
efectivamente en el capitalismo contemporáneo, y la proletarización
de las clases medias constituye un hecho evidente, -mucho más,
por supuesto, en los países subdesarrollados- , aun cuando en
términos cuantitativos se produzca un crecimiento de dichas clases.
Apoyándose en la propia rectificación que hicieron Marx y Engels en
el prefacio a la edición de 1872 del Manifiesto a las diez
medidas que recomiendan para que el proletariado logre su
dominación política, y que veinticinco años después consideraron en
parte anticuadas, especialmente aquella extraída de la experiencia
de la Comuna de que este no puede simplemente apoderarse de la
máquina estatal existente y manejarla para sus propios fines,
Trotsky, en su quinta consideración, aprovecha tal autocrítica
para atacar al reformismo socialdemocráta del llamado “programa
mínimo”.
En la actualidad después de apreciar el desarrollo que ha tenido la
socialdemocracia, especialmente cuando ha asumido el gobierno y ha
funcionado como eficiente taller de reparaciones del capitalismo, se
puede verificar que aquella crítica de Trotsky a la tergiversación
socialdemócrta de la rectificación de los autores del Manifiesto
a las referidas medidas, no implicaba en modo alguno que se echaran
por la borda y se renunciaran absolutamente a ellas, como las
interpretaciones reformistas de tal rectificación propugnaban.
Según Trotsky, “ hoy no puede haber un programa revolucionario sin
soviets y sin control obrero. Por lo demás, las diez
reivindicaciones del Manifiesto, que parecían ‘arcaicas’ en
una época de pacífica actividad parlamentaria, han recobrado
actualmente su verdadera significación”(35). Indudablemente, cuando
el líder ruso elabora estas ideas estaba condicionado por la
experiencia positiva hasta entonces de su país en la conformación
de tales consejos (soviets) para el logro de las
transformaciones socialistas. Hoy esto no es posible sostenerlo,
pero sí resulta absolutamente cierto que no puede haber programa
revolucionario sin control obrero, independientemente de
las formas que en los distintos países adopte.
A la hora de hacer el balance de los éxitos y errores de las
transfomaciones socialistas que se emprendieron en este siglo que
se despide, habrá que tomar en consideración la actitud que se
asumió ante tales medidas propuestas en este básico documento del
proyecto comunista, cuya máxima aspiración, en definitiva, era el
completamiento efectivo de la modernidad.
La sexta apreciación equivocada que Trotsky observó en el
Manifiesto se refiere al pronóstico no confirmado de que la
esperada revolución burguesa en Alemania sería el preludio
inmediato de la revolución proletaria.
“ El error de esta predicción -sostenía Trotsky- no era solo de
fecha. Al cabo de pocos meses, la revolución de 1848 reveló que
precisamente en condiciones más avanzadas ninguna clase burguesa es
capaz de llevar la revolución hasta su consumación: la burguesía
alta y media está demasiado vinculada a los terratenientes, y
agarrotada por el miedo a las masas; y la pequeña burguesía está
demasiado dividida, y su dirección depende demasiado de la alta
burguesía” (36) Por tal motivo, Trotsky llegó a la conclusión de que
una revolución burguesa considerada en sí misma ya no podía
consumarse ni en Europa ni en ninguna otra parte del mundo.
De tal modo infirió que “una eliminación completa de los escombros
feudales de la sociedad solo puede concebirse bajo la condición de
que el proletariado, liberado de la influencia de los partidos
burgueses, pueda ocupar el puesto a la cabeza del campesinado y
establecer su dictadura revolucionaria. Con ello -pensaba el líder
ruso- ,la revolución burguesa se entrelaza con la primera etapa de
la revolución socialista para disolverse en esta subsiguientemente.
La revolución nacional se convierte de este modo en un eslabón de la
revolución mundial. La transformación de la base económica y de
todas las relaciones adquiere un carácter permanente (ininterrumpido)”
(37).
Tal concepción le hacía recomendar “Para los partidos
revolucionarios de los países atrasados de Asia, Latinoamérica y
Africa, la clara comprensión de la conexión orgánica entre la
revolución democrática y la dictadura del proletariado -y por lo
tanto, con la revolución socialista internacional- es una cuestión
de vida o muerte”(38).
Y no se debe pasar por alto que en los momentos en que Trotsky
elabora estas ideas reside en México y está muy al tanto del
desarrollo histórico de los países latinoamericanos, como lo
testifican los libros de estos países celosamente conservados en su
biblioteca personal de Coyoacán, así como algunos trabajos que
dedica especialmente al tema de las perspectivas revolucionarias en
la región.
En la actualidad resulta muy sencillo descalificar la
interpretación trotskista de la revolución permanente como no
confirmada por la historia en términos absolutos. Pero si se hurga
en los granos racionales de esa concepción al menos se debe
coincidir en que su señalamiento crítico al Manifiesto en el
sentido de que “ninguna clase burguesa es capaz de llevar la
revolución hasta su consumación” no resultaba infundada, y que son
las revoluciones de carácter socialista como la rusa, la china, la
cubana, etc., las que han tenido que asumir plenamente la
superación de las trabas precapitalistas en sus respectivos países,
precisamente porque estas se han producido en tales países
atrasados en su desarrollo capitalista.
Si el curso de la historia real hubiera sido otro y efectivamente,
como vaticinaba el Manifiesto la revolución burguesa alemana
hubiera sido el preludio de una revolución proletaria, eso tampoco
invalidaría la tesis trotskista de que la barrida de los escombros
feudales en los países del llamado Tercer Mundo seguiría siendo una
tarea de revoluciones de carácter socialista y no de revoluciones
burguesas.
A la burguesía de los países capitalistas subdesarrollados no les
interesa demasiado el completamiento de las conquistas de la
modernidad, porque ella se beneficia de las relaciones de
servidumbre y hasta de esclavitud, además de intolerancia,
autoritarismo, ignorancia, clericalismo, violación de los derechos
humanos, etc. Y por supuesto, a la de los países del Primer Mundo
mucho menos, aunque declaren todo lo contrario, pero construyendo
muro de contención para que la barbarie que ellos mismos han
cultivado, no les contamine su civilización.
Pero a un marxista como Trostsky - independientemente del debate
entre quienes lo han descalificado de tal condición por considerarse
poseedores exclusivos del marxómetro oficial- sí le interesaba esta
cuestión de la consumación de las conquistas que la sociedad
burguesa alcanzó en su lucha contra el feudalismo para los países
atrasados. Y por esa razón, consideraba que “aunque describe como
el capitalismo arrastra en su vorágine a los países atrasados y
bárbaros, el Manifiesto no contiene ninguna referencia a la
lucha de los países coloniales y semicoloniales por su
independencia . (…) La cuestión de la estrategia revolucionaria en
los países coloniales y semicoloniales no se aborda por tanto para
nada en el Manifiesto” (39) Y a continuación destaca que “el
mérito del desarrollo de la estrategia revolucionaria para las
nacionalidades oprimidas corresponde principalmente a Lenin”(40).
Trotsky parece entender que tal ausencia del tratamiento de la
cuestión en el Manifiesto se debe a la concepción de sus
autores de que el problema colonial quedaría automáticamente
resuelto una vez que se iniciase la revolución en los principales
países civilizados. Sin embargo, apoyado más en el espíritu que en
la letra del Manifiesto no podía pasar por alto tal
asunto tan crucial del cual dependía básicamente el destino del
socialismo en el siglo XX, por cuanto este no se había iniciado por
los países más avanzados en el desarrollo capitalista como se había
previsto en aquel documento.
Esa actitud creativa y no recriminatoria de Trotsky respecto a las posibles
insuficiencias del Manifiesto, así como su alta valoración
por sus aportes, es lo que le sirvió para abordar otros temas como
el de la lucha contra la discriminación racial en los nuevos tiempos.
Apoyándose en la idea de ese texto según la cual “Los comunistas
sostienen en todas partes todo movimiento revolucionario contra el
orden de cosas social y político existente” reivindicaba el
movimiento de las razas de color contra sus opresores imperialistas
y reclamaba el apoyo completo, incondicional e ilimitado del
proletariado de raza blanca contra el racismo. No debe pasarse por
alto que Trotsky era de origen judío y en sus frecuentes exilios,
tanto antes como después de la Revolución Rusa, había sufrido en
carne propia la discriminación racial.
Hoy se le podrían añadir un conjunto de problemas del mundo
contemporáneo que tampoco están enunciados, ni necesariamente
perfilados en este documento, como la igualdad de género, los
conflictos generacionales, las manipulaciones de la cultura y las
conciencias, la amenaza ecológica, etc., en fin, innumerables nuevos
problemas ante los cuales aquel texto no tenía por qué
pronunciarse. Esa es tarea de los que coincidiendo con los
objetivos de los autores tienen el deber de encontrar soluciones
a los nuevos problemas o a los viejos desatendidos.
Y por último, en su octava observación Trotsky señala con acierto
que la parte más envejecida del Manifiesto es lógicamente la
referida a la crítica de la literatura socialista de la primera
mitad del siglo XIX y a la actitud de los comunistas frente a los
partidos de oposición en aquella época, que paulatinamente fueron
desapareciendo.
Sin embargo, Trotsky considera que esta parte final del
Manifiesto, aparentemente menos válida, está más cerca de su
generación que de la generación revolucionaria anterior. En la
época del florecimiento de la II Internacional, cuando las ideas
marxistas tomaron mayor arraigo, las ideas de los utopistas y
reformistas de la primera mitad del siglo XIX eran consideradas como
definitivamente superadas.
Pero a juicio de Trotsky, “ Las cosas son hoy diferentes. La
descomposición de la socialdemocracia y de la Internacional
Comunista engendra a cada paso monstruosas recaídas ideológicas.
Parece como si el pensamiento senil se hubieran convertido en
infantil “(41) Razón por la cual Trotsky recomienda que el
Manifiesto debe ampliarse con los documentos de los cuatro
primeros congresos de la Internacional Comunista, la literatura
básica del bolchevismo y las decisiones de las conferencias de la
IV Internacional.
Era de esperar tal postura de un luchador como Trotsky, profundamente
convencido de la certeza de sus concepciones sobre el socialismo.
No se podía esperar otra actitud que la defensa del marxismo y de
las ideas comunistas hasta el día de su asesinato en 1940, aun
cuando las sostuviese en franca hostilidad con los dirigentes del
primer estado socialista de la historia.
Hoy las cosas son mucho más diferentes que en aquella época del aniversario
noventa del Manifiesto. Más allá de dar o no razón a
Trotsky sobre el mayor envejecimiento respecto a otras ideas de
esa última parte del documento, de lo que se trata es primero de
rescatar el valor contenido en esta parte del histórico texto.
?Acaso, por ejemplo, no mantiene plena validez la crítica que Marx
y Engels desarrollan al especulativo pensamiento socialista alemán
en su castrante actitud frente a la literatura socialista y
comunista francesa? Dicho pensamiento ocupó “en lugar de los
intereses del proletariado, los intereses de la esencia humana, del
hombre en general, del hombre que no pertenece a ninguna clase ni a
ninguna realidad y que no existe más que en el cielo brumoso de la
fantasía filosófica” (42).
De indudable utilidad resulta este análisis en la actualidad ,cuando
proliferan por doquier nuevas y también viejas formulaciones
filantrópicas artificiosas renovadas que parecen predestinadas a
emancipar la humanidad con el simple don de las más bellas palabras.
Otras también podrían ser las ideas aun fecundas que podrían
extraerse del mismo modo de esta última parte del Manifiesto
como del texto en general, pero eso sería objeto de otro trabajo.
En este trabajo solo se pretendió el ejercicio intelectual de
apreciar los juicios de validación de las principales ideas del
Manifiesto, así como la determinación de algunas de sus
imprecisiones, según el criterio de Trotsky, con motivo de los
noventa años de su aparición.
Hoy este análisis,, seis décadas después del efectuado por el
revolucionario ruso ,y a ciento cincuenta de publicado dicho texto
no puede llegar siempre a las mismas conclusiones en todo, pero si
puede coincidir con muchas de ellas. Entre estas, Trotsky arribó a
una conclusión fundamental que parece se reconfirma tras el
derrumbe del socialismo real, aunque no haya sido la única causa que
determinara ese desmantelamiento.
Después de enjuiciar las actitudes de las respectivas dirigencias
de la II y la III Internacional , concluía que “la prolongada
crisis de la revolución internacional , que se convierte cada vez
más en crisis de civilización humana, es reductible en lo esencial
a la crisis de la dirección revolucionaria” (43).
La cuestión no se reduce ahora a enjuiciar si las propuestas de
Trotsky de que la salida de tal crisis se encontrara en las tesis y
programas de la IV Internacional eran o no acertadas y
desempolvar con esto viejas querellas entre trotskistas y
stalinistas.
La historia en ese sentido tampoco le fue favorable a los
argumentos de Trotsky, independientemente de la solidez o no de su
fundamentación lógica, ni finalmente tampoco se inclinó a enaltecer
las concepciones y las prácticas de Stalin por justificadas que
hubiesen estado en circunstancias determinadas.
De lo que se trata es de aprender de la historia real y de sus
intérpretes, no para simplemente generar nuevas interpretaciones
académicas, sino para contribuir a estimular la acción
revolucionaria en la lucha por un socialismo, ante todo, más
deseable.
Hace ciento cincuenta años Marx y Engels escribieron el
Manifiesto Comunista, noventa años después Trotsky intentó
justipreciarlo encontrándole aciertos e insuficiencias, como antes y
después de él también otros revolucionarios han hecho. ? Acaso no
habrá llegado ya el momento de aprovechando la valiosas ideas de
unos y otros, elaborar nuevos documentos para estos y los próximos
tiempos ?.
Notas;
1. Marx,C. y Engels, F. Prefacio a la edición alemana de 1872 del
“Manifiesto Comunista”. Marx,C. y F. Engels. Manifiesto
Comunista.El Viejo Topo. Barcelona. 1997. P. 73
Idem. p. 74.
Ibidem .
Trotsky, L. El programa de transición para la revolución
socialista. A 90 años del Manifiesto Comunista. Editorial
Fontamara. Barcelona. 1977p. 20.
Idem. p. 15.
Ibidem.
Ibidem.
Idem. p. 16.
Fernández Buey, F. “Para leer el Manifiesto Comunista” en Marx,C. y
F. Engels. Manifiesto Comunista.El Viejo Topo. Barcelona.
1997. P. 17.
Trotsky,L obra cit. P. 16.
Marx, K y Engels. F. obra cit. P. 70.
Trotsky, L. Historia de la Revolución rusa. La revolución de
Octubre. .Cenit. Madrid. 1932. 232
Trotsky,L. “El programa … p. 16-17.
Idem.p. 17.
“La supresión de las crisis por los cartels es una fábula de los
economistas burgueses , los cuales ponen todo su empeño en
embellecer el capitalismo. Al revés, el monopolio que se crea en
varias ramas de la industria aumenta y agrava el caos propio de
todo el sistema de la producción capitalista en su conjunto.”
Lenin, V. I. “El imperialismo, fase superior del capitalismo” en Obras
Escogidas Lenguas Extranjeras. Moscú. 1960. p. 743.
“La actual coyuntura capitalista forma parte de una
evolución histórica más dilatada -en el rango por lo menos, de
varias décadas- en la que han ocurrido complejos procesos que
obstaculizan sus posibilidades de crecimiento a mediano y largo
plazo, que han creado desquilibrios profundos y al parecer
insoluble, y que han provocado el surgimiento de situaciones
críticas en áreas decisivas de la actividad económica”. Castro, F.
La crisis económica y social del mundo. Oficina de
Publicaciones del Consejo de Estado. La Habana. 1983. p. 16.
Entre ellos se destaca Noam Chomsky para quien “En
cuanto al nuevo orden mundial,se parece demasiado al viejo, aunque
con un nuevo disfraz. Se producen fenómenos importantes,
especialmente la creciente internacionalización de la economía con
todas sus consecuencias, incluyendo el agudizamiento de las
diferencias de clase a escala global y la extensión de este sistema
a los antiguos dominios soviéticos. Pero no hay cambios sustanciales,
ni se necesitan ‘nuevos paradigmas’ para entender lo que está
sucediendo. Las reglas básicas del orden mundial son como han sido
siempre: el imperio de la ley para el débil, el de la fuerza para el
fuerte, los principios de ‘racionalidad económica’ para los débiles,
el poder y la intervención del estado para los fuertes” . Chomsky,
N. El nuevo orden mundial(y el viejo). Crítica. Barcelona.
1996. P. 344.
Trotsky,.L El programa …p. 17.
Idem. p. 18.
Ibidem.
Ibidem.
Idem. p19.
Ibidem.
Ibidem.
Ibidem.
Ibidem.
Idem.p 18 .
Idem. p. 21.
Idem. p. 20.
Idem. p. 21.
Idem. p. 22
Ibidem.
Ibidem.
Ibidem.
Idem. p. 23.
Ibidem.
Idem. p. 34.
Ibidem.
Ibidem.
Ibidem.
Idem.p. 35.
Marx, K. Y F. Engels, Manifiesto. p. 61.
Trotsky, L. El programa. p . 26
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