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Errol Flynn en Cuba
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En
1936, no mucho después del rodaje de El capitán Blood, vino Errol
Flynn por primera vez a Cuba. Con lo ganado en la película adquirió un
yate en Boston y tomó rumbo costa abajo. Encontró mal tiempo a la altura
de cabo Hatteras y dobló hacia el este, rumbo a las Bahamas. Luego se
dirigió a La Habana. «Entré en ese puerto con la idea de quedarme un día
y estuve más de un mes». Lo acompañaba una «nueva muñeca», su esposa de
entonces, Lily Damita, conocida como «la turbulenta pelirroja de
Hollywood»; dice el actor: «Demasiado turbulenta para mí».
«En aquel tiempo Batista era una figura dramática… Ha sido mi suerte
estar presente en el nacimiento del régimen de Batista y en su desplome;
estar en verdad en los cuarteles de Castro cuando nos enteramos de que
Batista había huido del país», escribe Flynn en una especie de memoria
que bajo el título de Castro y yo dio a conocer en los días iniciales de
1959 en la revista Bohemia, de La Habana. Escribe en su testimonio:
«No me aproveché de los últimos días de la crisis cubana para internarme
precipitadamente en el territorio rebelde, como algunos han dejado
entrever. Estuve en Cuba desde el día de Acción de Gracias (último
jueves de noviembre de 1958) y no pensamos que el cambio de poder fuera
tan inminente. Dio la casualidad de que yo me encontrara allí durante
una de mis frecuentes visitas al Caribe cuando se hizo evidente que
estaba acercándose una crisis y me las compuse para visitar el propio
campamento de Castro».
Antonio Meilán, barman del Floridita durante largos años, guardaba su
recuerdo de Errol Flynn, que hizo familiar su presencia en ese bar
habanero. «Era muy tacaño», precisaba Meilán. Tan tacaño que Hemingway
comentaba que el capitán Blood —así llamada al actor— tenía cosidos los
bolsillos del pantalón». Era habitual asimismo en las fritas de Marianao,
esto es, en los cabarets de segunda situados frente al Coney Island, en
la Quinta Avenida. Allí, escribe Leonardo Padura, vio al Chori y «le
entregó, hipnotizado, un papel para su filme La pandilla del soborno,
rodada en La Habana». En la capital cubana se alojó siempre en el Hotel
Nacional. Durante su último viaje, en 1959, lo hizo en el Habana Libre,
donde ocasionó un incendio que él mismo sofocó.
Llámame
como todo el mundo
Dice
Flynn que dibujantes y editorialistas norteamericanos se dieron su
banquete anual. Pero lo cierto es que estuvo cerca de Fidel Castro a lo
largo de cinco días. Durante ese tiempo, en que se encontraron de manera
intermitente, conversó con el Jefe de la Revolución, viajó con él en
yipi, lo vio en una acción militar…
«¿Debo
llamarle Comandante, señor Castro o qué? —le pregunté cuando me encontré
con él, el día 27 de diciembre, en su cuartel general, en un central
azucarero en el corazón de la provincia de Oriente. “Llámeme como todo
el mundo me llama, Fidel”.
«Creo
que la gente lo reconocerá —dijo Fidel amablemente a Flynn— y le
alegrará saber que alguien de Estados Unidos, a quien tal vez han visto
en la pantalla, se interesa lo bastante para venir desde tan lejos».
Apunta: «Yo estaba con Castro porque creía y sabía que él estaba con su
pueblo y luchaba por su pueblo… El pueblo que lo respalda y las razones
que ha tenido y tiene para respaldarlo, son eternos».
Habana-Camagüey
Durante
varias jornadas Flynn esperó en el Hotel Nacional a que le llegara la
confirmación de que podría internarse en territorio rebelde. Miembros
del Movimiento 26 de Julio trataban de arreglar el asunto hasta que el
23 de diciembre le anunciaron que alguien lo esperaba en el vestíbulo
del establecimiento hotelero. El visitante le comunicó que en la mañana
del día de Navidad debía tomar un avión —un Constellation— en el
aeropuerto de Rancho Boyeros con destino a Camagüey.
Ya
en Camagüey, siguiendo instrucciones, Flynn y su fotógrafo esperaron por
su contacto en el bar de la terminal aérea. El hombre, que era uno de
los técnicos de la instalación aérea, apareció cuando el actor,
reconocido por la gente, firmaba autógrafos a diestra y siniestra y le
informó que se alojarían en el Gran Hotel y les sugirió que mientras
llegaba la hora de la partida, salieran a la calle a fin de que
conocieran lo que sentían los camagüeyanos.
Al
día siguiente, ya en la terraza de un café del aeropuerto, el actor y su
acompañante escucharon primero el ruido del motor de un avión y vieron
luego una avioneta Cessna, plata y oro, que sobrevoló varias veces la
terminal aérea. Era la nave que esperaban. El contacto les dio algunas
recomendaciones finales y enseguida los pasó junto a centinelas armados
para conducirlos hasta la pista. Explicaba que eran turistas que
alquilaron un avión con el objeto de buscar escenario apropiado para una
película. «En realidad, eso era cierto en parte, porque yo originalmente
había pensado en entrevistarme con Castro con vista a hacer una película
sobre él y su movimiento», escribe Flynn en su testimonio.
Descendió la avioneta en una pista rústica. El capitán que le dio la
bienvenida a territorio rebelde le obsequió una bufanda que tenía
bordado el monograma del Movimiento 26 de Julio. Comentó el oficial que
todos los hombres de la compañía tenían una igual y que el Comandante en
Jefe quiso que el actor también tuviera la suya. Abordaron un yipi que
se movió por terrenos irregulares y escabrosos e hicieron que Flynn
recordara una filmación reciente en el África Central, solo que ahora no
estaba viviendo la ficción de una película, sino que estaba en una
guerra de verdad.
Llegó por fin al cuartel general, instalado en el central América. Fidel
escuchaba noticias en un pequeño receptor de radio, y tenía a su lado a
Celia Sánchez. Flynn reparó en que la valiosa colaboradora del
Comandante llevaba una orquídea prendida en la blusa y una pistola al
cinto.
Fidel se acercó a saludarlo. Dice Flynn: «Tiene mi altura, poco más o
menos… Tiene gracia y simplicidad de movimientos y una sencillez de
maneras que, lo confieso, no esperé encontrar».
Fidel le dice: «Le sugiero que vaya al pueblo de Palma Soriano que acaba
de ser liberado… La gente se alegrará de verlo y usted podrá constatar
cómo se sienten los cubanos después de salir de las manos de Batista.
Tiene libertad para hacer lo que quiera. Hable con quien lo desee, tome
todas las fotos que le venga en ganas. Solo quiero que vea las caras
felices de los cubanos liberados», añade el actor en el relato publicado
por Bohemia.
Debe el Jefe del Ejército Rebelde atender asuntos urgentes, pero ya
conversarán más adelante. «Es usted bienvenido en este campamento. Buena
suerte».
Visión de
Fidel
Fidel se
hallaba muy ocupado; preparaba el cerco elástico en torno a Santiago,
antesala ya de la capitulación de esa ciudad. Visitó el actor, mientras
tanto, a las muchachas del batallón Mariana Grajales. Se entrevistó con
un grupo de militares batistianos prisioneros de los rebeldes y le dicen
que no han sido maltratados.
«Castro me dedicó una cantidad considerable de su tiempo y de su
atención en el instante preciso en que Batista se disponía a huir de
Cuba y en que la rebelión se hallaba en vísperas del triunfo… Preguntó
por mi vida, se interesó en conocer mis experiencias y mi trabajo como
actor.
«Castro es hombre que pone una suma excesiva de energías en sus
discursos, gestos y maneras… Una vez que ha gastado hasta la última gota
de su energía, Castro es otro. Es casi visible la forma en que vuelve a
cargar sus energías, como un acumulador, para el siguiente empeño. Creía
que yo le cansaba cuando en realidad fue él quien por poco me
desencuaderna durante varios días de recorrido en jeep.
«Hablamos
hasta por los codos de muchas cosas y me contó de su estrategia para
derrocar al Gobierno de Batista… La idea principal, subrayó, era
preservar al pueblo, asegurarse su buena voluntad y acrecentar su
aprecio por el movimiento rebelde, pero no ponerlo en peligro nunca. No
maltratarlo ni acometer actos de terrorismo.
«Comimos
juntos, siempre frugalmente. Me pareció que la comida ni le deleitaba ni
le interesaba. La ingería maquinalmente... Su comida era, más o menos,
la misma de todos los demás… Hice cuanto me fue posible por hacerle reír,
pero no era cosa fácil lograrlo».
Una madrugada, a las tres, despiertan al actor y al fotógrafo. Fidel
sostiene una reunión con sus oficiales y los invita a participar ya que,
piensa, podría interesarles.
«Estoy
acostumbrado a oír buenas voces y estar asociado con hombres que tienen
timbre y poder en la garganta. Castro tiene un poder enorme en la voz.
Lo respalda su sinceridad, y es capaz de sostener la atención de su
auditorio. Dice a sus hombres que han peleado con honor, no han
maltratado a los prisioneros, no han robado… pero ahora que bajaron de
la Sierra y sienten ya el olor de la victoria, hay que ser más
disciplinados que nunca antes».
Durante un viaje en yipi, la víspera de Año Nuevo, Fidel dice a Flynn
que Batista no se sostendría en el poder más de una semana. A la mañana
siguiente se supo que había huido y Santiago cae en poder de los
rebeldes sin que se hubiera disparado un tiro. Flynn quiere ir a
Santiago y Fidel le advierte que sería muy peligroso. Insiste el actor y
marcha hacia la ciudad en la misma columna de Fidel. Hay tiroteos y una
resistencia más o menos fuerte por parte de los batistianos en algunos
lugares. Recibe una herida poco significativa en una pierna.
El
2 de enero se combate en Santiago; resisten los batistianos. Disparos
aislados se prolongan los días 3 y 4. Consigue hospedaje en el hotel
Casa Granda. Toma notas para su reportaje y apenas sale del
establecimiento. Un guía turístico, hombre gordísimo, se brinda para
darle un recorrido por la ciudad. Pero Flynn sabe que aquello no es una
película y que los tiros que suenan son de verdad. Se niega a seguir al
guía pese a que este le asegura que no pasará nada porque todo el mundo
respeta a los gordos.
Él
y su fotógrafo son los únicos huéspedes de la instalación. Quiere
hacerse cortar el cabello, pero no hay servicio y decide limpiarse los
zapatos con un limpiabotas. Escribe: «¿Cómo es que en medio de una
guerra puede uno ocuparse de detalles tan nimios?». Algunos santiagueros
se aventuran a llegar al hotel. Uno, con aires de actor cómico, hiere su
vanidad. ¿Por qué usted se ve tan joven en sus películas y es tan viejo
en persona?, pregunta. Flynn queda sin respuesta. Tampoco sabe qué
responder cuando el mismo sujeto le espeta que deje el ron y haga más
cine.
Insiste el actor en regresar a La Habana. No quiere demorar la
publicación de lo que ha visto y oído en sus días con los rebeldes, sus
conversaciones con Fidel. A todas estas, la pequeña herida está
infectada y necesita cuidados. Pero no hay forma de viajar. Acude al
aeropuerto y mientras conversa con el administrador de la terminal,
aterriza un avión cargado de exiliados que regresan de Venezuela.
Seguiría viaje para La Habana.
«No son ustedes capaces de imaginar hasta dónde extremé mi galantería
con una señorita del aeropuerto… Le prometí todo lo que se me ocurrió, a
excepción del papel de estrella en mi próxima película. Mi atractivo
personal rindió frutos. Señorita, déjeme ir en ese avión… Se ablandó y
el fotógrafo y yo subimos al aparato y nos trasladamos a La Habana».
Regresó pronto a Estados Unidos. Bajo el título de Castro y yo
publicaría su reportaje antes de emprender una película sobre la
Revolución naciente.
http://www.juventudrebelde.cu/columnas/lectura/2012-12-08/errol-flynn-en-cuba/
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