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Contra
el argumento racista
Víctor Fowler Calzada
Al igual que los movimientos racistas
representan la síntesis paradójica y, en
determinadas circunstancias, aún más eficaz, de
las ideologías contradictorias de la revolución
y la reacción, el racismo teórico representa la
síntesis ideal de la transformación y de la
inmovilidad, de la repetición y del destino. El
"secreto" cuyo descubrimiento representa sin
cesar es el de una humanidad saliendo
eternamente de la animalidad y eternamente
amenazada por sus garras. Por ello, cuando
reemplaza el significante de la raza por el de
la cultura, siempre tiene que relacionar esta
última con una "herencia", con una "descendencia",
con un "arraigo" que son significantes del
enfrentamiento imaginario entre el hombre y sus
orígenes.
(Etienne Balibar, Raza,
nación y clase.)
El racismo representa,
literalmente, el discurso revolucionario,
pero lo representa invertido.
(Michel Foucault, Genealogía
del racismo).
Por lo tanto, no obstante
las diferencias, en ánimos del debate académico…
(Tomás Fernández Robaina, “Hacia
el centenario de la fundación del Partido
Independiente de Color: Aproximación crítica a
tres nuevas contribuciones”.)
Las
coincidencias, cuando suceden en la esfera
social, suelen ser signo de malestar, línea de
fuerza latente que pugna por emerger o, aunque
sea, dirigen la atención a zonas que previamente
es complejo distinguir por lo disperso de sus
elementos. Los meses recientes, donde se ubican
la aparición del volumen Cuba, personalidades en
el debate racial (del investigador Tomás
Fernández Robaina, por la Editorial Letras
Cubanas), el largo ensayo La nación, el racismo
y la discriminación racial en la historia de
Cuba y en la contemporaneidad. ¿Otra batalla
ideológica-cultural? (de Orlando Cruz Capote, en
tres partes, dentro del sitio web de la
publicación digital La Polilla) y el estreno del
documental Raza (de Eric Corvalán, en el
Festival Internacional de Cine de la Habana)
marcan uno de estos momentos de nacimiento o
reformulación de un campo. Basta conectarlos con
acontecimientos anteriores como la creación de
una comisión (presidida y orientada por la
Secretaría Ideológica del PCC, a través de su
Departamento de Cultura, en el año 2007) para la
celebración del centenario del alzamiento y
posterior masacre contra
los
miembros del Partido de los Independientes de
Color; la inauguración de una tarja en la casa
de Evaristo Estenoz, donde en 1908 fuera fundado
dicho partido; la colocación de otra tarja, en
el lugar de la ejecución de Antonio Aponte,
mulato y primer cubano que organizara una
rebelión contra el poder español en épocas de la
Colonia y la conmemoración del aniversario de la
rebelión de esclavos domésticos en el Palacio de
Aldama, hoy sede del Instituto de Historia del
PCC. Tal cantidad de sucesos a propósito de un
tema que, durante largos años, permaneció
prácticamente excluído de la escena pública y
muy atenuado dentro de la academia, tiene que
significar algo. Es por tal motivo que, en el
texto citado, Orlando Cruz Capote, investigador
del Instituto de Filosofía cubano, lanza una
larga serie de preguntas:
“… ¿ello es parte además
de una moda intelectual internacional que se nos
indica desde una agenda exterior,
específicamente, a partir del auge y repercusión
de los “estudios poscoloniales”, los “estudios
de alteridad” y los subalternos”?; ¿es
consecuencia directa e indirecta de los impactos
de los discursos post que aún subsisten en la
teoría filosófica-política,
económica-sociológica y psicológica social, así
como de otras disciplinas científicas y saberes,
acerca de la crisis de las
identidades-diversidades societales, el
denominado fracaso del Estado nación moderno y
las contradicciones socioclasistas devaluadas?;
¿o acaso esa eclosión académica y sociopolítica
de la problemática identitaria-social y racial,
iniciada desde mediados y finales de los años 90
del pasado siglo y que continúa con mayor fuerza
en este milenio, corresponde a un inadecuado o
insuficiente tratamiento -subestimación y olvido
casual o seudo-intencionado-, por parte de
algunas ciencias sociales en ciertos períodos de
la historia de la nación?; ¿o es resultado de
algunas subvaloraciones o inadecuadas
implantaciones de la política social y cultural
de la Revolución Cubana, basadas en la igualdad
y equidad, y a pesar de todo lo alcanzado en
este campo a través de estos cincuenta años de
proceso transformador?; ¿es motivada por los
conflictos de valores en la sociedad cubana
actual que se agravaron luego del derrumbe del
paradigma y referente histórico del socialismo
este-europeo y de la Unión Soviética, y su
correlato inmediato que constituyó la crisis
económica y social en la Isla, recrudecida por
la agresiva política oportunista estadounidense,
más la dominación y hegemonía omnímoda del
capitalismo-imperialista a nivel planetario?;
¿es acaso también un semi-olvido de las
izquierdas en general, que subestimaron en
cierto sentido esa problemática a lo interno de
sus sociedades?; ¿es tan real su existencia y
dimensión en un país en el cual más del 50% de
sus habitantes son negros, mulatos o mestizos y
un porciento mayor frutos cercanos y lejanos de
la hibridación social, racial, religiosa y
cultural, aunque no aparezcan así reflejados en
los censos de población efectuados?; ¿existe un
peligro previsible para la Identidad Nacional y
Cultural cubanas por la persistencia de los
prejuicios racistas y las formas más sutiles de
la discriminación racial?”
(«La nación, el racismo y la discriminación
racial en la historia de Cuba y en la
contemporaneidad. ¿Otra batalla
ideológica-cultural?»)
(publicado en tres partes entre los días 9-13,
diciembre de 2008.
en:
http://www.lapolillacubana.cu)
![](http://www.cubaliteraria.com/img/artecubano/plastica/nyb.jpg)
Al responder, Cruz Capote apuesta por la
necesidad de fomentar comisiones y congresos
“para que todos aporten sus diferentes puntos de
vista”, “en un marco político y jurídico
adecuado, que puede profundizarse”, al tiempo
que mantiene gran cautela en lo que toca a los
debates en el espacio público. En este caso, el
‘todos’ imaginado -para que participe de
comisiones y congresos- lo sería por delegación,
como en un proceso eleccionario, mientras que la
legislación particular para ofensas por motivo
de raza o discriminación, en general,
necesitaría de una muy profunda discusión
pública que movilice sensibilidad hacia ella. La
razón para pensar esto último es que ya es parte
de la Constitución cubana el rechazo a toda
forma de racismo, en tanto el malestar o el
resultado de investigaciones sociales confirman
que sí lo hay; dicho de otro modo, ni las
medidas anti-racistas tomadas desde el triunfo
mismo de la Revolución, ni la existencia de un
marco constitucional al efecto, han sido
suficientes para eliminar una convicción y una
práctica con hondas raíces en la historia y
tradiciones culturales del país.
¿Desde qué ángulo enfocar
un tema así? Cuando Cruz Capote se refiere al
extendido estudio que el Partido cubano orientó
hacer en toda la sociedad cubana, hacia fines de
los 90 del pasado siglo y cuyo objetivo primario
era valorar el impacto del denominado “Período
Especial” en los diversos grupos de la
población- y que fue el disparador de la
presente “Batalla de Ideas”, escribe lo
siguiente:
“… arrojó que dentro del
cuerpo societario cubano, los individuos y
colectivos más pobres -algunos de ellos muy
cercanos a la pobreza y en condiciones de
precariedad habitacional, laboral y salarial-
eran aquellos que tenían una composición
social-racial, fundamentalmente, negra y mestiza
(aunque no faltaron individuos de raza blanca),
por lo que se encontraron en el escalón más
retrasado y conflictual de la población.
Entonces, no existieron
dudas.”
Digo lo anterior porque,
como negro yo mismo, vecino de una barriada
próxima a Cayo Hueso, habiendo vivido muy cerca
del llamado Canal del Cerro, o con sólo caminar
la ciudad durante mis años de mensajero de
banco, o teniendo un hijo viviendo en Veguita de
Galo, en Santiago de Cuba, o participando de
experiencias de familias y amigos de mi color, o
por mil otras razones, a pesar de faltaban
estadísticas, nunca tuve dudas. Siguiendo igual
lógica, y poniendo la mirada en la sociedad
cubana contemporánea, no puede menos que tomarse
distancia y encontrar otro camino de comprensión
que este donde se afirma que:
“… los distintos ámbitos
en donde se reproducen las prácticas racistas
han sido legitimados como cuasi naturales por la
sociedad en conjunto.”
En lugar de ello, se puede
pensar que la cantidad y el tipo de las
libertades que una Revolución socialista
propone, incluyendo aquí la promesa de
superación (realizada o iniciada en todos los
campos, incluyendo el de la raza), son de tal
magnitud que atenúan, equilibran o permiten
negociar las adhesiones, a pesar de que subsista
injusticia asociada a la pertenencia racial.
Sean éstas en los mundos del trabajo, las
relaciones interpersonales, la reproducción de
estereotipos en los medios masivos o el silencio
sobre la contribución a la Historia nacional (en
el campo que corresponda) de determinada figura,
sin ser legítimos ni cuasi-naturales, los
individuos beben su amargo y continúan en ese
otro nivel donde se les mira, actúan, progresan
y son representados como “cubanos”. Dicho de
otro modo, voluntariamente y sin insistir en el
dolor, deciden no enquistar la temporalidad
alrededor de la cápsula de la identidad y
excluyen entonces variedades de experiencia (que
van del asociacionismo racial a la presentación
y debate público del problema) para asumir modos
otros de elaborar un futuro diferente.
II
Tomás Fernández Robaina,
investigador de larga trayectoria en lo que toca
a la historia social del negro en Cuba, así como
al universo de la religiosidad popular de origen
africano, es una de las personalidades más
creativas en la bibliotecología cubana
contemporánea y el autor de volúmenes como:
Bibliografía de temas afrocubanos, Memorias
secretas de dos mujeres públicas, Historia
social del negro en Cuba, Contribución a la
historia de la Biblioteca Nacional, del Índice
de publicaciones periódicas, además de las
bio-bibliografías de José María Heredia y
Antonio Maceo. Una gran contribución, para el
tema que comentamos, es la reciente aparición de
uno más de sus libros: Cuba, personalidades en
el debate racial (La Habana: Editorial Ciencias
Sociales, 2007).
Mediante la reunión de
artículos, escritos a lo largo de años y
dedicados, en su mayoría, al análisis de figuras
destacadas dentro de los debates sobre raza en
Cuba (en especial, durante el siglo XX),
Fernández Robaina entrega uno de esos esfuerzos
que dejan con ganas de seguir leyendo. Zonas y
modos de pensamiento que permanecen sepultados
regresan a la luz y, con su reingreso a la
escena pública, podemos reconstruir el pasado y
entendernos mejor; por este camino, la fijeza de
la mirada encima de procesos escasamente
abordados en la investigación (o integrados de
forma fragmentaria), obliga a un reordenamiento
de la tradición entera. En este caso, la
asimilación de actores nuevos, en ocasiones
insospechados, agrega escenarios a las visiones
que poseemos (sobre el crecimiento en el tiempo
del país y su cultura) e impulsa un aumento de
la complejidad que nos define y que es ganancia
final para una identidad enriquecida. Si bien
han sido varios los esfuerzos en semejante
dirección, hasta el presente ninguno había
intentado el análisis individualizado de
pensadores alrededor de la situación racial
cubana. Por este camino, a los ya conocidos
nombres de Marinello, Juan Gualberto Gómez y
Nicolás Guillén, dentro del campo, se agregan
otros de menor resonancia, pero igualmente de
primer plano, como los de Arredondo, Urrutia y
Trelles. La profunda experiencia que, como
investigador en el área de las luchas sociales
del negro cubano, acumula Fernández Robaina, le
permite moverse con erudición y limpieza en un
amplio campo que abarca la historia hechológica,
la religiosidad afrocubana y el análisis de los
procesos de formación nacional, donde lo
histórico y lo cultural se funden. Su pasión
como autor define a un verdadero activista,
alguien que ha sido uno de los principales
responsables del regreso de la atención hacia el
Partido Independiente de Color; fundando en
1908, ilegalizado en 1910, reprimido con
violencia extrema en 1912 y, a partir de
entonces, sepultado en un larguísimo e injusto
olvido.
Todo
hecho acerca de los Independientes demarca un
polo de oposición en el tiempo tanto como en la
significación. En verdad, recuperado el hecho,
no hay forma de escribir el presente, sino como
negación de una represión que (pese al
desacuerdo en la cifra de muertos) tuvo lugar en
medio de histeria racista, revuelta por la
prensa en todo el país, y fue sangrienta.
Tampoco, en su reverso, es posible escribir la
historia de la Revolución cubana, sino como la
superación (curación) de aquella vieja herida
que, a lo largo de la República, hubo de
permanecer abierta, controlada y para la cual se
demandaba mudez. El acontecimiento ocurrió en el
interior de un tejido de circunstancias que, no
pocas veces, escapan hacia derivaciones que el
paso del tiempo oscurece. Para que ello suceda
es necesario combinar el olvido o la erosión de
la memoria, como proceso natural; conexiones que
lucen remotas hoy, pero que en el instante
parecían fundamentales; además de la acción,
planificada y continua, de aquellas élites que
controlaron –desde la fecha del hecho y durante
una larga cantidad de tiempo- la interpretación
de la historia. Si se toma en cuenta lo
anterior, el arco que va desde el vilipendio
(Rafael Conte y José M. Capmany, Guerra de
razas, y Gustavo Enrique Mustelier, La extinción
del negro) a las recuperaciones más recientes,
que pretenden restablecer la verdad histórica y
hacer justicia (Castro Fernández, Silvio. La
masacre de los Independientes de Color en 1912 y
Meriño Fuentes, María de los Ángeles. Una vuelta
necesaria a mayo de 1912), dibuja un territorio
tan lleno de certezas como de paradojas y
preguntas, a la espera de más laboreo por parte
de historiadores.
No cabe duda de que
Fernández Robaina comparte la convicción de que
los Independientes recurrieron a la revuelta
porque entendieron que la República era un
momento de negación del derecho (para el grupo
de individuos cubanos de la raza negra) y, como
tal, daba continuidad a la colonia. Basta, como
ejemplo, la siguiente cita que –aunque referida
a Juan Gualberto Gómez y en el artículo La
presencia del pensamiento martiano en la lucha
social del negro cubano- conduce a una toma de
partido por los Independientes:
“Su opinión idealista y
romántica hacia la hermandad de blancos y negros
ganó fuerza: no vió las diferencias clasistas y
culturales que ahondaban los prejuicios y la
discriminación. No pudo rebasar el marco de su
tiempo, de su visión eurocéntrica, porque había
sido formado intelectualmente dentro de ella.
Sin embargo, la realidad, la vida, imponía sus
leyes, y la idea del partido negro no
desapareció por completo. En 1908, se funda la
Agrupación Independiente de Color como una vía
para lograr las reivindicaciones del negro
cubano.”
Fernández Robaina, Tomás. Cuba, personalidades
en el debate racial. (pags. 78-79)
La incomodidad del autor,
para con la renuncia de J. G. Gómez a la acción
violenta como manera de obtener derechos, abre
una diferencia radical (en cuya raíz se
encuentra el devenir del tiempo) en lo que trata
al funcionamiento de las sociedades humanas, el
sentido de la labor intelectual, las
posibilidades de la democracia representativa,
los valores del activismo social y no político,
la importancia del asociacionismo identitario y
la interrelación entre grupos fracturados por
motivos de raza. Sin embargo, la elección aquí
es sumamente complicada, pues habría antes que
demostrar que la negación de cualquier
posibilidad de desarrollo, para los cubanos
negros de la época, era no sólo lesiva, sino
absoluta y –lo principal- sin perspectiva de
mejoramiento. Lo que trato de entender son los
motivos que, en la circunstancia que sea, pueden
ser tales que generen las condiciones necesarias
para que todo un grupo social derive hacia una
práctica política tan enteramente tajante como
es la protesta armada, preludio simbólico de la
guerra; junto con ello, por otra parte, “lo
político” de la época incluía, el comportamiento
de grupos que simulaban la revuelta (con lo cual
demostraban su fuerza y avisaban de la violencia
que podían ocasionar si no eran atendidas sus
demandas). Esta escenificación de la revuelta,
que supuestamente contenía en potencia a la
revuelta real (a la que, en el momento, se le
dejaba en suspenso e hipótesis), solía terminar
en la abertura de un espacio de diálogo en el
alto poder político y, sobre todo, en la
redistribución de parcelas dentro de la
dominación. Las luchas, por ejemplo, de
campesinos y obreros cubanos, demuestran que tal
práctica les quedaba completamente vedada, pues
allí la condición básica del pacto era
justamente la no-realización de revueltas y ni
siquiera resultaba concebible la existencia de
grupos que recurriesen a las armas para
manifestar demanda. La clave aquí es si,
semejante prohibición, realmente “agotaba” la
totalidad de cambio y/o mejoramiento concebible
dentro de la muy joven República cubana, al
tiempo que en cualquiera de sus caminos futuros.
De las varias veces que el autor da respuesta a
la inquietud en su libro, elijo esta que sigue:
“Los negros nada habían
recibido de la República, a pesar de que ellos
se habían hecho acreedores a esos derechos de
forma relevante”
Fernández Robaina, Tomás. Cuba, personalidades
en el debate racial. (pp. 78-79)
A
este propósito, no alcanza con constatar
determinada injusticia (ni siquiera cuando es
extendida y en múltiples niveles), sino que el
análisis carece de sentido si no se toma en
cuenta la temporalidad; en su reverso, el
peligro de olvidarlo, implica hacer la vulgar
lectura teleológica según la cual las
condiciones del presente organizan y dan
respuestas para el pasado. Pese a la velocidad
de eventos sucedidos en los diez primeros años
de República, fundada en 1902, es sumamente
dudoso hablar de “agotamiento” dentro de un
proyecto social que significaba el abandono de
un orden colonial y su sustitución por el
estatuto republicano. De hecho, va a ser el
propio Fernández Robaina quien, en el artículo
que dedica a la Bibliografía de autores de la
raza de color de Carlos M. Trelles, destaca el
estupor del célebre bibliógrafo al comprobar que
quienes más han “aprovechado” el cambio son los
individuos de la raza negra. Aunque, a su vez,
esto no baste para disipar el comentario acerca
del racismo virulento que había, para la fecha,
en el país, si es suficiente para imaginar que
incluso en el interior de semejante ambiente
había otros modos de imaginar (o aún poder
imaginarla) la ciudadanía del sujeto de raza
negra que no fuesen, de modo inevitable, los de
la revuelta. Un fragmento clave, de la cita en
cuestión, es el siguiente:
“El progreso del negro
cubano, desde el punto de vista de la
instrucción, es hoy más rápido que el del
blanco, si se tiene en cuenta que la mitad de
los componentes de la raza africana estaban
sometidos hace medio siglo al régimen inicuo y
embrutecedor de la esclavitud”
Trelles, Carlos M. Bibliografía de autores de la
raza de color.
en: Cuba Contemporánea, abril de 1927, años 43,
no. 169, pp. 30-78.
Citado en: Fernández
Robaina, Tomás. pag. 37
La paradoja brota de la
fusión de tensiones, hasta cierto punto
encontradas, en una misma temporalidad. Para los
ciudadanos negros que participaron, de modo
activo, en el mambisado, el daño a una promesa
de participación forjada en la igualdad frente a
la muerte en los campos de batalla y su
posterior postergamiento sin meta concreta. Para
aquel otro sector de negros cubanos, cuya
esperanza y lealtad mayores estaban en el arribo
de un nuevo orden del mundo (capaz de barrer la
dosis de inhumanidad que les era destinada en el
espacio colonial), una serie de obstáculos
nuevos, pero de intensidad disminuída, la
diferencia entre el absoluto del ‘nunca’ y el
compás de espera propio del ‘quizás’. Esto
último, a fin de cuentas, y más verdadero que
nunca durante los primeros años de cualquier
proceso social, la promesa exacta que implica el
paso desde una colonia a una República.
Partiendo de este punto, desde el presente, se
hace necesario entender y aceptar –más allá de
cualquier relativismo minimizador- la
posibilidad que existió, para los actores de la
época, de ser cubano, negro, discriminado,
digno, no sumarse a los Independientes de Color
y rechazar la revuelta. Junto con ello, luego de
la desmesurada represión y el consiguiente daño
que sufrió el mito de la República como espacio
de fraternidad racial, las instituciones de la
clase dominante debieron invertir una energía
simbólica enorme para borrar las huellas del
suceso (huella de lo cual, por ejemplo, es la
virtual inexistencia del hecho en el sistema de
enseñanza u otro ámbito de la producción
cultural nacional), así como presionados para
abrir espacios que fuesen tribunas de la voz del
nuevo sujeto racial (ejemplo de lo cual es la
columna Ideales de una raza, del periodista
Gustavo Urrutia, en el Diario de la Marina, que
el propio Fernández Robaina elige como modelo de
intelectual negro republicano).
El
paso a primer plano de las cuestiones asociadas
a la temporalidad permite analizar desde ángulos
nuevos lo entonces sucedido, pues la sucesión de
eventos de éxtasis popular como fueron la caída
del machadismo en 1933, la elección de Grau San
Martín en 1944 y la prédica de Chibás hasta su
muerte en 1951, admiten ser interpretados como
ejemplos mayores del enorme capital simbólico
que la República conservó, todavía muchos años
después de la masacre contra los Independientes
de Color. Un capital simbólico cuyo contenido es
la idea de que un nuevo espacio de realización
humana iba a ser posible, nacido de las luchas
de anti-coloniales y de liberación nacional en
el siglo XIX, y en cuyo mantenimiento (a lo
largo de los eventos señalados) los ciudadanos
cubanos de la raza negra no sólo contribuyeron,
sino que fueron uno de sus elementos
estructurales básicos. Si bien la represión a
los Independientes transformó en asunto
sumamente espinoso el mito de la fraternidad
racial cubana, no fue suficiente para destruir
la idea de que todavía había otros caminos para
la realización de los negros cubanos. Es el
presente quienes nos dice que apenas hubo
cubanos de raza negra entre las figuras
principales o como miembros del cuerpo
diplomático de cualquiera de los gobiernos
republicanos; que escasamente entraron de modo
masivo a trabajar en las grandes cadenas de
tiendas o en las compañías Eléctrica o en las
refinerías; que tampoco ocuparon puestos
directivos en los centrales azucareros y mil
evidencias más del racismo visceral de las
élites cubanas. Contrario a ello, en el pasado,
centenares de miles de cubanos negros creyeron e
intentaron, con toda su buena fe, ascender en la
pirámide de una sociedad clasista mediante el
trabajo propio e invirtiendo cuanto podían para
la educación de los hijos, convencidos de que la
superación del nivel cultural iba a
garantizarles el mejoramiento. Lo principal es
que semejante actitud era posible porque el
horizonte de las expectativas, orientado al
futuro, tenía como telón de fondo el universo
colonial y, por injusta que fuese la República,
cualquier cosa era mejor que regresar hacia
allí.
Tomando en cuenta que, a
cada ciclo de ilusión de los anteriores
mencionados le sucedió un nuevo período de
manipulaciones y violencia esencialmente
anti-popular, resulta más productiva -que la
noción de “agotamiento’ inmediato- la idea de
desgaste para explicarnos las razones que
legitiman el triunfo de la Revolución cubana.
Desde este ángulo, igual vale analizar las
acciones y esfuerzos de las élites para mantener
viva la ilusión republicana, cosa que tuvo que
haber sido una de las prioridades fundamentales
de la dominación, pues (con independencia de los
casos particulares, en los que la historia de
Cuba abunda) la cuestión del poder no se reduce
a buscar enriquecimiento rápido, sino que
pretende una estabilidad en el tiempo y la
duración es entonces la mayor necesidad. Después
de la histeria con la que reaccionó la prensa
cubana, ante los eventos de los Independientes,
no es tan sencillo eliminar un tema y sus
derivaciones como si nunca hubiesen existido; en
verdad, el que los de mi edad nos hayamos
educado sin la más pequeña idea de aquello o el
que, todavía hoy, personas de edad mayor igual
lo desconozcan, indica que tuvo que ser
permanente, tanto como enorme, el trabajo de
máquinas culturales empeñadas, inmediatamente
luego del suceso y a lo largo de años, en
borrar, silenciar, atenuar, desaparecer lo
sucedido allí o transformar su significado.
Estas máquinas, dispositivos des-centrados que
no controla nadie en particular, sino se
unifican y accionan alrededor un mínimo grupo de
ideas compartidas, tuvieron que haber sentido
(ante el exceso y, sobre todo, la celebración
pública de la represión) que el gesto había
tenido consecuencias y que, si bien solucionaba
el problema inmediato, también debilitaba el
capital simbólico, pues la institucionalización
del terror (como reminiscencia del ambiente
colonial) era un lujo que la ficción de
fraternidad, integrante del estatuto
republicano, no se podía permitir. De tal modo,
re-construir el pacto con los cubanos de raza
negra se tornaba una necesidad acuciante y es
entonces cuando el asesinato de los
Independientes contribuye a resquebrajar esas
mismas máquinas que los sepultaron, pues la
prédica de intelectuales como Urrutia (así como
el brindarles un espacio central) se convirtió
en obligación.
Hoy,
luego del silencio, los intentos de recuperación
insisten, desde la solidaridad con las víctimas,
en centrar la mirada en la célebre Enmienda
Morúa (que, presentada por el senador negro
Martín Morúa Delgado, sirvió como basamento para
ilegalizar a los Independientes en 1910). Por
tal camino, y como parte del entramado posible
en el tejido de la época, hay quienes consideran
que la proscripción de los Independientes tuvo
como objetivo principal (puesto que ellos eran
una fracción “escapada” del Partido Liberal)
detener e impedir la erosión de las bases
populares de los liberales. Para colmo de
complejidad, la enmienda fue presentada
exactamente por el político negro que a más
elevado puesto había llegado durante la época
(el más alto que tendría un cubano negro en la
República, pues fue Presidente del Senado), cuya
ideología era liberal. Leáse a continuación su
texto:
“Por cuanto: La
Constitución establece como forma de gobierno la
republicana; inviste de la condición de cubanos
a los africanos que fueron esclavos en Cuba y no
reconoce fueros ni privilegios personales;
Por cuanto: La forma republicana establecida por
la constitución instituye el gobierno del pueblo
para el pueblo, sin distinción de motivos de
raza, nacimiento, riqueza o título profesional;
Por cuanto: Los partidos políticos tienen la
indeclinable tendencia a constituir por sus
propios miembros el gobierno que desarrolle en
el país sus doctrinas políticas y
administrativas.
El senador que suscribe considera contraria a la
Constitución y a la práctica del régimen
republicano la existencia de agrupaciones o
partidos políticos exclusivos por motivos de
raza, de nacimiento, riqueza o título
profesional, y tiene el honor de proponer al
Senado la siguiente enmienda adicional al
artículo 17 de la ley electoral.
No se considerará, en ningún caso, como partido
político o grupo independiente, ninguna
agrupación constituida exclusivamente por
individuos de una sola raza o color, ni por
individuos de una clase con motivo de
nacimiento, la riqueza o título profesional.”
citado en: Castro Fernández, Silvio. La masacre
de los Independientes de
Color en 1912.
Sin embargo, la escritura
de historia no debe ser definida (aunque lo
contenga) como una acción solidaria, sino como
acto de pensamiento que persigue establecer
ciencia y verdad. Esto segundo permite esperar
abordajes futuros que exploren otras palabras,
pronunciadas por el mismo Morúa Delgado, en
ocasión de presentar su propuesta ante el
Congreso de la República, el 14 de febrero de
1910:
“He tenido mucho cuidado
en salvar el derecho indiscutible que tienen los
cubanos de organizar un Partido obrero. No se
trata de la clase de trabajadores, entre los
cuales se hallan confundidos hombres de ambas
razas, y el fin que persiguen es verdaderamente
democrático y moralizador.
En la clase trabajadora
están todos los elementos de que nuestra
sociedad se compone, y se defiende el derecho
que el trabajador estima hollado. Los principios
que propaga, las doctrinas que defiende y quiere
ver realizadas en la administración pública, son
progresos que demanda y por los cuales lucha
para beneficio del obrero y para beneficio de la
Nación en que el obrero se desenvuelve.”
en: Diario de Sesiones del Congreso de la
República, Decima Quinta Legislatura, Vol. XV,
Habana, 14 de febrero de 1910, No. 31.
¿Por qué este particular
destaque en que los cubanos puedan, más allá de
sindicatos (que ya existían y que deberían
defender los derechos del trabajador frente al
patrón), organizar un Partido Obrero (que
permite al trabajador transformar su demanda en
corriente de movilización política e incluso,
desde un punto de vista técnico, aspirar a la
toma del poder)? A una ciencia histórica fina,
le toca descubrir, más allá de cualquier
adhesión sentimental, lo que pueda haber
encerrado aquí.
Otro de los grandes polos
de interés en el libro de Fernández Robaina: el
que se refiere a la existencia y contenido de lo
que denomina el “negro deculturado”. Sin
embargo, el problema de la deculturación como
sólo pérdida (préstese atención al matiz
negativo que el concepto de asimilación adquiere
en el autor) es que obligaría a colocar alguna
figura como su reverso positivo; de tal modo,
ello nos permite dos preguntas que el autor
nunca responde: ¿qué es ser un negro cubano
no-asimilado o no deculturado? ¿No nos estaremos
refiriendo, con ello, al africano original? ¿No
estaremos así construyendo el mito de un
continente sin contradicciones, En realidad, lo
único que, a este propósito, ofrece el texto es
la sugerencia de conexiones entre la realidad
religiosa del individuo con sus no deculturación
o asimilación.
Es algo que volví a pensar
cuando, hace aproximadamente un mes, asistí a la
presentación del último número de Movimiento,
revista del hip-hop cubano, ocasión en la que
también fue exhibido el documental independiente
Tambores de libertad, del joven realizador
Mauricio Rodríguez, dedicado a honrar las raíces
africanas de la cultura cubana. De entre los
tantos detalles que no comparto en el documental
destaco dos: el fragmento donde uno de los
entrevistados afirma que los cubanos no
consideramos que nos estamos divirtiendo si no
suena un tambor y la manera de representar
África, mediante repetidas imágenes de pobreza y
de ceremonias religiosas. Ambos los siento como
profundamente reduccionistas, ajenos y explican
poco de la dimensión o profundidad de mis
conexiones con el continente en el cual,
también, tengo raíz y es algo que quisiera de
inmediato referir a la noción de deculturación.
Primero, porque nos acecha el peligro de
circunscribir el plus de raza (aquel sentido en
el cual la identidad como sujeto negro te marca
y hace diferente) a una única y específica
conducta que, presuntamente, te definiría.
Segundo, porque el tratamiento de la pobreza y
su denuncia no puede ser equivalente a que
nuestra lectura del Otro (que sea) le impida
abandonar el estado de víctima; dicho de otro
modo, representar a la víctima bien puede
conducir a un nuevo modo de victimización.
Tercero, por el desatino histórico de hablar del
África religiosa como si hubiese una unidad
esencial de las representaciones, mientras que
la evidencia nos enfrenta a un complejísimo
mosaico de prácticas y lealtades cristianas,
islámicas y nativas. Cuarto, porque tanto la
victimización, el circunscribir y el
desconocimiento voluntario son operaciones
intrínsecamente coloniales y entonces la voz,
que cree estar haciendo labor crítica, resulta
que reproduce la sustancia del orden colonial al
esconder la verdadera voz del otro. Quinto, y
principal, porque necesitamos entender al otro
en su movimiento y desarrollo, que es la única
vía para que haya comunicación humana en
condiciones de paridad; arribar a una idea de
África como algo que no pudo ser detenido en el
tiempo, el continente de grandes escritores,
músicos, científicos, pintores, productores de
teoría. Donde la miseria y el amor a modos de
religiosidad coexisten con la búsqueda de
caminos de entrada en la modernidad y la erosión
de valores tradicionales. Sexto, porque la
identidad como sujeto negro implica un tipo de
dolor que manifiesta su existencia más allá de
las paradojas de la deculturación, pues los
pinchazos de estímulo vienen desde la historia,
la cultura, los sentidos asociados al color, las
narraciones familiares, la vida cotidiana, los
medios masivos, de todas partes. Lo que
Fernández Robaina denomina “deculturación” nunca
va a impedir que sigas siendo negro y pensando
como tal.
III
La exhibición, durante el
más reciente Festival de Cine de la Habana, del
documental Raza, del realizador Eric Corvalán,
es un ejemplo más de malestar en la sociedad
cubana del presente. Dos niveles de cubanos
ocupan la pantalla: sujetos populares e
intelectuales (de estos últimos, la mayoría
pertenecientes a la raza negra). Puesto que sólo
tres intelectuales blancos son entrevistados
(una profesora de Universidad, una profesora de
ballet y un Vice-Ministro de Cultura) contra
siete intelectuales negros (en su mayoría,
investigadores, escritores o artistas), es claro
que el desbalance obedece a una intencionalidad:
la voz que se quisiera destacar es la del
individuo de raza negra y el discurso crítico
(las intervenciones responden a preguntas o
incitaciones del realizador) estará dirigido a
identificar, cuestionar y confrontar prácticas
lesivas, para los sujetos de raza negra, en la
sociedad cubana de hoy. De una parte, hay que
tomar partido por la sensibilidad y esfuerzo
detrás de obras como ésta (a nivel somático, de
censo, el realizador es de raza blanca y su
compañera, con la que aparece fotografiado al
final, en el pase de los créditos, de raza
negra); de la otra, también es necesario
mantener, ante el documento, una distancia
crítica tal que permita cuestionar verdades o
señalar limitaciones.
Las razones mínimas para
ello son dos: primero, porque cualquier
documento audiovisual propone una ilusión de
realidad doblemente manipulada (durante la
selección de los fragmentos a enseñarle al
espectador y durante su montaje, en lo cual
incluyo elementos “ajenos” como lo voz en off,
la música y efectos posibles en la banda sonora,
el uso de archivos fotográficos, etc.). Segundo,
porque la interpretación es un acto de libertad,
autoral, que busca interpretaciones conexas; que
no sólo intenta descubrir, sino que se conecta a
tendencias coexistentes o anteriores, que forma
cadenas en el juego de discursos alrededor de
Cuba y, como tal, no puede evitar el contacto
con lo que se ha convertido en uno de los temas
favoritos del presente: el fracaso de la
Revolución. Por tales motivos, no es una
sutileza gratuita detenernos en la elaboración
del discurso, por parte del documentalista, para
responder a una pregunta, sobre la figura de
Evaristo Estenoz, –hecha, en la calle, a un
joven de raza negra (1:25’ – 1:30’).
Curiosamente, el joven, cuando, se le pregunta
sobre los grandes acontecimientos históricos,
del año 1912, menciona el hundimiento del
Titanic, es capaz de citar la fundación de los
Independientes de Color, pero desconoce quien
fuera Estenoz, líder de ese mismo partido.
Pasados unos minutos, el documentalista
responde:
“Los gobiernos
republicanos ejercían la discriminación racial,
aún contra los combatientes negros de las
guerras independentistas; hostigados por esta
situación, los Independientes de Color iniciaron
sus operaciones militares el 20 de mayo de
1912.”
(a los 4:20’, mediante voz en off mientras son
proyectadas imágenes de la represión contra el
alzamiento de los Independientes)
No es casual que,
terminado este bloque, el montaje proponga
transitar a la entrevista con Fernando Rojas,
Vice-ministro de Cultura, de quien ha sido
seleccionado un fragmento donde considera que:
“Pero, no es el mejor
momento, hablando de la historia de la
Revolución, de resultados específicos en la
lucha contra el racismo o contra la
discriminación racial, que es como yo prefiero
describirlo.”
Puesto que los primeros
segundos del documental presentan opiniones,
tomadas en la calle, que comunican malestar, la
solución de montaje crea una extraña ilusión de
continuidad; dado que hay un mal que en la
República condujo a la solución buscada por los
Independientes, entonces la continuidad del mal
quizás merezca idéntica solución. Allí, donde
Estenoz aparece como un héroe injustamente
olvidado, el análisis revela un punto sumamente
discutible, ya que, si se apela a la exactitud,
el plural (“los gobiernos republicanos”)
corresponde únicamente a los períodos de Estrada
Palma y José Miguel Gómez, los dos primeros. La
ilusión de continuidad ocurre porque la
evidencia histórica, en el presente, confirma
que se practicó discriminación a lo largo de los
diversos gobiernos republicanos que hubo; pero
en el pasado, cuando tuvo lugar la protesta de
los Independientes, era algo que sólo se podía
suponer y que sucedía dentro de un país en
construcción como nación independiente, aún con
un enorme capital simbólico en manos de sus
grupos hegemónicos.
El procedimiento de
montaje contrastante vuelve a ser utilizado, de
nuevo con Fernando Rojas, para enfrentar su
opinión acerca de que (23:43’ del documental),
si bien todavía no es suficiente, la presencia
del debate sobre raza en los escenarios públicos
cubanos ha ido creciendo, en particular en los
medios impresos. A esta verdad, que ilustra la
obra publicada de varios de los testimoniantes
(Tomás Fernández Robaina, “Tato” Quiñones,
Roberto Zurbano, Lázara Menéndez y Esteban
Morales), se le opone a continuación una
intervención (de Lázara Menéndez):
“Yo lo que me pregunto es
hasta qué punto es importante seguir en el
chapoleteo. Es lo que a mí me parece que… Yo
insisto siempre en las acciones prácticas, es
decir, yo no hago nada con que me lleves a la
televisión a yo decir todo esto que te puedo
estar diciendo aquí si yo después salgo de ahí,
vuelvo a mí, a oir mis discos de Lázaro Ross,
que me gusta mucho, en mi casa y se acabó. No,
es decir, si esa discusión va a servir para que
se hagan cosas, sí. Porque, yo no sé en otros
barrios, pero en mi barrio, ese tipo de
problemas la gente no lo ve... no lo ve. Porque
eso es como una descarga y la gente está muy
cansada de que le estén trovando y que le estén
diciendo más o menos las mismas cosas. Entonces,
yo creo que hay que cambiar los estilos.”
Para un documental que,
con sólo existir y ser exhibido, fabrica él
mismo espacio público de discusión y donde tal
solicitud está articulada en varias de las
intervenciones (Fernández Robaina, Morales,
Zurbano, etc.) es un clamor supremamente
contradictorio. No sólo porque renuncia al
debate (que es la demanda) en función de una
llamada “acción práctica”, sino porque supone
que esto nuevo (el hablar sobre razas y
racismo), sin siquiera suceder, provocaría el
mismo cansancio que otros contenidos, gastados
ya por el uso. Semejante apología de la
práctica, cual si careciera de sentido una
supuesta época de los discursos (que, por demás,
ni siquiera ocurrió), coloca al Estado por
delante de la voz; pero, al eliminar la
discusión-sensibilización alrededor de un punto
social crítico, de manera implícita ansía la
presencia de un Estado paternal, protector y
–sobre todo- autoritario.
De tal modo, más allá de
las múltiples denuncias que el documental reúne
e incluso sus manipulaciones, la más atractiva
de las intervenciones y el verdadero centro
ideológico, se encuentra en las palabras del
pintor Eduardo Roca Salazar (Choco):
“Y a mí me molesta mucho
cada vez que vienen a hacerme una entrevista…
“Bueno, Choco, yo quisiera saber tu opinión, con
rela(ción a)… tú, como negro…” Ya, ya me pongo
enfermo, porque por ahí no está. Porque cuando
tú haces y aceptas una cosa así, ya nos estás
dividiendo. Yo estoy defendiendo una
nacionalidad. Yo estoy defendiendo una cultura
que no es negra, no es blanca, no es nada. Una
cultura que es caribeña, que es cubana, que
tiene todos estos tonos.”
En este punto, la idea de
una sociedad culturalmente unificada y
multitonal, así como el lenguaje militar que el
hablante utiliza, remite tanto a la noción de
proyecto compartido como a una problemática
mayor asociada a la ubicación
geográfico-política del proyecto, al espacio, la
temporalidad y, sobre todo, las nociones de
soberanía política y cultural. La Cuba
reivindicada de este modo, por encima de sus
diferencias internas, es un ideal cultural común
y no un simple trozo de territorio compartido;
es la Cuba de la Revolución, pero también la de
los cubanos, donde quiera que se encuentren y
reconozcan que sólo hoy, a pesar de limitaciones
o fracasos, se crearon condiciones para una
superación efectiva del racismo en tanto el
proyecto de Nación no necesita negar la
contribución de los individuos de raza negra,
aún cuando tampoco encuentre todos los caminos
para integrar la contribución o ni siquiera
conocerla. La paradoja es crucial, pues en las
condiciones de capitalismo agrícola
subdesarrollado, con estructura económica
mono-productora, mercado esencialmente absorbido
por los E.U., dentro de un orden republicano
construido encima de un pasado
colonial-esclavista, además de una alta cantidad
de inmigrantes provenientes de la antigua
metrópoli, el racismo es una necesidad de
funcionamiento del sistema y no una casualidad
ni consecuencia que obedece a una lógica
exterior. De hecho, operando con tales
coordenadas, una sociedad con bases demográficas
y una pirámide social como la que Cuba heredó de
la colonia, sería incomprensible sin el
componente racista que es parte central de su
identidad. Del lado contrario, el tipo de
ruptura que la Revolución propone, tendrá
siempre el componente racista como una línea de
tensión que, por persistente que intente o
resulte ser, sólo puede ya apoyarse en un
basamento cultural ligado a las tradiciones, la
cultura heredada y que, en cualquier momento,
admite ser trastornado por los nuevos
ordenamiento político, jurídico, pedagógico o
cultural que emanan del nuevo poder. En este
mundo nuevo, por doloroso que resulte para
quienes lo sufren, el racismo no puede sino ser
residual.
En
este sentido, la verdadera pregunta y el sitio
hacia el cual apuntan el malestar que los
documentos manifiestan, así como las
manipulaciones alrededor de ellos, es en
dirección a saber si los grupos tradicionalmente
subordinados (en este caso, sujetos de la raza
negra) hoy son sujetos de poder en Cuba, actores
hegemónicos de su propio destino, con capacidad
para incidir en las tomas de decisión que
afecten sus vidas. Cualquier evidencia empírica
nos dice que no, desde las representaciones en
los medios de difusión masiva a la integración
racial de las altas direcciones (ambas quejas
repetidas por entrevistados en el documental,
mucho más agudas cuando se refieren al sector de
la economía mixta), incluso cuando la misma
voluntad partidista de implantar una política de
cuotas (para el ingreso al Partido Comunista)
hubo de ser promulgada hace pocos años o cuando
las investigaciones sobre el impacto del
denominado “Período Especial” confirmaron que el
deterioro fue mucho mayor en la población de
raza negra. Por una graciosa paradoja de la
Historia, en condiciones sumamente distintas,
hay una apariencia de parentezco a las vividas
en los inicios del siglo XX cubano: la urgencia
de reconstruir un país y de darle posibilidad de
existencia como nación independiente, conducen a
poner a un lado las diferencias o fracturas en
una ecuación social gigantesca en la que el
tiempo es el enemigo mayor.
Tal impacto del “Período
Especial” en estructuras largamente fragilizadas
más la desprotección (de raíz política y
consecuencia lógica de una emigración que,
además de ser mayoritariamente blanca tiene a
los grupos de raza blanca en mejores condiciones
económicas) cuando la cultura del dólar entra al
país, cierran el círculo cuando el nuevo mundo
de economía con divisa extranjera reproduce el
viejo patrón cultural de exclusión. Es entonces
cuando, bajo presión de una lógica externa, la
Revolución comienza a tropezar con los límites
de la justicia que ha sido capaz de construir, a
descubrir las manquedades del proyecto incluso
en el reclamo de aquellos mismos a quienes, sin
descanso, intenta beneficiar. Puesto que se
discuten ya las lealtades, parece haber un muy
estrecho abanico de respuestas: reprimir las
voces críticas, activar al aparato jurídico para
que la ley garantice igualdad y posibilidad de
ascenso social globales en las condiciones
nuevas, generar desarrollo y estímulos
económicos para los sectores desfavorecidos,
reconstruir las políticas de representación
(para que el sujeto históricamente subordinado
no sólo sea mostrado, sino que cuente quién es y
cuáles son sus problemas, esperanzas o fracasos)
y desatar opinión y sensibilidad social
alrededor del punto crítico. Esto último, que no
es sino el debate social, merece la totalidad de
los escenarios, la voluntad de que sea el
subordinado histórico quien se relate a sí mismo
y, lo más importante, demanda un movimiento
simultáneo que permita des-racializar el
malestar mediante su conexión con cualquiera de
los otros grupos del país que vivan en
condiciones de pobreza o sean portadores de
desventaja. En lo que toca al diseño de las
políticas anti-racistas, una combinación de
acciones con pretensión universalista con otras
localizadas sectorialmente, pero siempre en
ambientes de discusión pública de las
tradiciones, las raíces de la desventaja social,
los logros y los fracasos; ambientes que no
pueden sino significar crítica, apertura,
dialogicidad, influencia, aprendizaje mutuo,
receptividad a la crítica y voluntad de
transformación. Creo que es algo que corresponde
con la siguiente idea de Balibar, tomada de una
entrevista en la que recurre al pensamiento de
Hannah Arendt para vincular anti-racismo y
luchas por la ciudadanía:
“… evitó fundamentar la
lucha contra el racismo a partir de la
identificación empática con las víctimas,
criticó la manera en que las víctimas tenían
tendencia a representarse y a utilizar su
estatus de víctimas a fin de construir una
identidad política colectiva, y se resistió a
usar el discurso sobre el carácter único de la
exterminación de los judíos. Ella formuló lo que
yo llamo "el teorema de Arendt", que indica que
no hay derechos del hombre fuera de la
institución política. Así, lo primero no son los
derechos del hombre sino los derechos del
ciudadano.”
en:
http://areanec.blogspot.com/ sábado 20 de
diciembre de 2008
http://mitomundializacion.blogspot.com/2008/06/etienne-balibar-debemos-repensar-qu-es.html
6 de junio de 2008
Llegados aquí, donde la
cuestión racial nos es revelada como problema de
participación y derecho ciudadano, leemos la
demanda en su rostro contemporáneo.
Comentarios finales:
Confieso mi total estupor
al leer que, como resultado de una investigación
concluída en 2007, el primero de los resultados
del “proyecto de pensamiento cubano del
Instituto de Filosofía” haya sido que:
“la Identidad Nacional es
el resultado de una construcción social y
cultural, históricamente condicionada, o sea
algo nunca totalmente acabada, construida o
determinada a priori, en un tiempo único, aunque
con hitos fundamentales; que es el producto de
las relaciones entre los diversos actores
sociales a través del espacio-tiempo. Por lo
tanto, constituye el carácter social de un
pueblo, y no es un componente finiquitado de la
realidad, sino un proceso en permanente
construcción y deconstrucción de
representaciones, generadas por la acción
combinada de las estructuras y de las prácticas
de los actores sociales.”
E incluso que, para arribar a semejante
conocimiento, haya sido necesaria una nueva
investigación, independiente de la masa de
investigación que, dentro del sector de las
ciencias sociales, es hecha en el mundo.
Un resultado de dicha
investigación se encuentra en:
MsC. Alejandro Sebazco, Dr. Orlando Cruz, Lic.
Reynier Abreu, Lic. José Aróstegui, Lic. Wilder
Pérez y la Lic. Dania Leyva “La problemática de
la Identidad Nacional. 1989-2005”, en Revista
Cubana de Filosofía, en formato digital,
mayo-septiembre de 2008,
www.filosofia.cu
El que sigue es otro
fragmento que sorprende en el texto de Cruz
Capote, esta vez por su impecable asepsia, pues
¿quiénes componen, en el caso cubano, los grupos
en cuestión?
“… si bien las expresiones
del racismo varían de acuerdo con el contexto
social en el que se desarrollan, se trata casi
siempre de actitudes, sentimientos y
apreciaciones que justifican o provocan
fenómenos de separación, segregación y
“explotación” de un grupo por otro, legitimando
en cualquier caso las relaciones de poder
existentes, a pesar de que en el caso cubano
fuera socialista -en transición constante hacia
el comunismo.”
Otro momento de difícil
metabolización, por el nivel de abstracción
manejado, si aceptamos que se refiere a Cuba.
¿Quién es aquí el “otro” del cual habría que
apropiarse críticamente y quién el que posee
dominio sobre “lo original y auténtico”? ¿Por
qué?
Pero
podemos aseverar que la problemática racial no
constituye un peligro para la Identidad Nacional
en Cuba. Porque si de preservar de lo dañino a
la identidad se trata, lo más adecuado es
preparar al sujeto popular-nacional como un
receptor fuerte, activo, crítico, capaz de
aprender, comprender y sobre todo aprehender, lo
positivo del “otro”, para incorporarlo (apropiándose
críticamente) a lo original y auténtico, de
hecho enriqueciéndolo con genuinidad y
flexibilidad humana universal, sin atavismos
ancestrales y cambiando la conformación
económica, ideopolítica y cultural heredada y
asumida hoy del sistema-mundo capitalista
imperialista dominante y hegemónico.
La discusión acerca del alzamiento de los
Independientes de Color y la represión
gubernamental que le continuó constituye todavía,
pese a la cantidad de trabajo reciente hecho en
el país, un desafío para los investigadores
cubanos. De ellos, sólo dos (los libros de
Silvio Castro y el de María de los Ángeles
Meriño) están dedicados por entero al tema y
sólo uno (el de Castro) intenta una visión
integradora, aunque sin aportar datos nuevos.
Los enigmas por resolver son disímiles, pero uno
es especialmente inquietante: el que trataría
del por qué la directiva de los Independientes
no desplazó su lucha hacia los marcos (ampliación
de su base social y creación de un Partido
Obrero, que integraría a blancos y negros)
propuestos por Morúa. Mientras que no pocas
opiniones contemporáneas destacan en Estenoz su
clarividencia, al comprender que las estructuras
de la República sólo podían mantener e incluso
intensificar el viejo racismo que sólo cambiaría
de vestimenta (con lo cual, desde bien temprano,
se adelantaría en el tiempo y conectaría con la
mirada que, desde hoy, vertemos sobre el
pasado); en paralelo a ello, es también cierto
que la incapacidad de dicha directiva, para
traspasar la barrera racial e intentar una
solidaridad de todos los marginados en la
fecha, nos resulta extraña y hace del
movimiento una jugada política divisoria y
regresiva. Portuondo Linares, en su libro Los
Independientes de color, cita una carta
“dirigida por Morúa a un líder obrero portuario
de la Habana”, con fecha 15 de junio de 1903,
para citar de allí el siguiente párrafo:
“Los obreros de Cuba no
pueden, como algunos pretenden, afiliarse a un
solo partido político, porque cualquiera que sea
su filiación, tienen la necesidad suprema, en su
clase, que los obliga a buscar en todos los
programas la resolución que a sus intereses
colectivos corresponde como obreros.”
Portuondo Linares, Serafín. El Partido
Independiente de Color. La Habana: Editorial
Caminos, 2002. Pg. 55.
A reserva de mejor
explicación, hay que aceptar la conclusión de
Portuondo Linares como un ejemplo perfecto de
contaminación o interés personal al interpretar
un documento, pues de lo anterior infiere que:
“hay que creer más en lo que expresó Morúa en
1903, y mantuvo, hasta 1910, como su verdadero
criterio, que en la retirada táctica que hizo en
su observación aclaratoria.” La mala lectura
aquí está en proponer uno de los criterios como
el verdadero, con independencia de que fue
pronunciado 7 años antes que el criticado.
Una muestra última de la
clarividencia concedida a Estenoz está en que,
según Portuondo Linares, haya figurado entre la
minoría que, en reunión del Comité Ejecutivo
Nacional del Partido Independiente de Color,
celebrada a inicios de mayo de 1912, se opuso al
alzamiento. Sin embargo, igual es posible una
lectura que indique la necesidad de profundizar
en dirección a las fracturas que había en el
interior de los Independientes y sus
motivaciones, pues como mismo interesa entonces
conocer por qué Estenoz no compartió la idea de
recurrir al alzamiento (aunque luego haya
acatado la decisión del resto de sus compañeros,
cosa que –por demás- se vería obligado a hacer,
al menos para no perder su condición de líder
principal), igual merecen ser sabidas las
razones por las cuales una parte de los clubes
fundados en el país –tras la ilegalización del
Partido en 1910- aceptan la decisión y deciden
disolverse. ¿Significó esto que dichas personas
renunciaron a toda forma de lucha por la
igualdad racial y el mejoramiento de las
condiciones de vida de los ciudadanos negros de
la época? ¿O asumieron otras formas ajenas a la
revuelta y trasladaron su demanda en unidad con
otros sectores pobres del país?
En esta línea de explorar
lo posible, igual vale la pena investigar los
hechos alrededor de la visita de Orestes Ferrara
(por entonces Presidente de la Cámara) a
Washington, el día 7 de junio de 1912, con la
misión de asegurar al Presidente de los Estados
Unidos que no iba a ser necesaria una tercera, e
impredecible en sus consecuencias, intervención
en Cuba. También la cantidad real de los
asesinados es asunto de interés que, si bien no
excluye la existencia de una masacre, puede
contribuir a atemperar la idea de un odio racial
extendido a lo largo y ancho del país, ya fuese
de manera activa o cómplice. En relación a esto
último, se extraña en el cuadro las reacciones
de los distintos grupos que –si bien aceptaron
la represión de un hecho que violaba el orden
constitucional- pudieron haber estado en contra
de la desmesura de la represión. En cuanto a la
desmesura, la cantidad y, sobre todo, calidad de
la fuerza militar movilizada para la represión (prácticamente
todo el Ejército Nacional, prácticamente recién
creado), tuvo que dar lugar a un espectáculo
impactante por donde quiera que sus efectivos
pasaron; esa huella, dispersa en decenas de
periódicos locales, de la primera acción militar
de dicho ejército, merece ser rastreada, así
como la presencia simbólica en él de la
ametralladora (que igual se utilizaba por
primera vez en el país). Las maniobras de los
conservadores, tanto para hacer abortar la
Enmienda Morúa, como para restar credibilidad a
José Miguel Gómez o para conseguir la liberación
de los alzados capturados.
En fin, quedemos a la
espera de nuevos y más trabajos que aborden, en
general, las dinámicas de racialidad tanto en
sus manifestaciones pasadas como en la Cuba de
hoy.
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