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The other Einstein, an indispensable radical
By José Altshuler
Lecture
delivered by the author on September 29, 2005 at the workshop "Albert
Einstein and the Social Responsibility of Scientists", organized by the
Academy of Sciences of Cuba and the Cuban Movement for Peace and
Sovereignty of the Peoples. Accompanied by interesting illustrations,
it appears reproduced in Chapter 4 of the book by the author
entitled "Nadadores a contracorriente"
(Editorial Científico-Técnica, La Habana, 2008). It is published here
with permission of the author, current President of the Cuban Society of
the History of Science and Technology.
Hoping to provide
a translation of this item in time.
El otro Einstein, un radical imprescindible*
Por José Altshuler
http://ciid.politicas.unam.mx/semprospectiva/dinamicas/r_estudiosfuturo2/revista/numero10/Flash/18Einstein.swf
*
Conferencia pronunciada
por el autor el 29 de septiembre de 2005 en el taller "Albert Einstein y
la responsabilidad social del científico", organizado por la Academia de
Ciencias de Cuba y el Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los
Pueblos. Acompañada de interesantes ilustraciones, aparece reproducida
en el capítulo 4 del libro del autor titulado "Nadadores a
contracorriente" (Editorial Científico-Técnica, La Habana, 2008). Aquí
se publica con permiso del autor, actual presidente de la Sociedad
Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.
El 7 de noviembre de 1919, casualmente en la
fecha del segundo aniversario de la toma del poder por los bolcheviques
en Rusia, el Times de Londres anunció otra conmoción
revolucionaria de alcance mundial: "Revolución en la ciencia / Nueva
teoría del Universo / Derribadas las ideas de Newton", decía el titular.
"Todas la luces desviadas en los cielos / Einstein triunfa", coreó tres
días después el New York Times
[14:525]. A partir de entonces, hasta nuestros días,
transcurrido medio siglo de la muerte de Albert Einstein, el gran
público no ha dejado de percibir a este creador extraordinario como una
figura antológica de dimensión universal. Sin embargo, hasta fines de
1919 sólo sus colegas más eminentes habían llegado al convencimiento de
que se trataba de un científico fuera de serie.
No podía pensarse otra cosa de un hombre que en 1905, con solamente 26
años de edad, había enviado para su publicación en los Annalen der
Physik, un trabajo fundamental sobre los cuantos de luz, dos
importantes memorias dedicadas al estudio del movimiento browniano y
otras dos sobre la teoría especial de la relatividad, más importantes
aún.
Diez años después, había de dar los toques finales a su monumental
teoría general de la relatividad, a la que nunca dejará de asociarse su
nombre, con toda justicia. Fue precisamente la comprobación de una de
las predicciones de esta teoría el fundamento de los titulares que
mencioné al principio.
Un ícono mutilado
Nada más lejos de mi propósito que abordar aquí el porqué de la desusada
celebridad alcanzada por Albert Einstein --tema que sigue siendo objeto
de estudio--, y mucho menos discurrir una vez más en torno a la
indiscutible trascendencia de su obra científica. Pero justamente en el
centenario de su "año milagroso" que es este 2005, aclamado a propósito
de tal circunstancia como el "Año Internacional de la Física", no falta
quien haya llamado explícitamente la atención sobre una omisión
significativa. Se ha señalado, en efecto, que no es posible hallar en la
mayor parte de lo mucho publicado sobre Einstein "ninguna discusión
seria de su participación como radical declarado en la vida política de
su tiempo --especialmente en perfiles y biografías posteriores a su
muerte"[16].
Con todo, algunos entre los menos jóvenes todavía mantenemos fresco en
la memoria el apoyo moral que significaron para muchos de nosotros las
valientes declaraciones del célebre hombre de ciencia, frente al avance
de las fuerzas y situaciones más oscuras, retrógradas e incluso
particularmente peligrosas que, en ocasiones diversas, tomaron cuerpo en
el ambiente político-social de nuestro tiempo.
En una larga vida --explicó Einstein en 1954-- he
dedicado todas mis facultades a alcanzar una comprensión algo más
profunda de la estructura de la realidad física. Nunca he hecho esfuerzo
sistemático alguno para mejorar a la humanidad, combatir la injusticia y
la supresión, y mejorar las formas tradicionales de las relaciones
humanas. Lo único que hice fue esto: a largos intervalos he expresado mi
opinión sobre asuntos públicos siempre que me parecieron tan malos e
infortunados que el silencio me hubiera hecho sentir culpable de
complicidad.. [7:34-35]
Sin que, en rigor, pueda decirse que sea inexacta esta
descripción, mucho me temo que ella pueda sugerir la imagen de un
intelectual recluido en su "torre de marfil", que de vez en cuando se ha
asomado a la ventana para echar un vistazo al mundo exterior y hacer una
crítica esporádica a lo que le disgusta del paisaje, para descargar su
conciencia. Pero no creo que sea esa una imagen reveladora de la
actividad político-social de Einstein, porque él hizo bastante más, y de
una manera muy consistente a lo largo de toda su vida. En lo que sigue,
trataré de fundamentar esta apreciación.
Por la paz, contra el antisemitismo y por la justicia social
Recordaré, en primer lugar, que siendo miembro de la Academia de
Ciencias Prusiana se convirtió en activista de la lucha en pro de la paz
mundial, a contracorriente de la belicosa histeria patriotera que se
desencadenó en Europa al estallar la Primera Guerra Mundial.
Así, lejos de adherirse al vergonzoso manifiesto justificativo de la
violación a la neutralidad belga que al comienzo de las hostilidades
habían firmado noventa y tres destacados científicos y otros
intelectuales alemanes, Einstein colaboró con el fisiólogo y médico
berlinés Georg Nicolai en la elaboración de un contramanifiesto titulado
Llamamiento a los europeos, donde, entre otras cosas, se afirmaba
que para las personas educadas de todos los países era "no solamente
sabio, sino imperativo [...] ejercer su influencia para llegar a un
tratado de paz que no contenga el germen de una nueva guerra, cualquiera
que sea el resultado del presente conflicto"[4:181]. Este fue,
probablemente, el primer documento político que nuestro hombre avaló con
su firma. Sólo la acompañaron otras dos, además de la de Nicolai.
Por aquel entonces, aun cuando trabajaba intensamente en la elaboración
de su obra maestra, la teoría general de la relatividad --sobre la cual
disertó en la universidad de Gotinga a mediados de 1915--, Einstein
halló tiempo suficiente para participar en mítines y pronunciar
discursos pacifistas en Alemania. También lo halló para viajar a Suiza
en septiembre de aquel año y entrevistarse allí con el escritor francés
Romain Rolland, que había tenido que expatriarse, falsamente acusado de
germanófilo en su país a consecuencia de su militancia pacifista.
Terminado el conflicto, Einstein se convirtió en blanco preferido de los
grupos de odio revanchista, ultranacionalista y antisemita que por
entonces cobraron gran fuerza y virulencia en Alemania [2]. "El
antisemitismo es fuerte aquí y la reacción política es violenta", le
escribió a su colega y amigo Paul Ehrenfest, en diciembre de 1919. Es en
esta situación y la que sobrevino después en Alemania, donde ha de
buscarse el origen de la clase particular de sionismo que favorecía
Einstein.
Cuando vine a Alemania hace quince años --escribió en 1929-- descubrí
por primera vez que yo era judío, y debo este descubrimiento más a los
no judíos que a los judíos. [...] Si no viviéramos entre gentes
intolerantes, de mentalidad estrecha y violentas, yo sería el primero en
lanzar por la borda todo nacionalismo en favor de la humanidad
universal. [7:171-172]
Mientras era atacado con saña en Alemania, Einstein recibía
tentadoras ofertas de posiciones académicas en el extranjero. Sin temor
a que alguien se lo reprochara, pudo haber aceptado alguna de las más
propicias para su tranquilidad y su trabajo, pero decidió permanecer en
Berlín porque estimaba su deber social y político contribuir a la
consolidación de la joven República de Weimar, surgida de las cenizas
del Imperio. Por lo mismo, en 1922 aceptó ser designado miembro del
Comité de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones, cuatro
años antes de que Alemania fuera admitida a aquella organización
internacional. Pero cuando los ultranacionalistas y antisemitas
asesinaron a su amigo, el ministro de Relaciones Exteriores de la
República, Walter Rathenau, Einstein decidió renunciar al Comité
argumentando que no deseaba "representar a un pueblo que ciertamente no
[lo] escogería como su representante"[4:354]. Amenazado de muerte él
mismo, en octubre de 1922 Einstein partió de viaje alrededor del mundo,
para visitar distintos lugares del globo, entre ellos, Japón, Palestina
y España, país donde, aparte de su obligada participación en actividades
académicas, culturales y sociales, sostuvo serias conversaciones con
dirigentes catalanes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)
[15].
De vuelta a Alemania en 1923, ayudó a fundar la Asociación de
Amigos de la Nueva Rusia, de cuyo comité ejecutivo fue miembro hasta la
liquidación de la asociación, en 1933. En 1924 se reintegró al Comité de
Cooperación Intelectual siguiendo el consejo de Mme. Curie --también
miembro del Comité-- en el sentido de que "precisamente porque
[existían] corrientes de opinión peligrosas y perjudiciales", era
necesario luchar contra ellas y él podía ejercer, a este respecto, "una
excelente influencia, aunque sólo [fuese] por su reputación personal"
[4:355].
Fue precisamente alegando su condición de miembro del Comité de
Cooperación Intelectual, que al finalizar su fugaz visita a La Habana en
diciembre de 1930, de paso para California a través del Canal de Panamá,
Einstein
… insistió en recorrer "los barrios más pobres, pues habiendo visitado
la víspera los parques, los clubs, las residencias de la gente
acomodada, tenían ahora empeño en ver todo lo contrario", según la
Revista de la Sociedad Geográfica de Cuba, donde puede leerse que se
complació su deseo de penetrar "en los más miserables hogares, en los
desordenados patios de los solares y cuarterías" y se condujo al grupo
"al Mercado Único, a las tiendas más modestas de la calzada del Monte, y
a los barrios típicos de la pobreza cubana, que sus moradores [habían]
bautizado con los extraños apelativos de Pan con Timba y Llega y Pon"
[...] Einstein se despidió de sus cicerones agradeciéndoles la
amabilidad que habían tenido al complacerlo en sus raros empeños. A la
una de la tarde, el [barco en que viajaba] zarpó rumbo al Canal de
Panamá, luego de haber permanecido unas treinta horas en el puerto de La
Habana. Atrás quedaba la Cuba neocolonial: "Clubes lujosos al lado de
una pobreza atroz, que afecta principalmente a las personas de color",
anotó Einstein en su diario aquel sábado 20 de diciembre de 1930. [1]
Por supuesto que los sobrevivientes cubanos de mi generación podemos dar
fe de la exactitud de esta observación.
Contra el nazi-fascismo
Año y medio después, el 17 de junio de 1932, Einstein había de firmar en
Berlín, junto con el escritor Heinrich Mann y la artista plástica Käthe
Kollwitz, una carta dirigida al líder comunista Ernst Thaelmann y a los
dirigentes socialdemócratas Leipart y Wels, donde se declaraba que los
firmantes "habían llegado a la conclusión de que [Alemania se estaba
dirigiendo] hacia el terrible peligro de la fascistización", peligro
que, en opinión de los autores del documento, "debería evitarse con la
participación conjunta de los dos grandes partidos obreros en la campaña
electoral, [expresada preferiblemente mediante] la presentación de
listas unificadas de candidatos".
Y añadían:
Llamamos fuertemente la atención de que los dirigentes tienen la
responsabilidad de hacer esto. Hay que tomar la decisión de llamar
públicamente a la unidad entre los trabajadores. Esa decisión es de
vital importancia para todo el pueblo.[12:223]
Como se sabe, los temores mencionados en aquella carta nada tenían de
infundados. A fines de enero de 1933, Adolf Hitler fue nombrado
canciller gracias a la influencia de los industriales y banqueros
alemanes. Antes de transcurrido un mes, los nazis acusaron falsamente a
los comunistas del incendio del Reichstag, y tres semanas después
asaltaron la casita de campo de Einstein con el pretexto de buscar armas
supuestamente escondidas allí por el Partido Comunista. A los pocos
días, Einstein retornó a Europa desde los Estados Unidos, donde se
hallaba de visita. Pero, en lugar de volver a Alemania, se estableció
temporalmente en un pueblecito belga, donde el Gobierno le asignó dos
guardaespaldas para protegerlo de cualquier intento de asesinato, porque
se sabía que los nazis habían puesto precio a su cabeza. Desde allí
envió de inmediato su renuncia a la Academia de Ciencias Prusiana.
Tras un encuentro en Suiza con su hijo menor, afectado de esquizofrenia,
Einstein efectuó dos breves visitas a Gran Bretaña, donde dictó
conferencias en las universidades de Oxford y Glasgow, se le otorgó un
doctorado honoris causa y fue recibido por Winston Churchill y otras
personalidades prominentes. De Inglaterra viajó a los Estados Unidos en
octubre de 1933 para instalarse definitivamente en Princeton, Nueva
Jersey, y ocupar la plaza que se le había ofrecido allí en el recién
creado Instituto de Estudios Avanzados. Siete años más tarde se le
otorgó la ciudadanía norteamericana. En ese lapso, se había librado la
Guerra Civil española y había comenzado la Segunda Guerra Mundial.
Siempre me llamó la atención el mutismo de las biografías de Einstein
sobre la posición asumida por él cuando se escenificaban en España los
prolegómenos a la Segunda Guerra Mundial. ¿Sería que nuestro hombre
había permanecido indiferente ante tan trágico acontecimiento? Tuve la
primera señal de que no había sido así cuando topé con la feroz
invectiva que José Ortega y Gasset lanzó contra él en 1937, donde le
reprochaba haberse "creído con 'derecho' a opinar sobre la guerra civil
española y tomar posición ante ella" [8; 13:309]. Hace poco volví sobre
el tema y, con la ayuda de un colega, di con lo que probablemente es la
clave del asunto: una nota que, bajo el título "Einstein en simpatía con
la causa de Madrid", publicó el New York Times el 5 de febrero de
1937. Allí se dice, en efecto, que el eminente científico se había
dirigido a "una prominente personalidad española" en los siguientes
términos:
En este momento no puedo menos que asegurarle cuán íntimamente unido me
siento a las fuerzas republicanas y a su heroica lucha en esta gran
crisis de su país. Pero al mismo tiempo me siento avergonzado del hecho
de que los países democráticos no hayan encontrado en esta situación la
energía necesaria para cumplir con sus deberes fraternales [...] Cuánto
más orgullosa habrá de sentirse España si, pese a la abstención, y pese
a la intervención de las potencias reaccionarias, pueda ella mantener
victoriosamente su libertad.
Por supuesto que Einstein alude aquí a la llamada "política de no
intervención" promovida por Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, la
cual, en fin de cuentas, sólo sirvió para bloquear cualquier ayuda al
gobierno legítimo de España, mientras los sublevados recibían de la
Alemania nazi y la Italia fascista tanques y aviones que funcionaban con
combustible suministrado por las transnacionales estadounidenses.
Del aporte de Einstein a la lucha contra el nazismo durante la Segunda
Guerra Mundial suelen recordarse más que cualquier otra cosa, las
famosas cartas que firmó el 2 de agosto 1939 y el 7 de marzo de 1940,
donde llamaba la atención del presidente Roosevelt sobre las
implicaciones militares de la energía nuclear y el peligro de que los
nazis fabricaran una bomba atómica. Alguna vez se recuerda también que
trabajó como consultor de la Marina de Guerra norteamericana y que copió
a mano su memoria de 1905 sobre la teoría especial de la relatividad,
para subastar el manuscrito y donar el dinero de su venta --seis
millones de dólares-- como contribución al esfuerzo de guerra. Pero
hasta hace poco no se supo públicamente que si bien la Marina
estadounidense le otorgó su autorización "en el limitado campo de
estudios para el que se necesitaban sus servicios", el Ejército se la
negó [9:171], de manera que no puede decirse que Einstein haya
intervenido directamente en la creación de la bomba atómica, aunque es
posible argumentar que sí lo hizo indirectamente, por cuanto su ecuación
E = mc2 permitió calcular la enorme cantidad de energía
liberada en el proceso de fisión nuclear.
Contra las armas nucleares y contra el racismo
Jamás consideró Einstein que pudiera culparse a su famosa ecuación del
lanzamiento de la bomba atómica, por lo mismo que nadie
responsabilizaría a la invención de las cerillas de que se utilizara una
de ellas para iniciar un fuego destructor de grandes proporciones. Lo
que sí lamentó profundamente fue el haber contribuido a la creación de
la bomba con sus cartas a Roosevelt (que hoy sabemos tuvieron apenas un
impacto marginal) cuando, en agosto de 1945 --tres meses después de la
capitulación de Alemania--, se enteró de que la aviación norteamericana
la había lanzado sobre un Japón a punto de capitular. Lejos de limitarse
a lamentar lo sucedido, de inmediato se convirtió en un obstinado
luchador en contra de la amenaza nuclear, al igual que otros hombres de
ciencia conscientes de su responsabilidad social y humana.
Nosotros los científicos --declaró Einstein en 1948--, cuyo trágico
destino ha sido ayudar a la creación de los métodos de aniquilación más
espantosos y más eficaces, tenemos que considerar nuestro deber solemne
y trascendente el hacer cuanto esté en nuestras manos para evitar que
estas armas se usen con el brutal propósito para el cual fueron
inventadas. [7:148]
Pero su participación en aquella lucha no le impidió integrarse a otras,
convocado por la conciencia de su responsabilidad social y política. Una
de ellas fue su apoyo activo, el propio año 1948, a la candidatura
presidencial del ex vicepresidente de los Estados Unidos, Henry Wallace,
notorio por su progresismo en general y en particular por sus posiciones
tanto a favor de la prohibición de las armas nucleares como en contra
del racismo.
Hay [...] un punto sombrío en la actitud de los norteamericanos
--escribió Einstein en 1946--.
Su sentido de la igualdad y la dignidad humanas se limita
fundamentalmente a los hombres de piel blanca. Incluso entre estos hay
prejuicios de los cuales yo, como judío, tengo clara conciencia; pero
que carecen de importancia en comparación con la actitud de los
"blancos" hacia sus conciudadanos de complexión más oscura,
particularmente hacia los negros. Mientras más norteamericano me siento,
más me duele esta situación. Sólo denunciándola puedo escapar al
sentimiento de complicidad con ella. [6:132-133]
Es probable que al hacer esta declaración, Einstein, ciudadano
estadounidense desde 1940, se sintiera fuertemente motivado por el hecho
de que sólo durante el primer año de la posguerra, la violencia racista
en los Estados Unidos había asesinado a cincuenta y seis negros, en su
mayoría veteranos de la Segunda Guerra Mundial [10]. Ante la gravedad de
la situación, en el verano de 1946 aceptó la proposición del destacado
cantante y luchador social afro-norteamericano Paul Robeson de ocupar el
cargo de co-presidente de la Cruzada Norteamericana para Acabar con los
Linchamientos. Poco antes, al
contrario de lo que por razones de salud acostumbraba en aquel entonces,
pero en línea con su posición definidamente antirracista, Einstein había
accedido a recibir un doctorado honoris causa de la Universidad de
Lincoln, en Pennsylvania. Significativamente, la prensa "seria" de la
época guardó absoluto silencio sobre el acto académico que tuvo lugar,
pese a que el homenajeado no sólo disertó sobre la teoría de la
relatividad en aquella casa de estudios, sino que confraternizó con sus
únicos 265 estudiantes, todos ellos personas de color.
La separación de las razas --expresó en dicha ocasión-- no es una
enfermedad de la gente de color, sino una enfermedad de los blancos [...
y] no pienso mantenerme en silencio sobre esto. [10]
Con todo, el activismo antirracista de Einstein no lo desvió de la lucha
que venía librando en favor de la paz mundial, tal como la entendía.
Desconfiado de la capacidad de la Organización de las Naciones Unidas
para evitar una nueva guerra --esta vez con la utilización de armas
nucleares de suficiente poder total para destruir la civilización en el
planeta--, vio como única solución la renuncia solemne a la violencia,
que, en su opinión, podría ser efectiva
... sólo si al mismo tiempo se implantara un cuerpo judicial y ejecutivo
supranacional, con poderes para decidir cuestiones de interés inmediato
para la seguridad de las naciones. Incluso una declaración de las
naciones en el sentido de comprometerse a colaborar lealmente en la
realización de un "gobierno mundial restringido" tal reduciría
considerablemente el peligro de guerra inminente. [7:160]
La idea de semejante "gobierno mundial restringido" fue rechazada
inmediatamente tanto por los norteamericanos como por los soviéticos,
rechazo que a fines de 1947 se expresó en lo que él mismo calificó de un
"ataque benevolente" en forma de una carta abierta dirigida a él por
cuatro miembros prominentes de la Academia de Ciencias de la URSS
[7:134-146]. Pero en vista de la manera en que muy pronto evolucionó la
situación mundial, el propio Einstein comprendió que habían surgido
peligros más inmediatos que era necesario atajar.
Tiene usted razón en decir que la creación de un gobierno mundial es el
objetivo realmente importante --le escribió al poeta Christopher La
Farge-- [pero] yo considero de la mayor importancia oponerse a la
presente tendencia casi histérica hacia la completa militarización de
este país [Estados Unidos] y un abierto conflicto con Rusia. [9:116]
Por el socialismo
Ni la discrepancia con los soviéticos, ni la derrota electoral de la
candidatura de Wallace
afectaron en absoluto la posición a favor del socialismo que llegó a
adoptar Einstein. Así lo evidencia el hecho de que cuando se le pidió
una colaboración para el número inaugural de la revista Monthly
Review, correspondiente a mayo de 1949, él respondió remitiéndoles a
los editores un artículo titulado "¿Por qué el socialismo?". Aquel
artículo volvió a publicarse en el número de mayo de 1992 de la misma
revista, cuyos editores expresaron entonces que creían oportuno hacerlo,
"[después] del estruendo y la confusión de los dos últimos años [… pues
entendían que] el caso a favor del socialismo nunca se [había]
argumentado más persuasivamente". Y terminaban diciendo del texto:
"Leerlo de nuevo ayuda a restaurar la fe de uno en el potencial
humano"[5]. Llama la atención el hecho que este importante documento ni
se menciona siquiera en las principales biografías del creador de la
teoría de la relatividad, pese a que él mismo lo incluyó en dos
antologías de sus escritos [6:123-131; 7:151-158].
Tal como existe hoy --explica Einstein en su artículo--, la anarquía
económica de la sociedad capitalista es, en mi opinión, la verdadera
fuente del mal. [...] El lucro, junto con la competencia entre
capitalistas, es responsable de la inestabilidad en la acumulación y
utilización del capital, inestabilidad que conduce a depresiones cada
vez más severas. La competencia ilimitada conduce a una enorme pérdida
de trabajo y a la mutilación de la conciencia social en los individuos
[...] Esta mutilación de los individuos es lo que considero como el
mayor mal del capitalismo. Todo nuestro sistema educativo adolece de
este mal. Al estudiante se le inculca una actitud competitiva exagerada,
y se le adiestra en venerar los logros adquisitivos como preparación
para su futura carrera. [...] Estoy convencido de que sólo hay un camino
para eliminar estos graves males, que es la instauración de una economía
socialista acompañada de un sistema educativo orientado hacia metas
sociales. [...] La educación del individuo, además de promover sus
habilidades innatas, procuraría desarrollar en él un sentido de
responsabilidad hacia el prójimo, en lugar de la glorificación del poder
y del éxito en nuestra sociedad actual. [7:156-158]
La lectura de este penetrante artículo pone a las claras que, como
señaló el destacado físico brasileño José Leite Lopes en 1979,
Einstein no era un sabio puro, exótico, apolítico, [sino] un ciudadano
del mundo preocupado de los grandes problemas humanos. [... No] es muy
cómodo para los científicos citar los trabajos de Einstein en el dominio
político. En el caso de que se trate de un físico [norteamericano],
¿sería de su interés mencionar los escritos de Einstein sobre el
socialismo? ¿no correría el riesgo de ser tomado como un radical y
quedar así aislado en su ambiente universitario? [11]
Por mi parte, quiero creer que la obstinada omisión en las
biografías publicadas de Einstein de toda referencia a los textos del
biografiado que revelan lo más radical de su pensamiento sociopolítico,
se ha debido no tanto a la autocensura de los autores, como a la
intervención de unos editores temerosos de exponer la realidad a unos
posibles lectores condicionados por el "establishment" en contra de las
ideas de izquierda en general y especialmente en contra de las ideas
socialistas.
Contra la histeria belicista y contra el macartismo
Pero Einstein no sólo se arriesgaba a exponer sus opiniones sobre temas
de carácter ideológico, que sabía muy mal vistas por la clase dirigente
norteamericana. Tampoco dejaba de abordar directamente cuestiones del
momento que por sus implicaciones requerían una toma de posición
inmediata. Así, por ejemplo, el 13 de febrero de 1950, en plena Guerra
Fría, al intervenir en un debate por televisión, organizado por Eleanor
Roosevelt, sobre la decisión del presidente Truman de fabricar la bomba
de hidrógeno, nuestro hombre advirtió sobre el tremendo poder que se
estaba acumulando en manos de los militares estadounidenses, y añadió:
Se está adoctrinando sutilmente al pueblo por medio de la radio, la
prensa, las escuelas. […] La carrera de armamentos entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética, que al principio se inició como una medida
preventiva, asume un carácter histérico. [7:159-160]
Como es de suponer, aquella intervención fue acogida con desagrado por
los medios oficiales norteamericanos y no faltó quien acusara al sabio
de no ser otra cosa que un instrumento de los comunistas, un "fellow
traveler", como solía decirse entonces. ¿Será
necesario recordar que la histeria anticomunista alcanzó su clímax en
los Estados Unidos precisamente en los años cincuenta, con los nuevos
tribunales inquisitoriales del Congreso norteamericano?[3] En realidad,
la situación no había tomado por sorpresa a Einstein, puesto que en
vísperas de la aparición del macartismo, le había expresado a Wallace en
una carta de enero de 1949, que el ambiente político estadounidense era
ya "medio-fascista" [9:117].
Bien se sabe que entre las principales rutinas preferidas por uno de los
tristemente famosos comités congresionales de la época, se contaba
requerir de los convocados a declarar ante él, que delataran a sus
compañeros de "militancia comunista" so pena de perder sus empleos,
quedar inscrito su nombre en unas famosas "listas negras", e incluso ir
a prisión por desacato. "No me pongan a escoger entre desacatar a este
Comité e ir a la cárcel, o forzarme a arrastrarme realmente por el fango
para convertirme en un informante", suplicó un actor de Hollywood al ser
citado para declarar en 1951 ante el Comité Congresional sobre
Actividades Antiamericanas. Pero de nada le valieron los ruegos y en
definitiva se quebró ante las amenazas de ir a prisión y perder su
carrera [3:506]. Otros, los menos, fueron más firmes y se arriesgaron a
sufrir las consecuencias de su actitud.
En respuesta a la comunicación de un maestro de Brooklyn, que se había
negado a testificar ante el tribunal inquisitorial del notorio senador
"come-rojos" Joseph McCarthy, Einstein escribió una carta que quiso no
dejara de darse a conocer con la mayor amplitud. Publicada el 16 de mayo
de 1953 en el New York Times, contenía la siguiente incitación:
Todo intelectual que sea llamado ante uno de los comités debiera negarse
a testificar, es decir, que tendría que prepararse para la cárcel y la
ruina económica, en dos palabras, para el sacrificio de su bienestar
personal en interés del bienestar cultural de su país. […] Si
suficientes personas están dispuestas a dar este grave paso, tendrán
éxito. Si no, entonces los intelectuales de este país no merecen nada
mejor que la esclavitud que se prepara para ellos. [7:34]
En otra carta, dirigida en 1954 al líder del Partido Socialista
Americano Norman Thomas, que era enemigo acérrimo de los comunistas,
Einstein volvió sobre la idea anterior en los siguientes términos:
A mi ver, la "Conspiración Comunista" es principalmente un eslogan [...]
que deja completamente indefensa a la [gente]. De nuevo, tengo que
retrotraerme a la Alemania de 1932, cuyo cuerpo social democrático había
sido debilitado ya por medios similares, de manera que [...] Hitler pudo
propinarle el golpe de muerte con facilidad. Por lo mismo, estoy
convencido que los de aquí harán igual a menos que vengan a la defensa
hombres con visión y voluntad de sacrificarse. [9:151]
Evidentemente, la expresión de criterios de este corte no podía sino
hallar un lugar de preferencia entre las 1 800 páginas del expediente
policíaco que, durante veintitrés años, le mantuvo abierto el FBI del
Sr. J. Edgar Hoover al creador de la teoría de la relatividad. Hoy
desclasificado, aquel documento pone en evidencia el interés personal de
Hoover en que se removiesen cielo y tierra para hallar algún indicio de
apariencia creíble, que permitiera implicar a Einstein en actividades de
espionaje a favor de la Unión Soviética. Pero aquel empeño fracasó, y
nadie se atrevió a llevar al célebre creador de la teoría de la
relatividad ante los tribunales inquisitoriales norteamericanos de
entonces [9: Cap. 13].
Un radical imprescindible
A medio siglo de la muerte de Albert
Einstein, su nombre sigue siendo familiar para
todos: se trata una figura que nadie duda en considerarla la
representación emblemática del hombre de ciencia. Ampliamente votado
como la personalidad más destacada del siglo
xx, la imagen que suele
tenerse de él es la de un viejo genial y exótico, invariablemente
sumergido un mar de ecuaciones, ingenuo a más no poder e indiferente a
las realidades de la vida. Esa es la idea de Einstein que han forjado
los medios de difusión y las biografías asépticas, una idea que oculta
el otro aspecto esencial de su
personalidad al que hemos tratado de hacer aquí alguna justicia.
Einstein nunca vaciló en asumir decididamente su responsabilidad social,
tal como la entendía, hasta el final mismo de su vida, cuando en la
clínica en que se hallaba recluido rubricó, el 11 abril de 1955 --una
semana antes de morir--, el hoy llamado Manifiesto Russell-Einstein
contra el empleo del arma nuclear. Se recordará que cuarenta años antes,
en plena Guerra Mundial, había respaldado con su firma otro documento
político en favor de la paz, siendo miembro de la Academia de Ciencias
Prusiana.
Creo que nunca estuvo Bertoldt Brecht más acertado que cuando concluyó:
Hay quienes luchan una
hora
y son buenos.
Hay quienes luchan un
año
y son mejores.
Hay quienes luchan
muchos años
y son muy buenos.
Pero pocos luchan la
vida entera.
Esos son los
imprescindibles.
En armonía con este criterio, pienso que no sólo fue un radical
imprescindible el Einstein que todos reconocen y veneran por su magna
obra científica, sino también el otro Einstein, el que luchó toda la
vida contra la guerra, el racismo, la reacción y la injusticia social.
Referencias
[1]
Altshuler, J. (1993):
Las 30 horas de Einstein en Cuba. En A propósito de
Galileo: 143-154. Ed. Gente Nueva, La Habana, 2003.
[2]
¾¾¾¾
(1997): "Ciencia aria" y "ciencia
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