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PALABRAS DE
AGRADECIMIENTO
POR LA ENTREGA DEL TITULO DE
PROFESOR DE MERITO DE
LA
UNIVERSIDAD DE LA HABANA.
Ricardo
Alarcón de Quesada
Noviembre 19
de 2008
Aula Magna de
la Universidad de La Habana
Compañero
Rector:
Compañeras y
compañeros:
Suponía que
Roberto en sus palabras, que tanto me honran y agradezco, evocaría a
Margarita. Para ella debe ser el homenaje. En materia de títulos la vida
me ha enseñado a ser prudente. Ostentaba el muy desmesurado de Embajador
Extraordinario y Plenipotenciario y Representante Permanente de Cuba
ante la Organización de las Naciones Unidas cuando hace ya un cierto
número de años visité la ciudad de San Francisco con un séquito formado
por mi esposa, nuestra hija y su abuelita. Participamos allí en varias
reuniones que una amiga californiana registró con su grabadora. Algún
tiempo después revisando su oficina con otras compañeras dieron con la
voz de alguien que ninguna acertaba a identificar. Estaban a punto de
abandonar la pesquisa cuando la pequeña hija de mi amiga, que entonces
apenas sabía hablar, afirmó resuelta: “yo se quien es, es el esposo
de Margarita”.
Acudí a ella
cuando supe que la Universidad de La Habana se proponía concederme este
inmerecido honor. Durante medio siglo compartimos muchas cosas, y
siempre le consulté cualquier decisión importante y para mí esta reunión
y las palabras que debo pronunciar ciertamente lo son.
Sin la menor
vacilación me dijo lo que yo esperaba: “dedícaselo a Magistra”.
Para nosotros Vicentina Antuña será siempre brújula exacta, maestra y
compañera al mismo tiempo, fuente inagotable de sabiduría, ejemplo
superior de fidelidad a la Patria y a esta Universidad por las que
sacrificó todo con su dignidad y su modestia de verdadera heroína.
Aunque para Vicentina cualquier tributo será siempre insuficiente le
ofrezco este también si vacilar.
Debo decir,
sin embargo, que en tiempos más felices habríamos ido a casa de Magistra
en busca de consejo. Imagino su sonrisa leve mientras me dice:
“dedícaselo a Margarita”.
Con ambas,
pues, he meditado mucho tratando de descifrar el sentido de esta
ceremonia.
¿En qué
consiste el mérito aquí mencionado? ¿A quién o a quiénes pertenece?
Roberto
Alarcón Mena es un perfecto desconocido para casi todos ustedes. Hijo de
inmigrantes andaluces pobres, su vida fue demasiado breve y sólo conoció
el trabajo desde la infancia. Para él no hubo escuela ni maestros pero
no recuerdo afán por la cultura semejante al suyo y no olvidaré su
obsesión porque los hijos estudiasen. Aun conservo algunos libros que
fueron su único legado: uno, de lectura difícil sobre filosofía del
derecho, otro, un interesante manual de mitología griega y romana y un
enjundioso estudio sobre el pensamiento presocrático, para mencionar
sólo tres cada uno subrayado y anotado por mi padre.
Con tales
lecturas supondrán ustedes que a la hora de ingresar a la Universidad
matricularía, como lo hice, en la Escuela de Derecho y en la que
entonces se llamaba de Filosofía y Letras en la que finalmente me
gradué. Entré a la Colina por primera vez guiado por José Garcerán de
Valls y Vera, para mi Pepe, quien ya era alumno de esta ilustre Casa.
Juntos habíamos aprendido a jugar y a soñar en aquellos parques que
siempre acompañan a todo viboreño bien nacido. En aquel entorno nos
iniciamos también en las faenas conspirativas, él de jefe, yo su
ayudante
Un día como
hoy, hace exactamente cincuenta años, se fundó el frente guerrillero de
La Habana Ángel Almeijeiras y Pepe lo dirigió hasta caer en combate el
17 de diciembre cuando estaba ya tan cerca la victoria revolucionaria y
faltaban diez días para que naciera su hija. Años después Margarita
daría a luz la nuestra otro 27 de diciembre.
Con Pepe
siempre regresa Fructuoso Rodríguez Pérez. Los dos vienen conmigo cada
vez que llego al Aula Magna desde el edificio del Rectorado atravesando
la plaza y el umbral de la biblioteca que acogieron muchas veces el
encuentro de tres amigos verdaderos.
La Víbora,
otra vez. La casa de Pepe en la calle D’strampes donde Fructuoso
encontró refugio poco después del asalto a Palacio. Allí, en la
penumbra, sin hacer ruido, discutíamos cómo continuar la lucha contra la
dictadura y hablábamos también de lo que pasaba en el mundo y del libro
y la canción más recientes y de nuestras compañeras y soñábamos un
futuro que, pese a todo, nos creíamos capaces de alcanzar. Una noche
Fructuoso se fue a otro escondite con sus compañeros del Directorio. Nos
separamos con la promesa de otro encuentro para acordar nuevas acciones
en los centros de enseñanza.
Poco tiempo
después, en la mañana del 20 de abril, Pepe me dijo con alegría que al
día siguiente nos volveríamos a reunir con Fructuoso. Obviamente nunca
más nos encontramos los tres. Todavía veo el asombro de Garcerán,
aquella noche, en el barrio, en el velorio de mi padre, cuando perdí al
mismo tiempo a un hermano entrañable y a mi primer maestro.
Debo evocar
también a Gerardo Abreu Fontán. Luchar bajo sus órdenes fue para mí y
para muchos la mejor escuela. Aquel joven negro nació en la mayor
pobreza, tampoco pudo concluir la enseñanza primaria pero se alzó,
vencedor del racismo y la miseria, hasta convertirse en jefe indiscutido
de la mayor organización revolucionaria de los jóvenes de la capital. El
artista de más fina sensibilidad de mi generación, su vida entera hasta
la muerte heroica queda como su más perfecta, inimitable, creación.
A estas
alturas creo haber dilucidado ya la cuestión del mérito. Pertenece por
entero a las mujeres y los hombres que he nombrado y a muchas y muchos
otros que ellos representan.
El mío, si
alguno, es haber resistido tercamente al olvido. Escaso mérito, en
verdad, pues ellas y ellos me acompañan siempre, juntos seguimos
compartiendo sueños y desvelos. ¿Cómo olvidarlos si nunca me han
abandonado en las largas noches de insomnio? Si ellas y ellos aman más
allá de la muerte ¿cómo no seguir amándolos y hacer de ese amor la
fuerza para seguir adelante?
Créanme que no
practico un culto insensato a la nostalgia. Tampoco se trata solamente
de honrar a nuestros mártires y héroes cuya memoria, nosotros, los
sobrevivientes, tenemos el deber sagrado de preservar y cultivar para
que no sólo sea nuestra, sino que se vuelva patrimonio de los más
jóvenes y de las generaciones que habrán de sucederles. Después de todo
fue por ellos, sobre todo por ellos, por los que aun no habían nacido y
por los que vendrían después, que entregaron sus vidas los combatientes
que ya no están con nosotros. Así ha sido, una generación tras otra, con
admirable coherencia, a lo largo de la ruta que emprendimos el 10 de
octubre de 1868. Rescatar esa memoria, mantenerla viva, hacer que todos
la hagan suya, que se alimenten de ella, no es, ni debe ser, quimera de
veteranos. Es, tiene que ser, sustento para los empeños de hoy y de
mañana, sólido cimiento de la batalla de ideas.
Afirmo con
Cintio Vitier: “en la hora actual de Cuba sabemos que nuestra
verdadera fortaleza está en asumir nuestra historia”.
Se trata de
una cuestión vital de la cual depende nada más y nada menos que la
existencia de una nación que ha vivido siempre bajo la amenaza y el
peligro. Asumir nuestra historia reclama, ante todo, conocerla y más aun
comprenderla. Ser conscientes de que nacimos como pueblo y nos forjamos
en la lucha por la justicia, la libertad y la igualdad y que en todo
momento, antes de nuestro glorioso octubre hasta el día de hoy, hemos
tenido que resistir frente a quienes niegan nuestro derecho a la
independencia y nos ven como a una presa que pueden dominar fácilmente.
Asumir nuestra
historia exige mucho más. Significa garantizar su continuidad, asegurar
que las virtudes fundadoras de la Patria se reproduzcan en la conciencia
de todos y cada uno de sus hijos, implica desarrollar a fondo eso que
llamamos formación de valores. Esta tarea no puede encerrarse en la
repetición de consignas o en el cumplimiento mecánico de ciertos
rituales. Es algo que sólo será eficaz si se realiza a la manera que
quería Mella desde la libertad de la conciencia de hombres capaces de
pensar por sí mismos, creadores no imitadores. Esa será siempre la
principal misión de esta Universidad y del movimiento estudiantil que
fundó Julio Antonio.
Su propósito
debe ser convertir en norma de conducta colectiva la eticidad creadora
de nuestra nación, hilo conductor de toda su historia y fundamento de su
cultura. Esa eticidad consiste en el altruismo y la solidaridad,
nutrientes de la voluntad de lucha que ha llevado a los cubanos a
afrontar las peores circunstancias y a hacerlo con optimismo,
convencidos de que ningún sacrificio sería en vano, que vendrían otros a
continuar la marcha.
Así caímos
para levantarnos una y otra vez. En San Lorenzo, en Dos Ríos, en San
Pedro, en las montañas y en la clandestinidad; con esa fuerza soportaron
muchos las más crueles torturas y supieron morir sin traicionar; con
ella nuestro pueblo se empina y resiste el bloqueo genocida y enfrenta
los golpes más duros de la naturaleza; es la ética que hace invencibles
a nuestros Cinco hermanos quienes cumplen ya más de diez años
secuestrados en cárceles norteamericanas.
Cuando se
produjo el golpe de estado en 1952 el imperialismo norteamericano estaba
en el punto más alto de su poderío económico, político y militar, era el
amo indiscutido en todo el Continente americano, dominaba el Japón y
Europa Occidental y ejercía una influencia avasalladora sobre todo el
planeta con excepción de la Unión Soviética, a la que bloqueaba y
asediaba para hacerle aun más difícil recuperarse de los colosales daños
sufridos durante la Segunda Guerra Mundial. El régimen instaurado el 10
de marzo fue su instrumento más servil y con él Cuba cayó en un abismo
de tiranía y corrupción que presagiaba su disolución irremediable.
El desafío que
tuvo ante sí la generación de Fidel Castro y José Antonio Echeverría
parecía un imposible.
Frente a ella
no estaban solamente los verdugos y torturadores del batistato. Estaba
sobre todo el Imperio más poderoso, que entonces era más poderoso que
nunca y financió, armó, entrenó y dirigió al tirano, y a sus secuaces y
asesinos, les dio todo su apoyo político, militar, económico y
propagandístico.
La lucha fue
dura, muy dura y muy difícil. Pero, permítanme decirlo, pues lo hago en
nombre de quienes ya no pueden hacerlo, esa generación cumplió con su
deber histórico.
En enero de
1959 derrocamos a la tiranía y al mismo tiempo dimos un golpe
estratégico, de trascendencia histórica, al imperialismo norteamericano.
No intentaré
describir lo ocurrido desde ese instante luminoso. Sólo diré que ha sido
grande, hermosa, justiciera, la obra de la Revolución desde que
alcanzamos el triunfo. Y que esa obra la construimos con amor y
estoicismo. Con mucho amor y mucho sacrificio.
Vino después
la caída de la Unión Soviética y con ella las leyes y planes con los que
el Imperio intensificó el genocidio y creyó aniquilar a una Cuba
abandonada y acosada.
Sin embargo
hemos llegado hasta aquí. Nos acercamos al aniversario 50 de la victoria
en un mundo que ha cambiado con sorprendente rapidez. Ya nadie recuerda
el discurso triunfalista de quienes hace menos de 20 años se imaginaban
capaces de imponer eternamente la dictadura del capitalismo salvaje. Hoy
es evidente la bancarrota del dogma neoliberal.
América Latina
vive una época nueva. Avanzan proyectos transformadores, movidos algunos
por ideales socialistas de diversa inspiración, impulsados por fuerzas
sociales que ahora despliegan un nuevo protagonismo. Se consolida la
independencia y la unión de nuestros pueblos que empiezan a hacer
realidad viejas utopías.
Nada de eso
existiría sin la Revolución cubana, sin los sacrificios de las mujeres y
los hombres que la hicieron posible, sin la resistencia heroica y
abnegada de nuestro pueblo durante medio siglo.
Lo reconocen
en esa América Latina renacida, quienes desde perspectivas múltiples nos
manifiestan respeto y solidaridad. Lo saben nuestros enemigos, que aun
retienen el mayor poder económico y militar y aguardan la hora de la
venganza.
Cuba no ha
sido espectadora pasiva sino actora principal, su lucha animó a millones
en todo el planeta y lo sigue haciendo. Si hoy pueden muchos proclamar
que otro mundo mejor es posible es, entre otras causas, porque fuimos
capaces de hacer posible una Cuba mejor, incomparablemente mejor y lo
hicimos solos, sin la ayuda de nadie.
Pero no nos
hagamos ilusiones. La lucha continúa. Quizás en el futuro sea aun más
compleja y demande mayor rigor y profundidad en el examen de una
realidad cambiante en la que no faltan trampas que precisa eludir con la
ciencia y la conciencia de quien no cesa de predicar desde esta Aula
Magna. Desarrollemos plenamente la capacidad de pensar por nosotros
mismos, porque los poderosos emplean los recursos inagotables de su
industria cultural para engañar, embrutecer y banalizar. Nuestra
Universidad puede y debe hacerlo.
Tenemos una
fortaleza inexpugnable; nuestra historia. Esa que debemos asumir porque
en ella está la suma del verdadero mérito.
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