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¿Violentos?
Tanto
como la sociedad
Por
Kalika Kofi
Foto:
Wildy
![Idianelys Santillano.](http://www.somosjovenes.cu/index/imagen204/violen.jpg)
Idianelys Santillano (1977).
Licenciada en Psicología (2000) por la Universidad de La
Habana. Máster en Metodología de los procesos
correctores comunitarios (2010). Investigadora agregada
del CESJ. |
Cuando
acordamos en Somos Jóvenes los temas que trataríamos
durante el año, decidimos dedicar el número de febrero, donde es
tradición hablar de amor, a la violencia, cualidad contraria a
cualquier sentimiento de afecto.
La idea era meditar en que aquí la diferencia se pasa del límite
precisamente por exceso, y detenernos frente a un juicio
elemental: a más amor, menos violencia; a mayor violencia, menor
amor.
¿Podría alguien expresar la magnitud de la diferencia? ¿Son
violentos nuestros adolescentes? ¿Cuánto? Una vez más usamos los
resultados del
Centro de Estudios sobre la Juventud (CESJ).
Hacia allá fuimos, siguiendo la sugerencia de Idianelys
Santillano, psicóloga e investigadora de esa institución.
El justo medio
“¿Son violentos nuestros adolescentes?”, repitió ella en la
arrancada. “Si contestase ‹sí› o ‹no›, obviaría la diversidad de
la juventud. Me costaría responder sí, muchos jóvenes no
son violentos, o decir no, otros o bien lo son, o en
ocasiones se manifiestan como tal, aunque no lo sean. La versión
corta de mi respuesta sería: son tan violentos como la
sociedad”.
SJ: ¿Dicha complejidad expresa un estado de cosas?
“Acusa una responsabilidad colectiva: si contestase ‹sí›
significaría que es un problema de los jóvenes, que son ellos
los violentos, cuando en realidad lo que sean, con sus
variaciones, responde en gran medida al contexto en el que se
socializaron”.
SJ: ¿Pasamos a la versión “larga” de la respuesta?
“Hay un hecho mundial: la tendencia al no pensar, al hedonismo,
a vivir el hoy, desdibujó los imaginarios sobre conductas y
concepciones. Que los límites se corrieran ayudó a que los
adolescentes tuviesen comportamientos violentos con más
asiduidad y sin considerarlos tan negativos.
“En cuanto al escenario doméstico, los años de socialización de
nuestros jóvenes, los 90 del siglo XX, transcurrieron en un
contexto de carencias y dificultades. No es que perdiésemos
nuestras grandes conquistas, salud, educación y
seguridad social, mas por la forma en que se las presentamos,
ellos las percibieron como algo dado, pertenecientes a una época
lejana.
“El no tengo, no se puede, influyó en el modo en
que concebimos la educación, desde la sobreprotección y la
tolerancia. Si bien está el sujeto concreto, que decide si es o
no violento, hay una familia junto a él, concurriendo en su
decisión, y la escuela, la comunidad, la ciudad, el país. Las
brechas en los estilos educativos se dieron en todos los entes
de socialización del medio juvenil, favorecieron el asomo de
expresiones violentas”.
SJ: ¿Nuestros entornos familiares propician el fenómeno?
“El pensamiento de la familia cubana antes de 1959 era rígido:
Los niños hablan cuando las gallinas mean, Cuidado con
alzarme la voz, ¡Ay, si la maestra me da una queja!
Luego, la Revolución humanizó todo, pero tal vez nos excedimos.
“Llegamos a una educación donde los límites intrafamiliares, de
palabra y obra, y también espaciales, no existen o se violan. El
joven olvidó que no debe gritarles a los padres, y ellos, para
recordárselo, le gritan. Mamá y papá se inquietan porque el niño
disfruta recluirse en su cuarto, y le abren la puerta...
“La confusión de límites llevó al establecimiento de relaciones
de paridad entre adultos y adolescentes. A los nietos creídos de
que pueden ofender a los abuelos no se les enseñó la deferencia.
No hallamos el justo medio entre una educación aplastante de la
individualidad y otra donde el menor campea por sus respetos”.
Por omisión
SJ: A medio camino surgirían diversas formas de violencia.
“Violento no es solo el que en una actividad bailable ocasiona
un tumulto, o el que
forma una bronca en la escuela. Consideremos, por ejemplo, los
vínculos de pareja y entre amigos, donde subyacen insospechadas
transgresiones de la
individualidad, sorprendentes violaciones de los derechos
inherentes al ser humano”.
SJ: Son muestras sutiles.
“Correcto. Nos inquieta la violencia física, que comprende
golpes, empujones u otro contacto causante de perjuicio
corporal; y la verbal, que engloba insultos, amenazas y gritos.
Mas la violencia psicológica, que abarca ciertos tipos de
silencios, y también chantajes emocionales, y que provoca
sensaciones tan molestas como la minusvalía, parece preocuparnos
menos.”
SJ: Spots televisivos hablan de violencia sexual y emocional.
“En mis estudios manejo tres tipos: física, verbal y
psicológica..La última de estas la asocio a la emocional. Otros
investigadores serían más específicos, y ya no según las
secuelas, sino conforme al móvil usado para someter y violentar,
presentarán su clasificación y hablarán de violencia sexual,
económica, etc. Todo dependerá de lo que se quiera enfatizar”.
SJ:¿Podría narrar alguna escena de violencia sutil?
“Cuando trabajé la sexualidad con adolescentes capitalinos,
observé cómo los
varones minimizaban el conocimiento de las niñas. Total, ellas
brindaban más informaciones, y más elaboradas, que ellos. Fue
una sesión tranquila en apariencia: los muchachos, creyéndose
expertos en la materia, se mantuvieron todo el tiempo
desacreditando el saber de sus compañeritas”.
SJ: ¿Será el machismo móvil de violencia?
“La violencia siempre está asociada a una relación, real o
simbólica, de poder asimétrico. El machista asume que el hombre
es ‹el que manda›, y bajo ese presupuesto establece con su par
nexos violentos más o menos sutiles.
“El poder per se no genera violencia. Puedo tener dinero
y tú no, y eso no significa que sea violenta contigo. ¡Ah!, pero
si esa tenencia de dinero, la manera en que la vivo, implica una
asimetría de poder entre nosotros, entonces en ella yo me creo
ganador, porque tengo dinero, soy hombre o jefa, y termino
violentándote”.
SJ: ¿Hay violencia en la omisión?
“Me complace profundizar en ese enfoque con los adolescentes.
Pareciera que la violencia se halla solo en la acción. ¿Y cómo
llamarle al hecho de que un hijo no le dirija la palabra a su
madre en todo el día, o que ella le reclame: ¿ah, no me
quieres hablar? Pues no voy a lavarte, ni a cocinarte, ni a
darte dinero para la merienda!.
“La abstención de hacer o decir, la falta por haber dejado de
hacer algo necesario en la ejecución de una cosa o por no
haberla ejecutado, puede ser un gran acto de violencia”.
Amor: producto cultural
SJ: ¿Qué otros elementos visualiza en su concepto de
violencia?
“La violencia siempre provoca un daño, físico o psicológico, más
o menos visible, y, además, hay una intención más o menos clara,
para conseguir un propósito perjudicial.
”La sobreprotección, por ejemplo, con lo que limita y le resta a
la persona protegida, comprende una violencia que no es
consciente. La intención de los padres sobreprotectores es
cuidar de sus hijos, pero no tienen claro el daño que les hacen,
ni cuán violentos están siendo con ellos”
SJ: Sería bueno distinguir entre la violencia de nuestros
adolescentes y la de los jóvenes de otras sociedades.
“Nos referimos a una violencia que no es, ni con mucho, la de
otros países. Por eso dije desde el inicio que los adolescentes
cubanos son tan violentos como la sociedad donde viven. Con todo,
deberíamos tomar cartas en el asunto; nuestros jóvenes
desempeñan un papel importante en la sociedad y no podemos
permitirnos que el fenómeno de la violencia crezca en espiral”.
SJ: Hablamos de acciones/omisiones, daños, intenciones y
poder asimétrico. ¿Qué nos falta?
“Que la violencia es aprendida. Cuando uno observa un proceder
violento, está mirando el arsenal de respuestas que tiene la
persona ante los hechos, lo que aprendió o le enseñaron. El
humorista Octavio Rodríguez, Churrisco, tiene un chiste,
donde hace de mamá, que ilustra esto: Fíjate —le dice al
niño—, al que te dé, le das, con la mano, con un palo, con lo
que sea, pero le das”.
SJ: Le oímos decir a Frei Betto, fraile dominico brasileño:
‘Lenin decía que el amor es un producto cultural, y es verdad.
El amor depende de un trabajo de educación’. Lo mismo pasará con
la violencia, la mesura y la amabilidad.
“El amor es de los sentimientos que aparecen como dados, como
independientes de, y sin embargo, como la moderación, la
ternura y la amabilidad, hay que cultivarlo. Asimismo, la
persona más violenta, de cualquier edad, siempre está a tiempo
de aprender a ser amable, suave, tierna. Si no creyera en ese
aprendizaje, vano sería mi trabajo. Los adolescentes merecen
saber que pueden decidir aprender a ser afables, cordiales,
compañeros”.
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