A cargo de
Mileyda Menéndez

3 de junio de 2006

EDICIONES ANTERIORES

Foto: Roberto Morejón
Foto: Roberto Morejón

Adiós infancia

Sexo Sentido comparte con sus lectores las reflexiones de una pedagoga sobre el valor de la familia en la educación sexual de las nuevas generaciones, y cómo sus miembros se ven unos a otros…

Msc. Ana Rosa Padrón Echevarría*

Todas las etapas o edades por las que pasamos dejan huellas más o menos agradables en cada ser humano. Desde los primeros pasos, cuando empezamos a descubrirnos a nosotros mismos y a los objetos que nos rodean, las primeras amistades, el ingreso en la escuela... en fin, una gama interminable de situaciones.

El crecimiento continuo anuncia que entramos en nuevos y significativos cambios, avances y desprendimientos. Pero la ansiada adolescencia, recibe tantos calificativos que no falta quien tema llegar a ella.

Para matizarla, sobran augurios que hacen temblar a la familia: «Deja que lleguen a esa edad», «Hijos grandes, problemas grandes», «Antes no les dio quehacer, pero ahora...».

Ciertamente, es un desafío para no despreciar, y muchas veces la familia, en su afán de protección, no se percata de que el crecimiento es un proceso para aceptar con optimismo.

desde nuestro trabajo profesional es común escuchar estas opiniones de padres, madres y otros familiares:

«¡Es que hasta hace tan poco los teníamos bajo nuestra total vigilia!», «Siento confusión para educar en esa edad», «Se me fue de control», «¿Mi adolescente? Le digo que me resulta insoportable, aunque le adore...», «a veces lo aturdo con mis exigencias, por eso necesito que alguien me ayude a entender esa edad...»

No menos sorprendentes son estas otras expresiones: «le quiero mucho, ¡pero es que todo lo contradice!». «Creo que no siempre trato de entender... ¡yo solo quiero lo mejor para su vida!». «A veces me quedo sin saber qué contestarle». «En algo he fallado, pero no sé en qué...»

Esto es solo un botón de muestra entre tantas experiencias pero reflejan el auténtico reconocimiento que la familia hace ante la necesidad de estar mejor preparada e informada sobre esta materia.

Y es lícito reconocerlo: ninguna asignatura en la escuela nos enseña a ser madre o padre. La mejor asignatura es la propia descendencia, y el sentido con que la engendramos: el amor, ese que acerca y produce relaciones gratificantes para transitar por la vida, no solos ni separados, sino mejor: ¡acompañados!

ACONSEJARLOS, QUERERLOS...

La adolescencia puede transcurrir sin mayores contratiempos, si nos proponemos un diálogo abierto, sincero, sin hacer gala de esa autoridad que a veces hace difícil la convivencia.

Aunque los hijos estén creciendo necesitan de la orientación de los adultos para comprender el mundo. Verlos avanzar es, sin duda, un placer para la familia, pero exige preparación para responder sus preguntas y recibir sin ira sus cuestionamientos sobre nuestros criterios adultos.

En ocasiones la «comunicación» está matizada por órdenes del tipo «esto es así» o «aquello no...». Por supuesto, establecer límites es necesario desde el rol de padre o madre, pero también hace falta la relación de afecto, de comprensión.

«Estoy contigo», «confío en ti», «si me necesitas dímelo, te ayudaré», son frases, que alimentan el acercamiento. Con ello aseguramos puertas abiertas para hablar de cualquier tema, incluyendo la sexualidad.

ESCUCHARLOS, ENTENDERLOS...

A veces la familia cree falsamente que su silencio garantiza «inocencia» en los menores, y obvia estos elementos en la comunicación cotidiana.

Lo cierto es que cada adolescente vive su sexualidad, se inquieta por ella, y desea conocerla descubrirla. Numerosos testimonios refuerzan tales afirmaciones:

«Hoy para mí no es un día como otro cualquiera... ¿por qué? ¡Ah, porque he sentido una gran curiosidad! Descubrí cosas nuevas en mi cuerpo. Nadie me explicó que eso pasaría, pero me resultó agradable. dicen que no debemos tocarnos... en verdad, no sé que tiene de malo». (13 años)

«Deseo saber tantas cosas, pero ¡qué difícil me resultan los mayores! Cada vez que pregunto algo sobre cómo nos formamos, o sobre el amor... no sé qué les pasa, pero me dejan esperando o me forman un enredo que no hay quien los entienda. ¡Qué deseos tengo de ser grande! Tal vez las cosas cambien para mí, ¿verdad?» (11 años)

En su diario, una adolescente de 12 años escribió: «El tiempo transcurre, sorprendentemente han aparecido en mi cuerpo cambios que hasta ahora no había tenido. Me estoy haciendo adulta y eso me gusta. ¡Lo anhelaba tanto! Y entonces, ¿quién soy?

«Todos ustedes pasaron por esta edad, ¿por qué no me permiten disfrutar del amor, de mi grupo de amigos y de otras cosas lindas que me son necesarias para la vida? Yo sufro mucho a solas. ¿Por qué no me hablan de sexualidad?, ¡Sí, porque ese es un tema prohibido en casa!»

«¡Mi familia!, necesito la ayuda y orientación de ustedes, indíquenme el camino, no maten en mí el deseo y la necesidad de saber. Créanme: lo necesito mucho».

Algunos adolecentes varones  señalaban con orgullo que según sus padres los hombres no deben tener una sola pareja sino que deben probar varias para poder determinar realmente la que les conviene.

Otros discrepaban, pues sus mamás  insisten mucho en que no es correcto tener tantas novias, sino consagrarse a una.

Con tristeza cuenta un grupo de adolescentes: «Nos molesta mucho que se quejen de todo lo que hacemos o preguntamos, nos dicen: “¡no hay quién los entienda!, están en las nubes, ¡qué difíciles son!”. Y si de la sexualidad se trata, te dicen tranquilamente... para “eso” ya tendrás tiempo, no tienes que apurarte. En fin... que nos tratan a veces como grandes, y otras como pequeñitos».

Expresan varios adolescentes: «Nuestros padres nos brindan todo lo que pueden materialmente pero en otros sentidos se puede decir que somos infelices, nos controlan todo, no les conviene ninguna de nuestras amistades, a todas les encuentran defectos».

«No explican mucho, solo te dicen: Tú no te das cuenta porque eres muy joven. ya nosotros hemos vivido mucho, ¿quién nos va hacer cuentos?  En alguna medida puede ser verdad lo que ellos dicen, pero...».

Es necesario hacer un alto y meditar. El silencio en ocasiones puede provocar ansiedades, conceptos erróneos y, con frecuencia, sufrimiento. ¿Por qué pretender que vivan en la ignorancia? ¿Por qué prohibirles en casa lo que de todas formas buscarán afuera? Quizás obtengan una información tergiversada, y en base a esta actuarán, aunque eso implique consecuencias lamentables para su vida.

Educar la sexualidad no requiere un momento especial. Una verdad, una información correcta es de gran ayuda y nunca perjudica.

*Profesora auxiliar de la Cátedra de Sexología y Educación Sexual del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona.

 

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Foto: Roberto Morejón
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Sexo Sentido comparte con sus lectores las reflexiones de una pedagoga sobre el valor de la familia en la educación sexual de las nuevas generaciones, y cómo sus miembros se ven unos a otros…

Msc. Ana Rosa Padrón Echevarría*

Todas las etapas o edades por las que pasamos dejan huellas más o menos agradables en cada ser humano. Desde los primeros pasos, cuando empezamos a descubrirnos a nosotros mismos y a los objetos que nos rodean, las primeras amistades, el ingreso en la escuela... en fin, una gama interminable de situaciones.

El crecimiento continuo anuncia que entramos en nuevos y significativos cambios, avances y desprendimientos. Pero la ansiada adolescencia, recibe tantos calificativos que no falta quien tema llegar a ella.

Para matizarla, sobran augurios que hacen temblar a la familia: «Deja que lleguen a esa edad», «Hijos grandes, problemas grandes», «Antes no les dio quehacer, pero ahora...».

Ciertamente, es un desafío para no despreciar, y muchas veces la familia, en su afán de protección, no se percata de que el crecimiento es un proceso para aceptar con optimismo.

desde nuestro trabajo profesional es común escuchar estas opiniones de padres, madres y otros familiares:

«¡Es que hasta hace tan poco los teníamos bajo nuestra total vigilia!», «Siento confusión para educar en esa edad», «Se me fue de control», «¿Mi adolescente? Le digo que me resulta insoportable, aunque le adore...», «a veces lo aturdo con mis exigencias, por eso necesito que alguien me ayude a entender esa edad...»

No menos sorprendentes son estas otras expresiones: «le quiero mucho, ¡pero es que todo lo contradice!». «Creo que no siempre trato de entender... ¡yo solo quiero lo mejor para su vida!». «A veces me quedo sin saber qué contestarle». «En algo he fallado, pero no sé en qué...»

Esto es solo un botón de muestra entre tantas experiencias pero reflejan el auténtico reconocimiento que la familia hace ante la necesidad de estar mejor preparada e informada sobre esta materia.

Y es lícito reconocerlo: ninguna asignatura en la escuela nos enseña a ser madre o padre. La mejor asignatura es la propia descendencia, y el sentido con que la engendramos: el amor, ese que acerca y produce relaciones gratificantes para transitar por la vida, no solos ni separados, sino mejor: ¡acompañados!

ACONSEJARLOS, QUERERLOS...

La adolescencia puede transcurrir sin mayores contratiempos, si nos proponemos un diálogo abierto, sincero, sin hacer gala de esa autoridad que a veces hace difícil la convivencia.

Aunque los hijos estén creciendo necesitan de la orientación de los adultos para comprender el mundo. Verlos avanzar es, sin duda, un placer para la familia, pero exige preparación para responder sus preguntas y recibir sin ira sus cuestionamientos sobre nuestros criterios adultos.

En ocasiones la «comunicación» está matizada por órdenes del tipo «esto es así» o «aquello no...». Por supuesto, establecer límites es necesario desde el rol de padre o madre, pero también hace falta la relación de afecto, de comprensión.

«Estoy contigo», «confío en ti», «si me necesitas dímelo, te ayudaré», son frases, que alimentan el acercamiento. Con ello aseguramos puertas abiertas para hablar de cualquier tema, incluyendo la sexualidad.

ESCUCHARLOS, ENTENDERLOS...

A veces la familia cree falsamente que su silencio garantiza «inocencia» en los menores, y obvia estos elementos en la comunicación cotidiana.

Lo cierto es que cada adolescente vive su sexualidad, se inquieta por ella, y desea conocerla descubrirla. Numerosos testimonios refuerzan tales afirmaciones:

«Hoy para mí no es un día como otro cualquiera... ¿por qué? ¡Ah, porque he sentido una gran curiosidad! Descubrí cosas nuevas en mi cuerpo. Nadie me explicó que eso pasaría, pero me resultó agradable. dicen que no debemos tocarnos... en verdad, no sé que tiene de malo». (13 años)

«Deseo saber tantas cosas, pero ¡qué difícil me resultan los mayores! Cada vez que pregunto algo sobre cómo nos formamos, o sobre el amor... no sé qué les pasa, pero me dejan esperando o me forman un enredo que no hay quien los entienda. ¡Qué deseos tengo de ser grande! Tal vez las cosas cambien para mí, ¿verdad?» (11 años)

En su diario, una adolescente de 12 años escribió: «El tiempo transcurre, sorprendentemente han aparecido en mi cuerpo cambios que hasta ahora no había tenido. Me estoy haciendo adulta y eso me gusta. ¡Lo anhelaba tanto! Y entonces, ¿quién soy?

«Todos ustedes pasaron por esta edad, ¿por qué no me permiten disfrutar del amor, de mi grupo de amigos y de otras cosas lindas que me son necesarias para la vida? Yo sufro mucho a solas. ¿Por qué no me hablan de sexualidad?, ¡Sí, porque ese es un tema prohibido en casa!»

«¡Mi familia!, necesito la ayuda y orientación de ustedes, indíquenme el camino, no maten en mí el deseo y la necesidad de saber. Créanme: lo necesito mucho».

Algunos adolecentes varones  señalaban con orgullo que según sus padres los hombres no deben tener una sola pareja sino que deben probar varias para poder determinar realmente la que les conviene.

Otros discrepaban, pues sus mamás  insisten mucho en que no es correcto tener tantas novias, sino consagrarse a una.

Con tristeza cuenta un grupo de adolescentes: «Nos molesta mucho que se quejen de todo lo que hacemos o preguntamos, nos dicen: “¡no hay quién los entienda!, están en las nubes, ¡qué difíciles son!”. Y si de la sexualidad se trata, te dicen tranquilamente... para “eso” ya tendrás tiempo, no tienes que apurarte. En fin... que nos tratan a veces como grandes, y otras como pequeñitos».

Expresan varios adolescentes: «Nuestros padres nos brindan todo lo que pueden materialmente pero en otros sentidos se puede decir que somos infelices, nos controlan todo, no les conviene ninguna de nuestras amistades, a todas les encuentran defectos».

«No explican mucho, solo te dicen: Tú no te das cuenta porque eres muy joven. ya nosotros hemos vivido mucho, ¿quién nos va hacer cuentos?  En alguna medida puede ser verdad lo que ellos dicen, pero...».

Es necesario hacer un alto y meditar. El silencio en ocasiones puede provocar ansiedades, conceptos erróneos y, con frecuencia, sufrimiento. ¿Por qué pretender que vivan en la ignorancia? ¿Por qué prohibirles en casa lo que de todas formas buscarán afuera? Quizás obtengan una información tergiversada, y en base a esta actuarán, aunque eso implique consecuencias lamentables para su vida.

Educar la sexualidad no requiere un momento especial. Una verdad, una información correcta es de gran ayuda y nunca perjudica.

*Profesora auxiliar de la Cátedra de Sexología y Educación Sexual del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona.

 

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