EDITORIAL
¿Discriminación?
En días recientes, ha sido evidente la molestia del gobierno
mexicano ante algunas de las acciones de prevención adoptadas
por autoridades de otras naciones en el contexto de la alerta
sanitaria mundial por el brote de influenza A. Además del roce
diplomático que desataron las medidas de aislamiento decretadas
por China para decenas de ciudadanos mexicanos, destacan las
notas de protesta enviadas por la cancillería mexicana a sus
homólogas de Ecuador, Perú, Argentina y Cuba por las
restricciones establecidas a vuelos de y hacia nuestro país,
disposiciones que, a decir del titular del Ejecutivo federal,
Felipe Calderón Hinojosa, no tienen fundamento técnico
suficiente
y constituyen en cambio acciones de
discriminación
en contra de mexicanos.
Ciertamente, las decisiones adoptadas por los gobiernos de otros
países pueden ser vistas como unilaterales y hasta desmedidas, y
es insoslayable que han generado molestias al alterar los
traslados de pasajeros de distintas nacionalidades que viajan a
o salen de nuestro país. Sin embargo, el calderonismo pareciera
empeñado en atribuir a otros la responsabilidad por la incómoda
situación que se vive en el ámbito internacional y ha soslayado,
con ello, que ésta ha tenido su origen en la imagen que las
autoridades nacionales proyectaron al extranjero: un país con
tapabocas, una población hundida en la zozobra y la
desinformación y una estrategia gubernamental de contención
tardía y errática, circunstancias que, a lo que puede verse,
indujeron la alarma y el temor tanto dentro como fuera del país.
En este contexto, las reacciones de gobiernos como el de China –país
que cuenta con un largo historial de epidemias por enfermedades
respiratorias– o el de Argentina –nación que en los últimos
meses ha sufrido el repunte de la epidemia del dengue–,
desmesuradas o no, han tenido como principal objeto la
prevención y el cuidado de la salud de sus respectivas
poblaciones, y resulta por tanto inadecuado acusarlas de
discriminatorias. En el caso concreto de Cuba, nación que ha
realizado invaluables aportes en materia de salud a otros países
–México incluido, como lo prueba la brigada médica enviada por
el gobierno de la isla a Tabasco en el contexto de las
inundaciones que esa entidad sufrió en 2007–, el temor al
contagio del virus de la influenza se explica por dos factores
fundamentales, ligados a la política hostil y criminal que
Washington ha practicado hacia La Habana en las últimas décadas.
El primero de ellos es el bloqueo inhumano e ilegal que Estados
Unidos mantiene hacia la isla desde hace casi medio siglo y que
se ha mantenido hasta ahora no obstante las medidas de
relajación
emprendidas por la administración que encabeza
Barack Obama. Entre muchas otras afectaciones, este castigo
impide la compra de medicamentos, patentes, equipos sanitarios,
y coloca, por tanto, a la población cubana en una circunstancia
de vulnerabilidad adicional ante la amenaza de una pandemia como
la que hoy se enfrenta.
A lo anterior debe añadirse el hecho de que, de acuerdo con
información existente y documentada en distintos medios, Cuba ha
sido víctima de agresiones químicas y bacteriológicas,
emprendidas por Estados Unidos con el objeto de abonar así al
empobrecimiento de la población de ese país, y sembrar
animadversión popular hacia las autoridades de la isla. Algunos
ejemplos: de acuerdo con informes desclasificados de la Agencia
Central de Inteligencia estadunidense (CIA, por sus siglas en
inglés), entre 1961 y 1962 Washington fraguó un plan, la
denominada Operación Mangosta, cuyo objetivo era provocar
fracasos en las cosechas alimentarias en Cuba
, para lo cual
se pretendía, entre otras cosas, emplear químicos para dañar a
los trabajadores. En mayo de 1971, una epidemia de fiebre
porcina africana que apareció en territorio cubano –el primer
brote de ese virus en el hemisferio occidental– forzó al
gobierno de La Habana a sacrificar por completo su población
porcina –más de medio millón de cerdos–. A pesar de que
Washington negó su participación en la propagación del brote,
seis años después el diario neoyorquino Newsday publicó
declaraciones de una fuente de la inteligencia estadunidense en
las que ésta confiesa que había recibido el virus en un
contenedor sellado y sin etiqueta en una base militar de Estados
Unidos en Panamá con instrucciones de entregarlo a un grupo
anticastrista
(CIA link to Cuban pig virus reported
,
Newsday, 10/1/1977). Una década más tarde, en 1981, la
nación caribeña se vio afectada por una variedad del dengue
particularmente virulenta que afectó a 273 mil personas y
provocó la muerte de 158; la propagación del virus pudo haber
sido una operación norteamericana encubierta
(Cover
Action, verano de 1982).
Ante estas consideraciones, es claro que, más que muestras de
hostilidad y de xenofobia antimexicana, las disposiciones del
gobierno de La Habana constituyen medidas de obvia sensatez y
pertinencia ante una amenaza sanitaria que, en la circunstancia
presente, sería más devastadora para la isla de lo que sería en
otras partes. El gobierno de México, en suma, debe cobrar
conciencia de esta situación y, en lugar de abrazar un discurso
patriotero y hasta chauvinista, corregir los errores propios –de
los cuales la opinión pública internacional ha tomado nota– y
rectificar el pésimo manejo que ha hecho en general con respecto
a la todavía vigente emergencia sanitaria.
http://www.jornada.unam.mx/2009/05/10/index.php?section=edito