Bartolomé Masó, el
último presidente
Pedro Palacio*
Cuando
ya Martí tomaba el rumbo de la inmortalidad, cuatro días
antes, el 15 de mayo de 1895, escribió al general
Bartolomé Masó, desde el Campamento de Dos Ríos, una de
sus últimas cartas. Era un llamado urgente, porque el
Apóstol sentía la impaciencia de ser otro mambí.
En la
misiva le expresa que él y Gómez han decidido unirse a
su tropa por significar “el renuevo poderoso de la
guerra (...) Ni la labor que hemos venido sembrando y
juntando me parecerá bien adelantada, hasta dar con
Usted. (…) Ya, al lado de Usted se puede ensanchar la
obra”.
El
viejo general manzanillero se había alzado el 10 de
Octubre de 1868 con Céspedes, y en la lucha del
mambisado por la independencia, durante tres décadas, se
destacó como un militar valiente, inteligente, admirado
por sus soldados. Patriota íntegro, no se prestó para
intrigas, ni disensiones, males que minaron las filas de
la Revolución.
Cuando
el Pacto del Zanjón, Masó estuvo todo el tiempo al lado
del Titán de Bronce, opuesto a los que promovieron
aquella bochornosa claudicación. Durante la Guerra Chi-quita
se mantuvo firme en el empeño de reanudar la contienda
liber-taria.
En la
convocatoria de la Constituyente de Jimaguayú, esfuerzo
por encauzar la guerra del 95, a pesar del error de
mermar la autonomía del mando militar, Masó, como
vicepresidente, puso todo su prestigio para que las
ideas de Martí y Maceo se materializaran.
Ya
muertos los dos grandes de la Revolución, en 1897,
sesionó la Asamblea de la Yaya, sitio cercano a
Camagüey, en la cual el viejo general fue designado
Presidente de la Repú-blica en Armas, y en esa ocasión
las ideas de Martí y Maceo tuvieron acogida en los
planes de los constituyentistas, empezando por Máximo
Gómez que las defendió, en medio de la ofensiva
autonomista, el rebrote de los anexionistas y los
preparativos de Estados Unidos para intervenir
militarmente.
Tal era
el escenario, en el que España estaba al borde de la
derrota y los mambises gloriosos no eran tomados en
consideración por los jefes yanquis, quienes, finalmente,
impidieron su entrada victoriosa a la plaza de Santiago
de Cuba, mientras el general Calixto García y el Consejo
de Gobierno, presidido por Bartolomé Masó, eran
completamente ignorados.
Los
asambleístas de la Yaya, evidentemente preocupados por
el desenlace de los acontecimientos entre España y
Estados Unidos, y el destino de Cuba, lanzaron su último
intento: convocar al pueblo para que decidiera su futuro,
pero ya era tarde. En 1897, sobre el horizonte de la
Isla se cernía el peor de los peligros posibles: el
gobierno norteamericano consideraba llegado el momento
de recoger, después de un siglo de paciente espera, la
fruta madura llamada Cuba.
El
último presidente de la República en Armas vio
entristecido cómo aquella lucha heroica de los patriotas
del 68 y del 95 se escamoteaba alevosamente, y nacía la
patria lastrada por la dominación militar, política y
económica de Estados Unidos.
El
insigne patriota vivió humildemente, sin reclamar
honores, ni privilegios, mientras algunos patricios se
convirtieron en despreciables politiqueros. En sus
últimos días, conoció, y hasta sufrió, una República
intervenida, y gobernada por los que se iniciaban como
lacayos del imperio. El 14 de junio de 1907 murió el
general Bartolomé Masó, arropado por el cariño del
pueblo, al que él representó dignamente en la manigua y
en las constituyentes.
Su
figura, devenida símbolo de pa-triotismo y eticidad,
será siempre recordada, por esa grandeza patente en la
nota de un Martí, desesperado, que el 12 de mayo de
1895, ya cerca del final apocalíptico, escribió: “Masó
anda por la sabana con Maceo y le escribimos: una semana
hemos de quedarnos por aquí, esperándolo”. Masó se
encontró con Martí, el 18 de mayo en el campamento de
Dos Ríos, donde los soldados escuchaban ansiosos al
Apóstol convertido en General, mientras Masó le
confesaba que estaba dispuesto con él a juntar y sembrar
la obra de la Revolución.
*Profesor
de la Escuela Superior del
Partido Ñico López
http://www.tribuna.islagrande.cu/Etiquetas/opinion/junio/ultimo9.htm
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