La prensa nacional, normalmente parca en estos asuntos, ha referido la muerte violenta de algunos homosexuales en los últimos meses. En dos de los casos, la publicación tuvo que ver fundamentalmente con el reconocimiento público de las víctimas: eran destacados artistas. En las notas (escritas en las redacciones culturales de los medios) no se mencionó su orientación sexual (no era necesario, francamente), en buena parte de ellas ni siquiera se aludió la causa de la muerte (en nuestro caso sí lo especificamos).
Sobre el tercer caso, hace pocas semanas, el
Ministerio del Interior (MININT) divulgó una nota informativa
donde tampoco se explicita la orientación sexual de una de las
víctimas y del victimario, aunque se sugiere. En un párrafo se
dice que el autor del crimen “mantenía relaciones estrechas” con
la víctima, hombre de 49 años de edad. En otro párrafo se afirma
que “durante los interrogatorios (el victimario) confesó que su
actuación estuvo condicionada por un móvil pasional”.
Sin caer en los excesos de la crónica roja, la divulgación de
estos hechos resulta prudente. La ciudadanía necesita estar
informada de acontecimientos tan graves. No hay que convertir
estos crímenes en un morboso espectáculo, pero tampoco conviene
ignorarlos en los medios: los rumores terminan siempre por
desvirtuar los hechos. Y en las redes sociales el rumor se
difunde sin que medien comprobaciones.
Precisamente en algunas redes sociales se ha afirmado que estos
hechos y otros contra homosexuales que no han sido reseñados por
la prensa forman parte de una ola de crímenes de odio que sacude
a la sociedad cubana ahora mismo. Nunca antes habían asesinado a
tantos homosexuales —dicen algunos, y otros hasta sugieren que
se trata de una especie de conspiración en contra de la
diversidad.
Algunos medios extranjeros —particularmente los más críticos con
el sistema en Cuba— se han hecho eco de estas denuncias, sin
profundizar en las causas de los crímenes ni en el verdadero
cariz de los delitos de odio.
Con buenas, regulares y malas intenciones, se ha achacado a un
odio militante a los homosexuales buena parte de las agresiones
que ha sufrido esa comunidad en los últimos años. Es probable
que algunos de los delitos contra ese grupo estén motivados por
ese odio; pero lo cierto es que la mayoría de los crímenes tiene
móviles comunes, que poco o nada tienen que ver con la
orientación sexual de las víctimas. O quizás sí tengan que ver,
pero por razones más tangenciales.
El delito de odio, según la convención, es aquel que se comete
contra individuos de determinado grupo social, por su edad, raza,
religión, etnia, nacionalidad, ideología, discapacidad, género,
identidad de género u orientación sexual. O sea, el móvil del
ataque es precisamente el odio hacia esas características, desde
los prejuicios o la incapacidad de tolerar al diferente.
No es lo mismo asesinar a un homosexual para robarle que
asesinarlo por el mero hecho de ser homosexual. El segundo caso
es un crimen de odio. El primero es un crimen común. Obviamente,
muchas veces es difícil establecer fronteras. Es posible que el
individuo que mate para robar también rechace a los homosexuales,
pero en todo caso esa será una causa secundaria.
La mayoría de los ataques denunciados por miembros del colectivo
LGBT cubano no pueden ser considerados delitos de odio. Ni
siquiera cuando medie en alguna medida cierto rechazo a los
homosexuales. Es más, asumir que lo son implicaría cierto matiz
discriminatorio o “victimista”. Si una persona agrede a una
mujer o a un anciano para robarles —o incluso, por mera
manifestación de violencia— no hay que asumir necesariamente que
esa persona odie a las mujeres o a los ancianos.
Algunos se preguntan: ¿por qué casi siempre son homosexuales las
víctimas? Lo primero que hay que establecer es que no siempre
son homosexuales.
Y en segundo lugar habría que añadir que ese grupo es mucho más
vulnerable que otros colectivos sociales. Por la discriminación,
los prejuicios o por pura elección personal (que es
perfectamente legítima), los homosexuales pueden asumir la
promiscuidad casi como estilo de vida. No pocos llevan a sus
casas a personas que apenas conocen. La falta de lugares
establecidos para los encuentros íntimos (y también la elección
personal) los hacen frecuentar sitios de encuentro poco
convencionales (apartados, poco iluminados, escabrosos), que
suelen ser campo de acción de delincuentes.
Cuba sigue siendo uno de los países más seguros del continente.
Y en buena medida, uno de los más pacíficos y “bien llevado”. El
tan llevado y traído “choteo” nacional ha mostrado también una
vocación discriminatoria contra el homosexual, pero en pocas
ocasiones se ha traducido en agresiones físicas graves. Es más,
la lógica de que “cada cual haga de su vida lo que quiera” ha
primado por encima de actitudes más beligerantes.
De acuerdo, hace falta más educación, hace falta más sentido de
la solidaridad, hace falta más sentido cívico, hace falta más
reconocimiento institucional a la condición homosexual. Y hace
falta también más sensibilidad y conocimiento por parte de las
fuerzas públicas.
Pero lo cierto es que por el momento no sufrimos ninguna ola de
crímenes de odio, ni contra los homosexuales ni contra otras
minorías. Ojalá no la padezcamos nunca.
http://www.cubasi.cu/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/27083-%C2%BFcrimenes-de-odio?