Apocalipsis maya según Hollywood
El filme Apocalypto de Mel
Gibson solo reconfirma el mito hollywoodense acerca del supuesto
caos en el que vivían los habitantes originarios de
Latinoamérica
06 de mayo de 2007
00:00:00 GMT
http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2007-05-06/apocalipsis-maya-segun-hollywood/ ![]() A diferencia de sus películas anteriores, en Apocalypto no hay protagonistas cuyas biografías estén inscritas en la tradición narrativa occidental. De modo que el director se vio precisado a inventarse un héroe increíblemente diestro y veloz, capaz de oponerse a los designios macabros de una civilización decadente. Para subrayar su intrepidez lo convirtió en defensor de su familia y de su tribu, y lo colocó en posición de observador privilegiado, víctima insumisa, que huye primero y se enfrenta después a guerreros esclavistas capaces de la más ilimitada crueldad. Producida por la Walt Disney Pictures (la compañía de La sirenita y de El rey león no tuvo reparos en apoyar esta inversión sustentada en la violencia gráfica y galopante), Apocalypto no es el examen de las razones que condujeron a la decadencia de una civilización —como pregona cierta propaganda exagerada y anuncia el pretencioso e injustificado exergo que colocan en pantalla antes de que comience la acción— es una buena película de acción y aventuras, en la que sobran las pretensiones de historicidad, máxime cuando solo reconfirma la más simplificadora y reaccionaria mitología hollywoodense: los habitantes originarios de Latinoamérica, y en general del Tercer Mundo, se muestran sumergidos en el caos, la desintegración, la inmoralidad, el crimen y el irrespeto a la vida. En el fondo, late el prejuicio primermundista de que todo principio progresista y civilizatorio ha de llegar de Europa o de Norteamérica. Tal vez dos de los momentos más fuertes y decisivos del filme, de esos que pudieran permanecer en el recuerdo del espectador durante algún tiempo, son aquellos en que el protagonista es llevado prisionero a la pirámide de los sacrificios humanos, donde se decapita a decenas de hombres en ofrenda al dios de la lluvia, y el instante en que concluye la huida y persecución de Garra de Jaguar, justo en la playa adonde arriban los españoles, y los perseguidores del exhausto fugitivo caen de hinojos ante los barcos de quienes creyeron dioses. En ambas escenas se pone en claro que Mel Gibson comparte, consciente o inconscientemente, la ideología «evangelizadora» de los primeros conquistadores: toda civilización pagana está condenada a desaparecer por ajena a los valores occidentales, o por distinta a las nociones occidentales de virtud y progreso. Apenas aparecen en Apocalypto escenas o secuencias, al menos fugaces, donde se anuncie o insinúe la grandeza de un pueblo que legó monumentos arquitectónicos como los de Palenque, Uxmal, Quiriguá y Chichén Itzá, la sabiduría de agricultores, científicos y artistas apresada en códices y jeroglíficos, la literatura destacada en obras religiosas, canciones, poesía, enciclopedias, los impresionantes conocimientos de astronomía, matemáticas o el complejo calendario, mucho más perfecto que el empleado por sus contemporáneos europeos. Los defensores del filme alegarán que Gibson no se propuso realizar un documental didáctico sobre los mayas, pero molesta la pretensión supuestamente explicativa sobre las causas de la decadencia, irrita la insistencia simplificadora del autor, que destila por un lado franca ignorancia, y por el otro, abierto prejuicio, xenofobia, desdén y ojeriza por lo diferente. Al igual que Gladiador, Troya y la reciente 300, Apocalypto se refugia en la antigüedad como coartada para recrearse en la espectacularidad que ofrecen los combates a muerte, la violencia física, la sangre y la destrucción. Lo mejor del filme, la clave de su éxito, es su acercamiento a la figura del héroe como un hombre sencillo (que devendrá ingenioso y exterminador superman en toda la segunda parte, cuando se relata con brillante trabajo de cámara la prolongada persecución), pues no se trata más que de un cazador tomado como esclavo, que intenta conquistar la libertad y salvar a su familia del exterminio.
Nada respetable como documento o testimonio de la historia latinoamericana, Apocalypto triunfó por su combinación de entretenimiento grueso, acción y visualidad, que puede resultar muy impresionante en época de Internet, publicidad, video clips y video juegos. Ojalá su exhibición en Cuba no derive en que algunos de nuestros jóvenes lleguen a creerse el cuento burdamente reaccionario de Mel Gibson respecto a que los antiguos pueblos de América no pasaron de ser sádicos practicantes de la brutalidad más espantosa, oscuros salvajes que solo acertaron a caer de rodillas ante el advenimiento salvador de las carabelas europeas, llegadas a nuestras costas para evangelizarnos, civilizarnos, y quemar vivos en la hoguera, de vez en cuando, a ciertos rebeldes acusados de herejía y paganismo. Esa es la versión de la verdadera historia que prefirió «Míster» Gibson.
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