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World Food
Day in Crisis
By Manuel E. Yepe
A CubaNews translation. Edited by Walter Lippmann.
For the nearly one billion
hungry people on the planet, World Food
Day means little: they have neither the time nor the strength to demand
the support that the world community has agreed to give them but failed
to provide so far because of a global socioeconomic system based on
selfishness.
October 16, when this Day is
observed, also marks the anniversary of the
United Nations Food and Agriculture
Organization (FAO), founded in 1945.
Declared in 1979 by the FAO Conference and made official in 1980 by the
General Assembly of the United Nations, World
Food Day seeks to "raise public awareness about the world food
problem and strengthen solidarity in the fight against hunger,
malnutrition and poverty".
About 30% of the world's population suffers from some form of
malnutrition, with half of all known diseases ascribable to hunger, poor
nutrition or vitamin and mineral deficiency.
FAO data have it that in order
to meet the goals laid down in 1996 by the World Food Summit to cut by
half the number of undernourished people by 2015, 22 million people must
be kept from being hungry every year.
But it happens that not even a third of that figure has managed to
escape the horror of not having the food they need to survive. This is
not counting those who are jobless or not eligible for social security
benefits and therefore join the ranks of the underfed every year.
Neoliberal globalization and privatization are to be blamed for the
current food disaster, significantly fueled as well by the usual
injustice –which grows rather than subside– in North-South relations,
based on unequal exchange, brain-drain policies, and the plundering of
poor nations of their natural resources.
According to estimates, an additional 25 to 30 billion dollars’ worth of
aid per year are required to halve the number of hungry people. As a
rule, however, those who hold the world’s wealth reject multilateral
cooperation and only listen to bilateral proposals entailing financial
contributions contingent on terms that allow them to get around, in the
medium- or long-term, the needy nations’ food self-sufficiency.
The World Bank (WB), the International Monetary
Fund (IMF) and the World Trade
Organization (WTO), influenced by a manipulative U.S. Treasury
and the big agribusiness corporations, have seen to it this sector makes
a beeline for the liberal economic practices which are deemed by far the
main culprit for today’s crisis.
Yet, this is not a new outbreak of a circumstantial situation, but a
process with deep roots in a worldwide economic and commercial system
created by the neoliberal obsession of Bretton Woods economic
institutions –namely WB and the IMF. They are bent on setting up a
global free-trade system that makes it possible for big business in the
rich countries to do what best suits their mean interests.
The IMF’s Structural Adjustment Plans have made poor countries rely on
exports by specializing in an intensive agriculture largely dependent on
mechanization, chemical fertilizers, insecticides and pesticides. The
foods thus produced become exportable goods sold at a market price very
few southern countries can afford.
The high mobility of capital caused by this phenomenon has fostered
speculative investments in the food market.
The financial markets have reacted by building up claims on these
products, thus accelerating the growth in demand and, therefore, rising
prices. These markets not only sell tangible products but also futures.
A rise in the retail price index hardly helps producers, as it only
affects one end of the production-consumption chain in a food and
agriculture market where large companies have control over everything
from the relationship with the growers to retail trade.
Only an international order that fully reverses today’s structure of
relationships and provides a preferential and differentiated treatment
to nations with fewer resources through unconditional cooperation will
deflect us from the path of self-destruction that a hunger-triggering
neoliberal globalization has forced us to take.
Let this be known very clearly on a World Food Day wracked by a serious
crisis.
October 2009
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DIA MUNDIAL DE UNA ALIMENTACIÓN EN CRISIS
Por Manuel E. Yepe
Para los casi mil millones de hambrientos del planeta poco significa el
Día Mundial de la Alimentación, porque no tienen tiempo ni fuerzas para
exigir la solidaridad que la comunidad mundial ha acordado para ellos,
sin que nada se mueva por culpa de un sistema socioeconómico global que
descansa en el egoísmo.
El 16 de octubre, fecha de observancia cada año de este Día, coincide
con la de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO) en 1945.
La finalidad del Día Mundial de la Alimentación, proclamada en 1979 por
la Conferencia de la FAO y formalizada en 1980 por la Asamblea General
de Naciones Unidas, es “concientizar a las poblaciones acerca del
problema alimentario mundial y fortalecer la solidaridad en la lucha
contra el hambre, la desnutrición y la pobreza”.
Alrededor de un 30% de la población del planeta sufre alguna forma de
malnutrición, en tanto que la mitad de las enfermedades conocidas son
atribuibles al hambre, la alimentación insuficiente o a la deficiencia
de vitaminas y minerales.
Según cálculos de la FAO, para que se cumpla el objetivo que propugnara
la Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996 de llegar a 2015 con un 50%
menos de personas subalimentadas, el hambre debía eliminarse a razón de
22 millones de personas cada año.
Pero ocurre que ni siquiera una tercera parte de esa cifra de
hambrientos ha podido escapar cada año del horror de carecer de los
alimentos necesarios para la subsistencia; sin contar a aquellos que,
privados de trabajo o de una seguridad social elemental, pasan a
incluirse en la categoría como nuevos subalimentados.
La globalización neoliberal y las políticas privatizadoras han sido
responsables del desastre alimentario actual, al que han contribuido de
manera importante las viejas injusticias características de las
relaciones Norte-Sur que crecen en vez de amainar: el intercambio
desigual, el robo de cerebros y el despojo de las riquezas naturales a
las naciones pobres.
Se ha calculado entre 25 y 30 mil millones de dólares anuales la ayuda
adicional requerida para reducir a la mitad el número de
hambrientos. Pero, como regla, aquellos que detentan las riquezas del
mundo rechazan la cooperación multilateral y sólo aceptan propuestas de
carácter bilateral con aporte de fondos atados a condiciones que les
permitan burlar en su propio beneficio, a mediano o largo plazo, la
soberanía alimentaria de las naciones necesitadas.
El Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la
Organización Mundial del Comercio (OMC), con manipuladora influencia del
Departamento del Tesoro de los Estados Unidos y de las grandes empresas
transnacionales de la agroindustria alimentaria, se han encargado de
conducir al sector por los caminos de la economía liberal que se aprecia
como principal responsable de su actual crisis.
No se trata, sin embargo, de un fenómeno coyuntural de nueva aparición,
sino de un proceso con profundas raíces en el sistema económico y
comercial internacional generado por la obsesión neoliberal con que las
instituciones económicas de Bretton Woods (BM y FMI) han trabajado por
instaurar un sistema librecambista global que permita a las empresas
transnacionales de los países opulentos operar de la manera que más
favorece a sus mezquinos intereses.
Los Planes de Ajuste Estructural del FMI han llevado a los países
empobrecidos a orientar su producción a la exportación mediante la
especialización en una agricultura intensiva muy dependiente de la
mecanización, los fertilizantes químicos, los insecticidas y los
pesticidas. Los alimentos así producidos, se convierten en mercancías
exportables con precios internacionales no asequibles a muchos países
del Sur.
La alta movilidad de capitales que propicia este fenómeno ha promovido
las inversiones especulativas en el mercado alimentario. Los mercados
financieros han reaccionado acumulando títulos sobre estos productos,
acelerando así el incremento de la demanda y, por lo tanto, el precio.
Las compras que se realizan en estos mercados no son sólo de productos
existentes sino también de productos futuros.
El aumento del precio de esta materia prima, a su vez, provoca un
incremento adicional derivado de su transportación desde/hasta lugares
lejanos, lo que agrega nuevos obstáculos a los pequeños productores para
sobrevivir y genera así condiciones para una mayor concentración de la
tierra y de la industria en manos de los grandes capitalistas.
El aumento de los precios para los consumidores no repercute a favor de
los productores porque el fenómeno se presenta solo en un extremo de la
cadena producción-consumo, con el mercado agroalimentario dominado por
grandes corporaciones que ya controlan desde la relación con los
productores hasta las ventas minoristas.
Solo un orden internacional que, invirtiendo totalmente la estructura
actual de relaciones, brinde un trato preferencial y diferenciado a los
países que tienen menos posibilidades, mediante una cooperación sin
condicionamientos, evitaría a la humanidad la perspectiva de
autodestrucción desencadenada por el hambre que le está dejando ver la
globalización neoliberal.
Sea esto dicho con absoluta claridad en el Día Mundial de una
Alimentación que está en grave crisis.
Octubre de 2009.
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