Por: Emilio
Roig de Leuchsenring. martes, 07
de octubre de 2008 |
La
práctica del ahorro no requiere, ni
mucho menos, la privación, no ya de todo
cuanto sea necesario para la vida, sino
tampoco de aquellas satisfacciones y
comodidades a que todo hombre moderno
tiene derecho a aspirar.
Un joven y
muy distinguido abogado y economista
cubano, el doctor Rogelio Pina Estrada,
autor entre otros libros notables del
valioso estudio Los Presupuestos del
Estado, que ya he glosado en otras
de estas Habladurías, me remite el
folleto en que recogió su
interesantísima conferencia El juego,
enemigo del ahorro pronunciada
últimamente en el Instituto Nacional de
Previsión y Reformas Sociales, y
acompaña ese trabajo con esta esquela:
«el autor ruega al distinguido
periodista El Curioso Parlanchín que
dedique algún comentario a este trabajo,
contribuyendo a combatir el vicio del
juego que agobia al pueblo cubano».
Con mucho gusto voy a complacer hoy al
estimado amigo y buen cubano doctor Pina.
Ya al juego he dedicado más de una
Habladurías, señalando sus hondas raíces
coloniales que se descubren desde los
primeros días de la pequeña y
rudimentaria villa de San Cristóbal de
La Habana, pero por ser el juego uno de
los vicios capitales del cubano de todos
los tiempos y haber adquirido en los
días presentes incremento jamás igualado,
llegando a constituir verdadera y
potente institución oficial con cuyos
ingresos se cuenta en buena parte para
la vida económica del Estado y el
sostenimiento de instituciones tan
indispensables y trascendentes como son
las de carácter benéfico.
Al comienzo de su conferencia hace
resaltar el doctor Rogelio Pina la
enorme contradicción que supone la
actitud de nuestros gobernantes,
admitiendo por un lado «la licitud del
juego de envite y azar, y al mismo
tiempo que lo organiza y dirige en las
variadas formas de lotería, instituye la
Caja Postal de Ahorros».
Y es ante esa contradicción que el
doctor Pina titula la conferencia que le
fue pedida por la
Secretaría de Comunicación es creadora y
mantenedora de dicha Caja Postal de
Ahorros -al Instituto Nacional de
Previsión y reformas sociales, El juego,
enemigo del ahorro.
He ahí otro vicio criollo: la
contradicción; tanto, que a Cuba se la
ha llamado el país de las
contradicciones o, de los viceversas.
Es en la vida pública donde más resalta
la contradicción criolla, debido sin
duda a que nuestros gobernantes, tanto
los coloniales como los republicanos,
han gobernado sin programas ni
orientaciones definidos y fijos, sino a
salto de mata, cambiando constantemente
de rumbo y rectificando hoy lo hecho
ayer o procediendo de modo totalmente
diverso en medidas y disposiciones
gubernativas o administrativas tomadas
un mismo día. Esta flagrante
contradicción se nota de manera singular
en la actualidad en que los ismos
constituyen el plato de sensacionalismo
permanente. Y así encontramos
disposiciones oficiales, propias del
comunismo o del fascismo, dictadas por
los mismos centros oficiales con pocas
horas de diferencia.
Y como el vicio del juego y la virtud
del ahorro se contradicen y destruyen
mutuamente, y todo buen ciudadano
desprovisto de intereses particulares o
partidaristas, desea el bienestar y
progreso de su patria, es natural y
lógico que el doctor Pina, imitando a
los esclarecidos cubanos del pasado que
fustigaron con su palabra y con su pluma
los vicios coloniales, formule ahora su
«yo acuso», espantado «ante la creciente
inmoralidad, que habrá de retardar, si
no impedir, la consolidación de nuestra
incipiente cultura y de las
instituciones republicano-democráticas
en que ha cifrado su bienestar y
felicidad el sufrido pueblo cubano», y
en un gesto de sano y viril patriotismo
«recoja la bandera de los grandes
reformadores del pasado, la de la
Sociedad Económica de Amigos del País,
la de Saco, la de Luz Caballero, la de
Martí, y arremeta contra vicios hoy más
amenazantes y peligrosos que en los
tiempos de Tacón y Vives porque entonces
se trataba de gobernantes extraños
venidos a nuestra propia tierra, con
poderes omnímodos en busca de botín para
enriquecerse rápidamente, mientras que
dueños ahora de nuestro país y únicos
responsables
de sus males, tenemos más derecho a
exigir de los hombres que lo dirigen la
disciplina mental y moral, el orden y la
probidad necesarios para que exista
entre cubanos el debido respeto y tenga
la masa popular, todavía confundida y
comprensiva por la ausencia de una sana
directriz, normas y ejemplos que la
guíen en el camino de su redención».
El cubano no es ahorrativo porque es
imprevisor y jugador, porque vive al día
y jamás piensa en el mañana; porque no
tiene fe y confianza en los destinos de
su propio país; porque contempla el
ejemplo pernicioso del desbarajuste y
despilfarro que ayer como hoy, en la
colonia como en la República, le han
dado gobernantes; porque no ha podido
comprobar todavía la estabilidad de
nuestros regímenes políticos y
económicos, pues unos y otros están
sometidos a los vaivenes y alternativas
de las luchas políticas partidaristas y
personalistas o al capricho inconsulto
de los hombres que ocupan los altos
poderes de la nación; porque los
llamados a aconsejar normas de buen
gobierno y a advertir a los gobernantes
sus errores y sus tropiezos, no cumplen
con estos deberes fundamentales del buen
ciudadano, sino que se dedican, ayer
como hoy, a guataquear de manera servil
y con el propósito de recoger después en
dineros o en prebendas y en negocios el
resultado de su guataquería.
Seguramente que nuestros gobernantes
están escarmentados con el desastroso
final que tuvo el único de nuestros
gobernantes que practicó el ahorro:
Estrada Palma. No sólo perdió la
presidencia, sino que también se
perdieron los dineros por él ahorrados.
Desde entonces cada Gobierno nuestro se
ha dedicado a gastar pródigamente los
fondos del Tesoro Nacional, hipotecando,
además, la República con empréstitos,
financiamientos y otros numerosísimos
gastos que después se acumulan en la
llamada deuda interior flotante, la cual
no sólo flota eternamente sin jamás
liquidarse, sino que va creciendo de año
en año y de Gobierno en Gobierno hasta
convertirse, como lo esta ya, en un
inmenso témpano de hielo, de esos que
constituyen peligro gravísimo para
cualquier «nave del Estado».
En Cuba sólo practican el ahorro las
hormigas criollas, y de manera especial
nuestras laboriosísimas bibijaguas, que
si bien es verdad no parecen cubanas por
poseer en grado sumo la virtud del
ahorro, tienen muchos puntos de contacto
con nuestros políticos y gobernantes,
por aquello de arrasar con cuanto
encuentran a su alcance, dejándolo todo
a palo limpio.
También practican el ahorro, pero en
forma viciosa y nociva, nuestros grandes
ricos, que por ello se convierten en
detestables avaros, y, como bien afirma
el doctor Pina, «sustraen a la
circulación e inutilizan recursos que
deben ingresar en la corriente de la
producción, del transporte y del consumo
para la mejor satisfacción de las
necesidades», y así vemos a esos
nefastos personajes de nuestra sociedad,
inmovilizando sus capitales en los
bancos nacionales o en el extranjero o
prestando dinero en hipoteca a interés y
con procedimientos que no tienen nada
que envidiarles nuestros vulgares
garroteros.
El ahorro es, como el doctor Pina
sostiene, «el primer fenómeno de
carácter económico que se reveló en el
hombre y que demostró su inteligencia y
su naciente sentido de previsión, así
como el dominio de sí mismo, y resulta
un complemento necesario del trabajo
para que éste sea eficaz y trascendente».
La práctica del ahorro no requiere, ni
mucho menos, la privación, no ya de todo
cuanto sea necesario para la vida, sino
tampoco de aquellas satisfacciones y
comodidades a que todo hombre moderno
tiene derecho a aspirar.
Gracias al ahorro bien entendido y
sabiamente practicado es que los hombres
y los pueblos no tienen que temer a las
épocas de crisis económica y sobreviven
de las desgracias y de las calamidades
que la suerte les depara.
Lejos de vivir así el cubano, colonial o
republicano, no piensa más que en la
llegada, que él siempre espera ansioso a
plazo inmediato, de las épocas de las
vacas gordas, pero no como hace la
hormiga en el verano, con el objeto de
acumular comestibles que le permitan
afrontar sin temor el invierno, sino
para despilfarrar inconsciente y
estúpidamente las ganancias adquiridas,
en esos años de abundancia, quedando
después, individual y colectivamente
sumidos, como hoy lo estamos, en
profundas crisis económicas que afectan
la vida y la estabilidad de la República;
crisis sobre las que no sabemos adoptar
otros procedimientos para remediarlas,
que pidiendo dinero prestado al
extranjero, de la misma manera que
individualmente el criollo resuelve sus
estrecheces económicas solicitando un
préstamo al más cercano garrotero, o
empeñando sus prendas, sus muebles o sus
ropas, quedando condenado, entonces, el
prestatario-individuo o nación a una
insoportable existencia de empeños,
desempeños y nuevos empeños.
Sin el ahorro, y demás virtudes
concordantes -declara el doctor Pina- «será
muy difícil conseguir que el cubano
vuelva a la tierra y ponga en su trabajo
la esperanza del bienestar y de la
riqueza». Y agrega esto que es una
verdad más grande que el Capitolio: «mientras
el Estado estimule el juego y lo
convierta en la base indispensable de
todas sus posibilidades, se alejará -cada
día más nuestra regeneración moral y
económica y el cubano seguirá siendo un
paria en y su propia tierra».
Y ACLARACION
Con motivo del artículo ¡Fuera de la
pérgola! que apareció en las Habladurias
del día 13 de noviembre último, ha
recibido nuestro director una carta del
señor José A. Sordo, de la casa Pennino
Marble Company, S. A., de esta capital,
en la que pide se aclaren diversos
conceptos de dicho artículo, que
considera afectan a la casa que él
representa, ya que fue ella la que «suministró
la pérgola del Parque Maceo, a tenor de
planos que le fueron suministrados por
la Secretaría de Obras Públicas y que
sirvieron de base a una subasta que se
adjudicó al mejor postor; el autor del
proyecto fue el arquitecto señor
Francisco J. de Centurión".
En mis Habladurías no mencioné a la
Pennino Marble Company, S. A., y es el
representante de la misma, señor Sordo,
el que descubre ahora que fue esa casa
la autora de la desastrosa pérgola del
Parque Maceo, aunque haciendo cargar la
responsabilidad del desaguisado
artístico sobre la Secretaría de Obras
Publicas y el .señor Centurión. Queda
complacido el señor Sordo en sus deseos.
En cuanto a las frases que el señor
Sordo considera ofensivas para la
Pennino Marble Company, S. A., y que son
las siguientes: «Descubrió tortuosas y
lucrativas combinaciones que habían
producido su instalación en aquel parqué…
Que la pérgola en cuestión era una
portada de cementerio destinada a un
ayuntamiento de esta República y que al
no pagarla este, el contratista
marmolinesco de ella se la endosó al
Parque Maceo… Que la colocación de la
pérgola en el parque obedeció a negocios
poco limpios». Están basadas en las
informaciones que publicaron los
periódicos habaneros con motivo de ese
asunto y principalmente en la que
apareció en El Mundo, de esta capital,
del 2 de octubre último; pero no tengo
inconveniente alguno ya que en estos
artículos solo ataco al vicio y no al
vicioso en dejar esclarecido el deseo
del señor Sordo: que la Pennin Marble
Company, S. A, si bien suministró la
horrible portada de cementerio, no tuvo
participación alguna en todo cuanto de
la misma se ha publicado últimamente, y
yo me hice eco en las comentadas
Habladurías.
Queda de nuevo complacido el señor Sordo.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad
desde 1935 hasta su deceso en 1964
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