Referirse al movimiento
feminista y en general al tema
de la diversidad sexual, de las
políticas de reconocimiento e
igualdad es un asunto complejo,
sobre todo porque asistimos a
una época de reconfiguraciones,
de reconceptualizaciones, de
reorientación de muchas teorías,
especialmente desde
Latinoamérica. Se trata de un
continente plural —aunque este
rasgo no es nuevo—, donde los
actores principales son los
elementos constitutivos de la
sociedad en conjunto.
La restitución en estos momentos
de los cinco tipos de sociedad,
tal como están siendo
planteadas, no es más que el
símbolo de la “apertura de ojos”
que se está dando en el
continente. Dicha apertura en
América Latina y el Caribe,
principalmente, acumula ya una
trayectoria: la situación actual
refiere a un proceso histórico
de hace al menos cinco siglos,
en la mayoría de nuestras
sociedades y de nuestros
colectivos.
Reconocer lo que sucedió en el
siglo XX resulta crucial para
entender lo que en temas de
género y diversidad en sentido
general se está debatiendo en
estos momentos. Hacia finales
del siglo XX, el mundo asistió a
uno de los más significativos
cambios en materia de
comprensión de las relaciones
humanas y sociales: la
conceptualización de las
relaciones de género, y el
ulterior desarrollo de
políticas, instrumentos legales,
y mecanismos nacionales e
internacionales orientados a
reducir las disparidades. Ligado
a esto se despejó también la
existencia de relaciones de
poder en la sexualidad, su
naturaleza política, su
repercusión social, y su
trascendencia de lo individual.
En ese proceso, además de las
mujeres, se nombraron e
identificaron grupos sociales
enteros que, por su disociación
de la heterosexualidad
obligatoria, enfrentaban varias
formas de segregación. Los
colectivos gays y lésbicos, por
ejemplo, que por primera vez se
visualizaron como grupo social y
no como individualidades
asiladas.
El reconocimiento de las
dimensiones sociopolíticas del
cuerpo y las sexualidades, pasó
desde entonces a ser parte de
aquellos avances que la
humanidad ha ido afirmando
progresivamente, teniendo en
mira justamente la humanización
de la vida y de las distintas
formas de expresión inherentes a
ella. Es en ese marco que las
feministas acuñaron el concepto
de derechos sexuales, que
refiere principalmente a la
autonomía personal y la libre
toma de decisiones sobre la vida
sexual, pero que también coloca
a la sexualidad en el ámbito de
los derechos, poniendo en
evidencia su lugar en las
relaciones sociales, políticas,
económicas y de géneros.
Los movimientos sociales que
postularon estos cambios
—principalmente el feminista y
luego el LGBT— imprimieron de
esta perspectiva múltiples
escenarios: el político y
social, el académico, el
institucional local e
internacional. Pero si la agenda
de cambios en las relaciones
entre los géneros consiguió
plasmarse en la formulación de
legislación y políticas
internacionales: principalmente
en la ONU y otros mecanismos
regionales, aquella sobre
orientación sexual, registró
avances mucho más focalizados
pero también importantes. Los
más trascendentes en el Sur: la
inclusión de la no
discriminación por orientación
sexual en la Constitución
Sudafricana (1996) y en aquella
del Ecuador (1998). En este
último caso, se reconoció
también el derecho de las
personas a tomar decisiones
libres sobre su cuerpo y
sexualidad; los derechos
sexuales; y otros.
Los cambios que sucedieron en
este período fueron múltiples, y
abrieron las puertas para que el
siglo XXI naciera con varias
propuestas de
reconceptualizaciones: la
relativa a la pluralidad de las
relaciones intergéneros en las
distintas sociedades, contextos
y culturas —y hasta la
existencia de distintas
categorías intragenéricas, en
Asia central por ejemplo—; las
referentes a las nuevas
categorías sociológicas que
resultan de las intersecciones
entre distintas formas de
discriminación; y también las
inherentes a la pluralidad de
las identidades de género
—expuestas principalmente por el
transgenerismo.
Por otro lado, las nuevas
expresiones de la imbricación
entre el patriarcado y el
capitalismo, transparentadas por
las regresiones operadas en el
período neoliberal, que agudizó
las desigualdades estructurales
a tal punto que en algunos casos
neutralizó los derechos
obtenidos a finales del siglo XX,
se revirtió en el surgimiento de
un nuevo discurso feminista, que
desborda lo considerado
específico, para incursionar en
lo considerado como general —La
Carta Mundial de las Mujeres
para la Humanidad, producida por
la Marcha Mundial de las
Mujeres, es un ejemplo—, como lo
es en el campo LGBT aquel del
Diálogo Sur/Sur LGBT, que se
plantea como un espacio de
resistencia a la globalización
capitalista.
![](http://www.lajiribilla.cu/2009/n436_09/taller/taller13.jpg) |
Es decir, el siglo XX abrió
posibilidades de ascenso en la
relación entre los géneros y las
dinámicas de poder, un buen
posicionamiento de las mujeres
en las sociedades capitalistas
y, claro, transformaciones de
carácter diferente en la
sociedad cubana, que desde su
historia de 50 años de
socialismo ha ido construyendo
una propuesta y una política de
las más consistentes en esta
materia.
En este contexto, también se
evidenció que vinculado a estas
relaciones de poder estaban las
articuladas, en aquel momento, a
la llamada "sexualidad".
La sexualidad y los discursos
sobre sexo y relaciones abiertas
relativas al cuerpo, tomaron
otra dimensión en esos momentos:
adquirieron una naturaleza
política que no tenían, se
evidenció la repercusión social
de ellas e, incluso, además de
colocar la mira en el terreno de
lo individual, se llegó a
sobrepasar ese nivel. Es decir,
tuvo una trascendencia: ya no
era algo estrictamente personal
o que ocultar en algunos casos,
sino que tenía connotaciones
políticas y sociales medulares.
Así, para decirlo rápidamente,
nos encontró el siglo XXI, es
decir, con dimensiones de cambio
a nivel cultural, socioeconómico
y político, también inherentes
al tema de las mujeres y la
diversidad sexual.
El siglo XXI nos encontró con el
reconocimiento de las
dimensiones sociopolíticas del
cuerpo y de la sexualidad. La
humanidad ha pasado a
reconocerlos como parte de sus
avances colectivos, y ahí
hablamos de "humanidad",
independientemente del modelo de
cada sociedad.
Empezamos el siglo XXI con
demandas de humanización de
estos temas, con demandas de
derechos y otros conceptos
visionarios, y obviamente, con
transformaciones. En menos de
medio siglo, hemos dado un giro
de 180 grados con estos cambios,
aunque aún falta mucho.
¿Qué sucedió en América Latina
con todo esto?: pues sucedió
todo esto y mucho más. Surgieron
muchas experiencias feministas,
el EGBT, de articulación contra
las distintas formas de
discriminación y segregación
discursiva, espacios para
realizar iniciativas, sueños,
propuestas en torno a estas
cosas. Tanto así que hoy somos
la única región en el mundo en
la que varios países han logrado
trascender políticamente y
propositivamente, y consignar
esto en políticas, en
institucionalidad, en propuestas
de transformación orientadas no
solo a las realidades locales
sino, en muchos casos, a
transformaciones mundiales.
Como ya decía, Cuba ha sido uno
de los países que ha mantenido
una línea consistente en eso y
de hecho inicia el siglo XXI con
una propuesta en la Asamblea
Nacional sobre el reconocimiento
de la identidad de género por
opciones. Digamos que en el
discurso relacionado con estas
diversidades, es el primer país
que llega a su asamblea con un
debate de esta magnitud.
El siglo XXI nació con nuevos
movimientos sociales, con nuevas
visiones y nuevos
cuestionamientos al orden sexual
capitalista; al heterosexismo
patriarcal; a los límites
sociopolíticos que resultan del
enfoque binario del concepto
género, visibilizando la
existencia del plural para este
último. Según la filósofa
Beatriz Preciado: “No hay
diferencia sexual, sino una
multitud de diferencias, una
transversalidad de las
relaciones de poder, una
diversidad de las potencias de
vida”, lo que interpela a
enfocar la existencia de una
multiplicidad de relaciones de
dominación, de sujetos de la
discriminación, y de las
numerosas interrelaciones entre
distintas formas de
discriminación por varios
motivos.
En América Latina y el Caribe,
el proceso reivindicativo y la
movilización política relativos
a las sexualidades, centrados
principalmente en torno a la
afirmación de derechos y
ciudadanía, y la formulación de
políticas para la erradicación
del sexismo, la discriminación
por orientación sexual y la
identidad de género, ha obtenido
resultados institucionales
concluyentes en casi todos los
países. En el caso de América
del Sur, donde casi todos los
países están inmersos en
procesos de cambio de modelo o
por lo menos de ruptura con el
neoliberalismo, las propuestas
de creación de alternativas al
modelo, que están en el orden
del día incluyen estos tópicos.
Todas las nuevas Constituciones
latinoamericanas del siglo XXI,
registran novedosos enfoques de
género, algunas lo colocan como
eje transversal, y todas sitúan
la igualdad como prioridad. Esta
última es mencionada también en
las propuestas de integración
regional, pieza clave para el
afianzamiento de los mencionados
cambios.
Un importante aspecto de los
recientes desarrollos del
movimiento de alternativas a la
globalización es la pluralidad,
la interacción entre los mundos
político, académico, militante y
popular, en el proceso creativo
de imaginar otro mundo posible.
Uno de los resultados de esto es
la visualización de un universo
diverso, con prácticas y
pensamientos múltiples, que
procura desarrollar tanto
convergencias discursivas, como
acciones concretas. En otras
palabras, los cambios en la
política sexual y de género en
el siglo XXI están relacionados
con las propuestas de cambio de
modelo, con medidas concretas
para viabilizar la igualdad, y
sustentar la autodeterminación
social, política, económica de
los cuerpos, de las identidades,
etcétera.
Sin embargo, los debates en
torno a este tema no excluyen
los desafíos: La
mercantilización del cuerpo,
especialmente el de las mujeres;
el negocio del sexo, que
constituye una de las más
rentables empresas de la
globalización; la
comercialización y banalización
de la diversidad, conceptuándola
como un catálogo comercial; y
otras manifestaciones del
capitalismo patriarcal,
constituyen la antítesis de las
propuestas de subversión de las
relaciones de poder en la
sexualidad, levantadas por los
movimientos que actúan en este
campo, y que convocan más bien a
reivindicar las sexualidades
desde la autonomía, la
diversidad y la creatividad
humana.
Latinoamérica, en este momento
de transformaciones, está ante
un reto y también lo estamos
desde el discurso feminista y
desde las propuestas de
diversidades. El contexto ha
cambiado, estamos frente a una
nueva situación y ante nuevas
posibilidades. Si en el siglo XX
tuvimos la posibilidad de
conquistar desde lo
reivindicativo lo que antes
resumí, ahora estamos frente a
la posibilidad y el desafío de
colocar estas propuestas en el
centro de los cambios de la
sociedad, y de articular desde
ahí no solamente discursos, sino
institucionalidad, prácticas, y
sobre todo desde nuestra
posición, de generar nuevas
relaciones sociales.
![](http://www.lajiribilla.cu/2009/n436_09/taller/taller12.jpg) |
Hablamos de estos cambios de
sentido y redefiniciones en las
que está inmerso Latinoamérica y
es muy importante; pero esa
buena parte de redefiniciones se
dan en las relaciones sociales,
es decir, son nuevas realidades
que se tejen en la sociedad.
Cierto es que tenemos aportes
nuevos gracias a las nuevas
constituciones, sobre todo en
los países que estamos en
revolución —como la Revolución
Boliviana, la Revolución
Bolivariana, la Revolución
Ciudadana en Ecuador—. En este
contexto en el que ya no estamos
en la condición de víctimas del
siglo XIX, sino que estamos
frente a la posibilidad de ser
actores políticos, tenemos el
reto de colocar estas
posibilidades y estas propuestas
en el diseño no solo de un nuevo
modelo sino en una nueva visión
de la sociedad.
Claro, podemos quedarnos en
acciones tan válidas como pueden
ser una pancarta en el balcón de
mi casa, que está muy bien,
manifestaciones en las calles,
espacios de debate… que siguen
siendo válidos; sin embargo, el
momento ofrece posibilidades
mayores: el de participar, el de
apropiarnos de ejes como es este
de los Paradigmas Emancipatorios
y de estar presentes en la
construcción de nuestro futuro.
Nuestro reto es el de construir
sociedades diversas, generando
propuestas antisistémicas,
alternativas al capitalismo y al
patriarcado, a la
mercantilización del cuerpo, la
banalización del concepto de
diversidad como trampa del
mercado. Estas propuestas de los
movimientos sociales están
llevando estos temas a un nivel
de participación y de
comprensión de conceptos que van
más allá de las demandas del
feminismo, como puede ser la
soberanía alimentaria, por
ejemplo. Con todo esto, estamos
en un momento en
el cual
los movimientos sociales, no
solo los feministas, debemos
lograr la interacción de
nuestras propuestas como lo
están nuestras realidades y
nuestras geografías.
*Vicepresidenta
del Consejo Directivo de la
Agencia Latinoamericana de
Información –ALAI- |