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Foto: Roberto
Morejón |
Adiós infancia
Sexo Sentido comparte con sus lectores
las reflexiones de una pedagoga sobre el
valor de la familia en la educación
sexual de las nuevas generaciones, y
cómo sus miembros se ven unos a otros…
Msc. Ana Rosa Padrón Echevarría*
Todas
las etapas o edades por las que pasamos
dejan huellas más o menos agradables en
cada ser humano. Desde los primeros
pasos, cuando empezamos a descubrirnos a
nosotros mismos y a los objetos que nos
rodean, las primeras amistades, el
ingreso en la escuela... en fin, una
gama interminable de situaciones.
El
crecimiento continuo anuncia que
entramos en nuevos y significativos
cambios, avances y desprendimientos.
Pero la ansiada adolescencia, recibe
tantos calificativos que no falta quien
tema llegar a ella.
Para
matizarla, sobran augurios que hacen
temblar a la familia: «Deja que lleguen
a esa edad», «Hijos grandes, problemas
grandes», «Antes no les dio quehacer,
pero ahora...».
Ciertamente, es un desafío para no
despreciar, y muchas veces la familia,
en su afán de protección, no se percata
de que el crecimiento es un proceso para
aceptar con optimismo.
desde
nuestro trabajo profesional es común
escuchar estas opiniones de padres,
madres y otros familiares:
«¡Es
que hasta hace tan poco los teníamos
bajo nuestra total vigilia!», «Siento
confusión para educar en esa edad», «Se
me fue de control», «¿Mi adolescente? Le
digo que me resulta insoportable, aunque
le adore...», «a veces lo aturdo con mis
exigencias, por eso necesito que alguien
me ayude a entender esa edad...»
No
menos sorprendentes son estas otras
expresiones: «le quiero mucho, ¡pero es
que todo lo contradice!». «Creo que no
siempre trato de entender... ¡yo solo
quiero lo mejor para su vida!». «A veces
me quedo sin saber qué contestarle». «En
algo he fallado, pero no sé en qué...»
Esto es
solo un botón de muestra entre tantas
experiencias pero reflejan el auténtico
reconocimiento que la familia hace ante
la necesidad de estar mejor preparada e
informada sobre esta materia.
Y es
lícito reconocerlo: ninguna asignatura
en la escuela nos enseña a ser madre o
padre. La mejor asignatura es la propia
descendencia, y el sentido con que la
engendramos: el amor, ese que acerca y
produce relaciones gratificantes para
transitar por la vida, no solos ni
separados, sino mejor: ¡acompañados!
ACONSEJARLOS, QUERERLOS...
La
adolescencia puede transcurrir sin
mayores contratiempos, si nos proponemos
un diálogo abierto, sincero, sin hacer
gala de esa autoridad que a veces hace
difícil la convivencia.
Aunque
los hijos estén creciendo necesitan de
la orientación de los adultos para
comprender el mundo. Verlos avanzar es,
sin duda, un placer para la familia,
pero exige preparación para responder
sus preguntas y recibir sin ira sus
cuestionamientos sobre nuestros
criterios adultos.
En
ocasiones la «comunicación» está
matizada por órdenes del tipo «esto es
así» o «aquello no...». Por supuesto,
establecer límites es necesario desde el
rol de padre o madre, pero también hace
falta la relación de afecto, de
comprensión.
«Estoy
contigo», «confío en ti», «si me
necesitas dímelo, te ayudaré», son
frases, que alimentan el acercamiento.
Con ello aseguramos puertas abiertas
para hablar de cualquier tema,
incluyendo la sexualidad.
ESCUCHARLOS, ENTENDERLOS...
A veces
la familia cree falsamente que su
silencio garantiza «inocencia» en los
menores, y obvia estos elementos en la
comunicación cotidiana.
Lo
cierto es que cada adolescente vive su
sexualidad, se inquieta por ella, y
desea conocerla descubrirla. Numerosos
testimonios refuerzan tales
afirmaciones:
«Hoy
para mí no es un día como otro
cualquiera... ¿por qué? ¡Ah, porque he
sentido una gran curiosidad! Descubrí
cosas nuevas en mi cuerpo. Nadie me
explicó que eso pasaría, pero me resultó
agradable. dicen que no debemos
tocarnos... en verdad, no sé que tiene
de malo». (13 años)
«Deseo
saber tantas cosas, pero ¡qué difícil me
resultan los mayores! Cada vez que
pregunto algo sobre cómo nos formamos, o
sobre el amor... no sé qué les pasa,
pero me dejan esperando o me forman un
enredo que no hay quien los entienda.
¡Qué deseos tengo de ser grande! Tal vez
las cosas cambien para mí, ¿verdad?» (11
años)
En su
diario, una adolescente de 12 años
escribió: «El tiempo transcurre,
sorprendentemente han aparecido en mi
cuerpo cambios que hasta ahora no había
tenido. Me estoy haciendo adulta y eso
me gusta. ¡Lo anhelaba tanto! Y
entonces, ¿quién soy?
«Todos
ustedes pasaron por esta edad, ¿por qué
no me permiten disfrutar del amor, de mi
grupo de amigos y de otras cosas lindas
que me son necesarias para la vida? Yo
sufro mucho a solas. ¿Por qué no me
hablan de sexualidad?, ¡Sí, porque ese
es un tema prohibido en casa!»
«¡Mi
familia!, necesito la ayuda y
orientación de ustedes, indíquenme el
camino, no maten en mí el deseo y la
necesidad de saber. Créanme: lo necesito
mucho».
Algunos
adolecentes varones señalaban con
orgullo que según sus padres los hombres
no deben tener una sola pareja sino que
deben probar varias para poder
determinar realmente la que les conviene.
Otros
discrepaban, pues sus mamás insisten
mucho en que no es correcto tener tantas
novias, sino consagrarse a una.
Con
tristeza cuenta un grupo de adolescentes:
«Nos molesta mucho que se quejen de todo
lo que hacemos o preguntamos, nos dicen:
“¡no hay quién los entienda!, están en
las nubes, ¡qué difíciles son!”. Y si de
la sexualidad se trata, te dicen
tranquilamente... para “eso” ya tendrás
tiempo, no tienes que apurarte. En
fin... que nos tratan a veces como
grandes, y otras como pequeñitos».
Expresan varios adolescentes: «Nuestros
padres nos brindan todo lo que pueden
materialmente pero en otros sentidos se
puede decir que somos infelices, nos
controlan todo, no les conviene ninguna
de nuestras amistades, a todas les
encuentran defectos».
«No
explican mucho, solo te dicen: Tú no te
das cuenta porque eres muy joven. ya
nosotros hemos vivido mucho, ¿quién nos
va hacer cuentos? En alguna medida
puede ser verdad lo que ellos dicen,
pero...».
Es
necesario hacer un alto y meditar. El
silencio en ocasiones puede provocar
ansiedades, conceptos erróneos y, con
frecuencia, sufrimiento. ¿Por qué
pretender que vivan en la ignorancia? ¿Por
qué prohibirles en casa lo que de todas
formas buscarán afuera? Quizás obtengan
una información tergiversada, y en base
a esta actuarán, aunque eso implique
consecuencias lamentables para su vida.
Educar
la sexualidad no requiere un momento
especial. Una verdad, una información
correcta es de gran ayuda y nunca
perjudica.
*Profesora
auxiliar de la Cátedra de Sexología y
Educación Sexual del Instituto Superior
Pedagógico Enrique José Varona. |