Celia
Hart, Trotsky y los terroristas
Carlos
Alberto Montaner
Celia Hart es una seńora relativamente joven y de rostro agradable –una
cuarentona dicen los cubanos–, hija de Armando Hart y de Haydee Santamaría.
En los ańos ochenta estudió física en Alemania, donde perdió la fe en el
socialismo real y el interés en su profesión. A su regreso a Cuba su padre,
curiosamente, le dio algunos libros de Trotsky, y dońa Celia encontró otra
vía de conectar con el comunismo: el internacionalismo revolucionario. Trotsky
había defendido la necesidad de llevar a cabo una verdadera revolución
planetaria, y eso le pareció que se relacionaba con el espíritu del Che y de
Fidel Castro. A Celia Hart -que
probablemente ni siquiera sabe que el Che firmaba su correspondencia juvenil con
el pseudónimo de “Stalin II”-
Stalin le parecía abominable, pero amaba a Castro y al Che, dos redomados
admiradores del déspota georgiano.
Yo no sabía de la existencia de esta seńora -salvo
unos comentarios personales poco edificantes que me había hecho uno de sus
compańeros de estudio-,
hasta que recientemente leí con cierto interés una entrevista en la que
hablaba de la revolución bolivariana del coronel Chávez y declaraba su
esperanza de que pronto el militar radicalizara su gobierno y se acogiera al
modelo comunista. Me pareció que su franca candidez perjudicaba los planes del
presidente-golpista, así que les remití el texto de marras a unos cuantos demócratas
venezolanos para que advirtieran por dónde van los tiros en ese desdichado país.
Si dońa Celia tiene razón, Venezuela, como sucede en Cuba, acabará siendo
un manicomio empobrecido, lleno de presos politicos, perseguidos, exiliados y
cientos de miles de exiliados que huirán de la dictadura comunista.
La segunda vez que volví a ver la prosa de Celia Hart ha sido ayer, cuando
alguien me reexpidió un escrito aparecido en la web de los comunistas
simpatizantes de ETA en Espańa, en el que esta dama, sin ningún éxito,
intentaba desacreditar las reuniones internacionales de Praga y San José, a lo
que agregaba, ignoro por qué, un ataque personal en mi contra, calificándome
de “terrorista”, absurdo epíteto con que el aparato de difamación del
gobierno cubano siempre intenta silenciar a sus adversarios, injuria que alterna
con la poca imaginativa acusación de “agente de la CIA”.
Supongo que Celia Hart sabe que quien sí era terrorista era su tío Enrique
Hart, muerto cuando le estalló una bomba casera durante la lucha contra la
dictadura de Batista, y me imagino que D. Armando Hart, en esas conversaciones
familiares que suelen tener los padres con los hijos, debe haberle contado la
historia terrorista del 26 de Julio, incluida “la noche de las cien bombas”
que estremecieron La Habana, o el secuestro de aviones que se saldó con una
docena de muertos inocentes en la bahía de Nipe. No sé, claro, si también
llegó a contarle que en 1959, como tantos cubanos que simpatizaron con la
revolución y luego se horrorizaron cuando comenzó a instaurarse la dictadura
comunista, él también conspiró junto a Manolo Fernández o Carlos Varona –Ministro
y viceministro de Trabajo respectivamente–, y sintió como una terrible traición
el apresamiento y las acusaciones contra Húber Matos, pero luego se arrepintió,
junto a Faustino Pérez, y le pidió perdón a Fidel, quien, como buen paranoico,
desde entonces no le tiene demasiada confianza.
En todo caso, me parece interesante que en Cuba haya una vertiente
trotskista dentro de la aburrida ortodoxia ideológica del régimen.
Precisamente, los primeros marxistas que se opusieron a Castro fueron los
trotskistas, y recuerdo a uno de ellos, de quien fui muy buen amigo, que cuando
cumplí 18 ańos, asilado en una embajada en La Habana, me regaló “Mi
vida”, la autobiografía del revolucionario ruso.
Leí el libro con mucho cuidado y llegué a la conclusión de que el
personaje podía ser tan cruel como Stalin, aunque era mucho más brillante,
pero cuando busqué más información sí hallé algo que me llamó mucho la
atención: en sus últimos tiempos en México, antes de que Ramón Mercader -hijo
de una enloquecida cubana-
lo asesinara, Trotsky comenzaba a rechazar la idea de la tiranía y descubría
el valor de la libertad económica y política y la importancia de la democracia
formal.
Tal vez Celia Hart, que ya muestra algunos sintomas de madurez intelectual y
de independencia de criterio, llegue a las mismas conclusiones. Ojalá, porque
Cuba necesita una fuerte corriente revisionista que les sirva de abrigo y pauta
a los comunistas cuando llegue la transición hacia la democracia.
Noviembre 27, 2004
http://www.firmaspress.com/454.htm
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