By:
Julio Martínez Molina
e-mail:
corresp@jrebelde.cip.cu
A quick glance over the variant expressions of commercial audiovisual presentations in the world these days reveals the predominance of a pro-phallic approach in the way quite a few of its productions are designed.
Let’s take for instance a much-used music- and artist-promoting tool nowadays: the video clip so often seen on TV, by far the No. 1 audience-drawing medium worldwide.
And since our own TV is rather prodigal when it comes to presenting the latest concoctions to come out of those caldrons, we can make a pretty reliable assessment of this social phenomenon.
Helped by the circus-like bucking and lurching of Beyonce’s rear end, Paulina Rubio’s miniskirts, Shakira’s thrusting hips, and Mariah Carey’s constant lustful allusions, we’ve been able to characterize the aesthetics, by no means asexual, of music video’s exhibitionistic nature.
Not content with simple hints or peeks, these products boast ill-concealed, utterly phallic tendencies which are anything but wishy-washy.
Most of the above singers, and some others, perform in videos expressly designed to have them bound by male cockiness, and through the most primitive means directors can come up with: lewd gestures, sordid bodily motions, suggestive postures…
Thus it comes as no surprise to see Ms. Carey grooving on an impressive black rapper, or Paulina posing as a quarterback in front of a tough-looking, grease-soiled mechanic operating a huge power drill. Anything but subliminal.
Far from being a chance detail, the presence of blacks is very well-founded, the result of field studies made by the «gurus of show business» who find in them a strategic gold mine they get a lot out of, taking into account that the current market’s main target in the U.S. –youth– gives preference to black idols.
Furthermore, the phallic myths foisted on that race and its preeminence in emerging music styles very popular with young people, and we’ll have a windfall that the entertainment think tanks can’t possibly relinquish.
And they go at it thoroughly and unhindered. Each music video has to be bolder than the previous one, making women stoop to stances and performances putting the macho unflaggingly on top of an assumed sexual food chain.
Should things go on this way, as everything seems to suggest, the time will come when females will dwindle to much less than a trade fair, brothel-smelling commodity verging on pornography. This is not so much for what could be exposed from the anatomical viewpoint, as for the way women would be reduced merely sexual, and nothing but sexual, objects.
Moreover, these clips totally undermine the assurance that anyone of them could still harbor a minimum notion of dignity or independence.
Not that we’re caught unawares by all this, though. After all, these products respond to the ultraconservative views held by the big-name honchos of show business in the U.S., and even in most of Latin America and Europe, who usually follow the same standards.
Portraying black men as polygamous, rude, horny, and abusive is as spiteful as depicting black women as flighty, featherbrained, nymphomaniac and masochistic.
Such has been Hollywood’s approach to women (especially those from ethnic minorities) throughout history, not different from the treatment they receive from variety show, record and TV companies.
What we’re witnessing is a present-day, particularly aggressive and unrestrained aftereffect of the sad role traditionally assigned to women since time immemorial.
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01 de
noviembre de 2006 22:37:29 GMT
http://www.juventudrebelde.cu/opinion/2006-11-01/mundo-falico/
Un paneo a vuelo de pájaro de las variantes expresivas que asume en la actualidad el audiovisual mercantil a escala planetaria arroja el predominio de un concepto pro fálico en la puesta en escena de no pocas de sus concreciones.
Tomemos por caso uno de los géneros más apelados de la industria para promover su música y sus artistas en los tiempos que corren: el video clip, cuyo espacio de aparición por excelencia es el medio más visto del universo, la televisión.
Como la nuestra no es precisamente huraña a regalarnos lo último que se cocina en esas calderas, podemos —con visión bastante completa—, evaluar el fenómeno.
Entre las circenses contorsiones del trasero de Beyonce, las mini de Paulina Rubio, los caderazos de Shakira o las constantes alusiones lúbricas de Mariah Carey, hemos conformado una caracterización de la para nada asexuada estética del exhibicionismo que nutre estos productos.
Pero no se trata solo de mostrar o aludir. No, aparejado a esto existe una marcada propensión fálica de ningún modo embozada, ni siquiera disimulada. Antes bien, francamente directa y sin medias tintas.
La mayoría de estas y otras cantantes, son dirigidas en los clips de marras bajo un interés expreso de supeditarlas a la prepotencia masculina. Ello, transmitido según la opción más primaria posible: el gesto procaz, el ademán sórdido, la sugerencia corporal salaz.
De modo que no es algo extraño ver a la Carey hecha pura baba ante un impresionante rapero negro; como tampoco lo resulta observar a la Pau en posición de jugador de fútbol rugby en saque ante un nervudo mecánico grasiento que opera un gigantesco taladro mecánico. De subliminal, bien poco.
Lo del filón negro no es nada gratuito. Mucho menos casual. Es fruto del estudio de terreno de los «gurús del entertainment». Representa una veta madre estratégica a la cual los dómines del mercado están extrayéndole el zumo, teniendo en cuenta que en el segmento receptor fundamental del mercado de hoy día en Estados Unidos —la juventud— los ídolos negros marcan la preferencia.
Eso, unido a la mitología fálica endilgada a esa raza y su preeminencia en géneros musicales emergentes de gran demanda juvenil, conforma una díada a la que no pueden renunciar los tanques pensantes del entretenimiento.
Y lo trabajan concienzudamente, sin barrera alguna. Cada video precisa ser más osado que el anterior y las féminas deben rebajarse más en planteamientos narrativos y poses que sitúan al macho en inexorable actitud de mando en una supuesta cadena alimenticia sexual.
Si la tendencia continúa, tal como cabe esperar, llegará un punto en que el género femenino quedará reducido a mucho menos que mercancía de feria, a esencia de burdel.
Lindará lo pornográfico, pero no tanto por lo que pudiera mostrarse desde el punto de vista anatómico, sino por el papel de mero objeto (por y para el sexo en exclusiva) al que quedaría reducida la mujer.
Estos clips también subvierten del todo la idea de que una de ellas pueda albergar un mínimo concepto de dignidad o autonomía.
Sin embargo, a la larga el asunto no llega a asombrarnos, habida cuenta de que responde a la óptica ultraconservadora del aparato que lidera el show business en Norteamérica y en buena parte de Latinoamérica y Europa, zonas por lo común copias de aquellos patrones del giro.
Y lo de mostrar al hombre de raza negra como polígamo, soez, libidinoso y abusador contiene toda la saña posible. Lo mismo que el dibujar a sus mujeres como casquivanas, frívolas, ninfómanas y masoquistas.
En tal estima ha tenido Hollywood a la mujer (sobre todo de las minorías étnicas) a lo largo de la historia. Bajo tal prisma la enfocan también los consorcios del espectáculo musical, las discográficas y las productoras de televisión.
Lo que estamos viendo constituye el sedimento de la tradición —en una agresiva e incontinente variante moderna— del triste rol al que ha sido sometido el género femenino en los tiempos «de allá».