Elisa no es solo un nombre de mujer
Evitar el contagio del VIH es
responsabilidad de ambos miembros de la pareja.
la fidelidad, el uso del condón y la realización
de exámenes clínicos periódicos son las claves
para lograrlo
Aloyma Ravelo y Mileyda Menéndez
Cierta chica, al iniciar
una nueva relación de pareja le exige al novio
la prueba ELISA, el examen sanguíneo que mide y
detecta la presencia de anticuerpos para VIH, y
hasta que no está el resultado, no tienen sexo
con penetración.
«Esa es mi
prueba de hombría», dice, refiriéndose a que el
patrón de masculinidad que ella acepta, tiene
que ver sobre todo con el autocuidado y la
protección.
No obstante la
confirmación de un resultado negativo, ella
convence a su novio de la idoneidad del uso del
condón para evitar las contingencias de un
embarazo inoportuno. Tiene 24 años y ha tenido
cuatro relaciones con estas características.
Su conducta,
realmente admirable, comienza a prender como un
nuevo ritual entre parejas estables, que se
juran fidelidad futura ante el resultado del
ELISA, pero no olvidan el pasado que, de un modo
u otro, irá con ellos a la cama.
Quienes de
alguna manera trabajamos con adolescentes y
jóvenes, sabemos que el uso del condón se reduce
o anula cuando la pareja cumple unos pocos meses
de estar juntos. La «estabilidad» de un noviazgo
regular los hace sentirse a salvo y el joven
termina pidiéndole a la muchacha que tome la
píldora o se coloque un DIU.
El supuesto de
que «el amor por sí solo protege» y que el
conocimiento de la pareja sexual es garantía de
inmunidad para el VIH, es un mito mayúsculo que
se paga, si no con el VIH, con otras ITS como el
temido papiloma, que no se cura jamás y es tan
molesto, doloroso y pertinaz en su aparición,
que desespera al más ecuánime.
¿PRUEBA DE AMOR?
Si bien es cierto que la reducción del número de
parejas sexuales ayuda a disminuir el riesgo,
esta actitud no es suficiente si no va
acompañada de una forma concreta y efectiva de
protección desde la primera relación sexual.
Tener contacto
penetrativo sin protección es jugársela a cara o
cruz, ya que esa percepción de que es «imposible
que nuestra pareja sea seropositiva» resulta muy
subjetiva.
Es
significativo que, a pesar de esta realidad, un
número importante de chicas y chicos tiene
relaciones coitales desprotegidas. Para algunas
muchachas, tener sexo piel con piel es algo que
ofrecen como prueba de amor.
El riesgo se
multiplica en el caso de los bisexuales, pues
una buena parte de ellos no hablan de sus
preferencias y es difícil para cualquier persona
garantizar que su pareja actual no ha tenido
alguna vez, en el presente o en el pasado, una
aventura de ese tipo.
La sola idea de
que eso sea posible es rechazada por muchas
mujeres, quienes sienten a su pareja tan
masculina que no razonan a partir de las
evidencias: el 80 por ciento de los casos de
portadores de VIH en el país son HSH, y entre
estos hombres que han tenido sexo con otros
hombres, no todos se catalogan como homosexuales.
La única
seguridad de no adquirir el VIH/SIDA es tener
prácticas protegidas el ciento por ciento de las
veces, independientemente de si la pareja es
ocasional o deviene regular al poco tiempo.
Una sola
relación sexual penetrativa de exposición podría
ser suficiente para adquirir el virus, sin que
pueda predecirse si la transmisión se hizo
efectiva en el primer coito, el décimo o el
número cien.
Este argumento,
que forma parte de una campaña de
concientización sobre los peligros del VIH en
estudiantes latinoamericanos, nos impone una
verdad de Perogrullo: solo están exentos de
contraer el VIH quienes se abstienen, quienes
siempre usan condón y aquellas parejas donde
ambos se hicieron la prueba ELISA y desde
entonces se guardan fidelidad mutua.
EL ENCANTO DE LA PROTECCIÓN
Es común
escuchar parejas que no usan preservativos
porque les dificulta el placer o interfiere en
la relación sexual. Estas son opiniones con más
carga de subjetividad que de realidad: el condón
no es monedita de oro, pero sí salva vidas.
Quienes se
proponen valorar más su lado positivo, basado en
la convicción de una actitud de aprecio ante la
vida, llegan a incorporarlo como hábito
saludable para su sexualidad, y hasta le
descubren encantos.
De hecho, el
sexo protegido también es placentero.
Adolescentes y jóvenes que han crecido
escuchando historias sobre el sida y se han
familiarizado con el condón desde sus juegos de
infancia, son más receptivos a esta solución en
el momento del coito y suelen ser más asertivos
a la hora de incorporarlo a la «magia» de ese
momento.
Lo que suele faltar es persistencia, y en eso
influyen también, además de razones económicas o
de acceso al producto, las opiniones de sus
mayores o las presiones del grupo.
Quienes tienen
sus metas claras no se dejan vencer. En ese
sentido, muchos hombres y mujeres que pasan de
los 30, deberían aprender de los más nuevos y
desechar antiguos esquemas en los que, a nombre
de la «naturalidad», llegan a pecar de ingenuos
y atentan contra su salud.
En resumidas
cuentas, es mejor perder un tanto de placer en
ciertos momentos, que perder la vida por un rato
de placer. |